Tiziano y Espa?a
La vida y el arte de Tiziano guardan tan estrechas relaciones con la Espa?a del siglo XVI, que hoy, a los cuatrocientos a?os de su muerte, evocar de nuevo su amigable trato con Carlos V y Felipe II, los continuos encargos que estos le hicieron, su influjo en Navarrete el Mudo o en el Greco y la admiraci¨®n de Vel¨¢zquez no podr¨ªa ser un pretexto conmemorativo. La vinculaci¨®n de Tiziano a la corte espa?ola constituye, por otra parte, un episodio m¨¢s de esa historia mediterr¨¢nea, acertadamente trazada por Braudel, en la que Espa?a y Venecia se encuentran una y otra vez, complicando su destino y su cultura. Venecia fue en el quinientos referencia obligada para los poetas y eruditos espa?oles: all¨ª se imprimieron muchos de nuestros libros y all¨ª arraigaron, como en casa propia, un Delicado o un Ulloa. Este trasiego intelectual, expresado ejemplarmente por las conversaciones entre Bosc¨¢n y Navagiero, tiene su contrapartida en las artes, aunque por alg¨²n tiempo el aprecio de la pintura veneciana quede todav¨ªa reducido a c¨ªrculos cortesanos, m¨¢s concretamente, a la iniciativa de Carlos V y Felipe II de hacerse retratar por Tiziano y coleccionar casi avariciosamente sus obras, compitiendo en esto con algunos grandes se?ores espa?oles, como el duque de Alba y el marqu¨¦s de Ayamonte, quien en carta a Guzm¨¢n de Silva de 1575 le reprochaba amargamente no enviarle m¨¢s obras del pintor con estas sentidas palabras: ?A?os deve haver que V. S. no entra en casa de Ticiano; suplicole que no se olvide tanto desto y que sepamos siempre las piezas que tiene, porque la cudicia de buenas pinturas no se harta tan aina, mayormente en quien como yo espera de retirarse con ellas a un rinc¨®n?.La impaciencia de Carlos V
Carlos V conoci¨® a Tiziano en Bolonia, en 1530, cuando tras el saco de Roma se hizo coronar por Clemente VII. Tiziano era ya un pintor famoso y Carlos V no deb¨ªa estar ignorante de ello, puesto que el veneciano frecuentaba a su embajador, Girolamo Adorno, muerto en 1523. Tres a?os m¨¢s tarde se encontrar¨ªa de nuevo en la propia Bolonia, donde Tiziano realizar¨ªa un segundo retrato del emperador. A partir de ese momento la correspondencia entre ambos, directamente o a trav¨¦s de los secretarios y consejeros de Carlos V, no se interrumpe hasta 1555, poco antes de su abdicaci¨®n y retiro a Yuste, para al fin de sus d¨ªas reclamar ante sus ojos La Gloria que le pint¨® Tiziano. De esa correspondencia y de las deliciosas an¨¦cdotas que hasta la saciedad se han repetido sobre las deferencias del emperador con su primer pintor podemos concluir algo que excede los l¨ªmites del gusto y alcanza los de la pasi¨®n: Carlos V se impacienta y urge a sus representantes en Venecia para que Tiziano ponga mano a nuevas cosas. La impaciencia es tanta, que en una ocasi¨®n Hurtado de Mendoza ha de disculpar al pintor, diciendo: ?Ticiano es viejo y labra despacio ?.
Lo que en su padre fue pasi¨®n, en Felipe II parece ya delirio. Las cartas a Tiziano o a su prop¨®sito comienzan en 1549, siendo a¨²n pr¨ªncipe, y alcanzan pronto gran volumen. Se preocupa por un doblez que durante el viaje sufri¨® el Adonis del Prado; le obsesiona la salud de Tiziano; exige sin cesar cuadros religiosos, pero tambi¨¦n ?poes¨ªas?, obras tan profanas como La pre?ez de Diana descubierta por Diana y Diana sorprendida por Acte¨®n, hoy por desgracia fuera de Espa?a; se lamenta de la tardanza de algunas obras o pide se le encarguen otras, ?de mi parte, con dezirle el servicio y placer que me har¨¢?.
Tiziano no fue insensible al favor que le dispensaba el rey. Atiende, pues, a sus encargos, en la medida de sus cada vez m¨¢s menguadas fuerzas, y cuando un cuadro se retrasa, como el San Lorenzo para El Escorial, calma la desaz¨®n de aqu¨¦l con dos estampas de ese tema. Haciendo incluso realidad los t¨®picos de Plinio, Tiziano escribe a Felipe II en estos t¨¦rminos: ??Qu¨¦ antiguo o moderno pintor se podr¨ªa alabar y envanecer m¨¢s que yo mismo, que he sido por tal rey ben¨¦volamente distinguido?... No tengo envidia alguna de aquel famoso Apeles tan querido de Alejandro Magno?. Pero Tiziano sirve al rey en m¨¢s espinosos asuntos: en 1567. por ejemplo, es el contacto entre el agente espa?ol Garc¨ªa Hern¨¢ndez y un emisario turco que llega a Venecia para pactar treguas. Y despu¨¦s de Lepanto, aunque ya muy viejo, pinta, como pareja del Carlos V en M¨¹hlberg, una alegor¨ªa de la victoria en que Felipe II ?ofrece al cielo al pr¨ªncipe don Fernando?.
Reyes fieles
Felipe III y Felipe IV permanecieron fieles a la pintura de Tiziano. As¨ª, cuenta Pacheco que al enterarse el primero del incendio de la Casa del Pardo en 1604 ?s¨®lo pregunt¨® por un cuadro de Tiziano, diciendo que importaba poco que se quemase todo lo dem¨¢s?. Por su parte, Felipe IV increment¨® las colecciones reales con nuevas obras suyas que compr¨® en la almoneda de Carlos I de Inglaterra o consigui¨® en Italia por medio de Monterrey, como La Bacanal y La Ofrenda a la Diosa de los Amores.
En su gusto por Tiziano los primeros austrias se anticiparon a los propios pintores espa?oles. Que sepamos, la referencia m¨¢s temprana al de Venecia se encuentra en el libro de un italiano, el tratadista Sebastiano Serlio, traducido por Villalpando en 1552. Sin embargo, el pasajero afecto de nuestros pintores por el formalismo florentino o romanista impidi¨® que la lecci¨®n de Tiziano se aprovechase en otra cosa que no fuera el descubrimiento de los grandes cuadros en lienzo, verdadera novedad en Espa?a. Tan s¨®lo Navarrete el Mudo, que ?trabaj¨® -seg¨²n nos dice el padre Sig¨¹enza- en casa de Ticiano?, o por razones y en sentido muy diverso, el Greco, se acomodaron al colorido y valent¨ªa expresiva de los venecianos.
Las opiniones eran generalmente contrarias: Felipe de Guevara se quejaba de la ?groseza y carnosidad? de los desnudos que llegaban de Venecia y m¨¢s tarde condenar¨ªa B. L. de Argensola por lascivos; Pacheco, que elogia la habilidad de Tiziano para el color y el sacar del natural, lamenta la moda de ?borrones? que trajo consigo. Ser¨ªan, pues, los barrocos quienes, precisamente en nombre del color y el natural se volver¨ªan hacia Tiziano, alentados quiz¨¢s por Rubens, copista impenitente de sus obras. Boschini ha recogido el encendido testimonio de Vel¨¢zquez, cuando ¨¦ste, tras responder a instancias de S. Rosa que Rafael ?no me gusta nada?, apostill¨®: ?Ticiano es el que lleva la bandera?.
Babelia
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