Los carteros
Me lo dijo una vez Pablo Neruda, cuando su barco (¨¦l nunca viajaba en avi¨®n) toc¨® el puerto de Barcelona:
—Mirando fijamente al aire puede verse un cartero.
A Neruda le hubiese gustado mucho esta huelga de carteros madrile?a, que como ustedes recuerdan no es la primera, porque a Neruda le entusiasmaba que la gente se pusiese en pie desde el fondo de sus oficios, para pedir lo que es suyo.
—Ande con cuidado —me dice el quiosquero—, que el otro d¨ªa se han llevad por delante a uno de la oposici¨®n chilena.
Los taxistas dicen que el taxi para el que lo trabaja, y los carteros piden sus derechos.
— ?Est¨¢ usted seguro de que son sus derechos? —me interroga la gran coalici¨®n centro-derecha.
Hombre, no hace mucho me llam¨® un cartero de Valladolid para decirme lo que ganan al mes. Una miseria. Yo, que he repartido muchas cartas de peque?o, me siento identificado con el destino peatonal y casi colomb¨®filo del cartero. Estos d¨ªas tengo el buz¨®n vac¨ªo. No me llega el peri¨®dico de mi pueblo ni las cartas de Pitita ni las fotos dedicadas de Nadiuska ni el an¨®nimo ultra. Pero estoy satisfecho de contribuir con Nadiuska, con Pitita y con los ultras a la huelga de los carteros.
— ?Y si fuese una huelga pol¨ªtica? —dice el portavoz autorizado de la gran coalici¨®n centro-derecha, utilizando un meg¨¢fono de campo de concentraci¨®n.
Bueno, todas las huelgas son pol¨ªticas. La pol¨ªtica no es otra cosa que el derecho del ciudadano a manifestarse y el derecho del cartero a aparecer en el aire. Como quer¨ªa Neruda. Porque durante 40 a?os los carteros no eran nadie.
—En Italia, el servicio de Correos es una verg¨¹enza dice Cort¨¦s Cavanillas.
Ser¨¢ por eso por lo que no acaban de llegarnos las Cartas de amor que nos escribe Berlinguer a los progres espa?oles.
- A ver si los militarizan como la otra vez -se lamenta el quiosquero.
—Tenga usted en cuenta que ahora contamos con Guti¨¦rrez Mellado —le tranquilizo.
Como Italia y Espa?a van siendo pa¨ªses postalmente ca¨®ticos, Pilar Trenas me dijo, mientras me cortaba el pelo, que iba a tener que hacerle una entrevista por tel¨¦fono a Alberti. Efectivamente se la ha hecho y se ha publicado con motivo del estreno de El adefesio
—?Y por qui¨¦n cree usted que va eso del adefesio? —indaga el quiosquero— Porque Alberti ha tenido que escribirlo con segundas.
—Entre tantos adefesios nacionales, cualquiera puede darse por aludido.
Espa?a, que en teatro ha dado el esperpento, en pol¨ªtica ha dado el adefesio. En otros pa¨ªses hay liberales, conservadores, socialistas, dem¨®cratas y rojos. En Espa?a, adem¨¢s, hay adefesios. Unas veces, el adefesio se viste de azul, otras de marengo tecnocr¨¢tico, otras de estame?a seglar, o de raya diplom¨¢tica, pero siempre se adivina debajo el adefesio.
- Le ha dado usted un repaso a todo el guardarropa de la gran afiliaci¨®n centro—derecha.
El quiosquero es mal pensado como lo son siempre los pobres. Me lo dijo Je¨¢n Cocteau aquella vez que vino a Madrid, siendo yo un ni?o, y nos corrimos una juerga de opio:
—Qu¨¦ ser¨ªa de los ni?os sin la desobediencia.
Y digo yo ahora: qu¨¦ ser¨ªa de los pobres si no fuesen mal pensados. Por eso los carteros piensan que les est¨¢n explotando. Yo no entro ni salgo, pero mi buz¨®n yac¨ªo es como un homenaje silencioso a los nerudianos carteros con alas de azul barato y tela pobre.
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