El oro de Mosc¨²
Parece que reparten otra vez oro de Mosc¨² y la gente anda a la rebati?a, como en los bautizos.-Pues a su peri¨®dico de usted le han metido una inyecci¨®n de millones, en rubios- dice el quiosquero mientras me da EL PAIS, y deseoso el hombre de que sea verdad.
Le muestro los desmentidos del propio peri¨®dico, pero le pago el ejemplar con un rubio, de modo que el hombre se queda en la duda. Anoche cenamos con Sebasti¨¢n Auger.
-T¨² s¨ª. que sabes, macho -le digo-. Ya s¨¦ que lo tuyo son ochenta millones del PC.
Lo desmiente asimismo de modo fehaciente. Observo a ver si paga la cena en rublos, pero resulta que paga con una tarjeta de cr¨¦dito.
Iba yo a comprar el pan y me encontr¨¦ con mi esp¨ªa croata:
-Iba usted descaminado. Lo de Sebasti¨¢n Auger es cosa del Banco Popular.
O sea la Santa Banca. Empiezo por no creer en nada de lo que me dicen. Y menos en mi esp¨ªa croata. Le pago, de modo que no tengo obligaci¨®n de creerle.
-Pero en Guadiana y en Posible s¨ª que han metido pasta los rojos.
-Perd¨®n, en Posible ha sido Marisol, que despu¨¦s de realizarse como madre, ahora se quiere realizar pol¨ªticamente.
El oro de Mosc¨² zumba por todas partes. A m¨ª todav¨ªa no me ha llegado una chapa. Dice el esp¨ªa cro¨¢ta que ya est¨¢ la lista completa de la Lockheed, con alg¨²n Opus entre ellos. Que L¨®pez Rod¨® va hacia el poder a trav¨¦s de la editorial Rialp. donde sacar¨¢ algunos libros, que se han suprimido de las supuestas memorias de Franco las supuestas cr¨ªticas a un supuesto Opus pol¨ªtico, que parte de la prensa catalana est¨¢ ya en manos cat¨®lico-financieras y que el Consell ha prevaricado. Lo que no es capaz de completarme el esp¨ªa es la alineaci¨®n del Madrid para el domingo.
A lo que iba, Marcelino, macho, y lo mismo t¨², Ram¨®n, y toda la peste esa de rojos, que estoy sin un clavo, que a m¨ª no me ha llegado una rupia, que sigo recibiendo an¨®nimos heroicos de los ultras que no firman (a lo mejor porque no saben), pero aqu¨ª Mosc¨² no se explica.
O sea que tom¨¦ el tel¨¦fono rojo:
-S¨ª, se?orita, con el Kremlin. Nada, camarada, que si no llega la pasta me paso a la Santa Alianz¨¤.
Dicen que si el giro no ha llegado ser¨¢ por la huelga de carteros. Lo mismo que Nadiuska con las cartas, que al fin y al cabo Nadiuska tiene el nombre sovi¨¦tico. Las mujeres y los pol¨ªticos est¨¢n utilizando la huelga para no poner una postal ni un giro. Pero ya me estoy yo cansando.
El oro de Mosc¨², el oro de los jesu¨ªtas, el oro de la derecha, el oro del Opus. En Espa?a, pa¨ªs pobre, siempre andan navegando por ah¨ª, como bancos de sardinas, unos bloques de monedas de oro a los que yo nunca he echado mano. Parezco tonto. Me lo dijo Pitigrilli una vez, cuando nos present¨® Alvaro de Laiglesia:
-Un banco de sardinas no es m¨¢s inteligente que una sola sardina.
Bien, pues yo debo tener la inteligencia de una sardina, porque me pasa con el oro de Mosc¨² como en los bautizos de mi infancia: que jam¨¢s cojo una perra en la rebati?a.
-A lo mejor es que el oro de Mosc¨² no existe- me dice mi se?ora para tranquilizarme.
Cuando las ideas de un peri¨®dicoo de un individuo empiezan a ser molestas e irrefutables, se las desautoriza con la f¨¢bula de? oro de Mosc¨². Es lo m¨¢s c¨®modo y lo m¨¢s barato. Un oro que no cuesta nada. Un oro que fabrican por la noche, en la cocina de su casa, los monederos falsos de la calumnia. Ya se lo dijo Voltaire a los chicos del TEL ?Calumnia, que algo queda?. Pero a m¨ª me calumnian y no me queda ni una chapa.
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