Lo que pudo ser el debate del siglo
No, no lo fue. No fue el debate del siglo como se hab¨ªa anunciado. Entre otras cosas, porque lo que despu¨¦s en la Historia resulta ser ?del siglo? no suele ser algo que se anuncia. En este caso el debate televisivo entre Ford y Carter ni siquiera fue debate. Lo fue menos que en el precedente de la discusi¨®n ante las c¨¢maras de Kennedy y Nixon en 1960. La t¨¦cnica se acerca m¨¢s a las conferencias de prensa que a una confrontaci¨®n verbal entre dos oponentes. De todas formas el espect¨¢culo de contemplar en vivo las respuestas de los dos aspirantes a ?reyes? de medio mundo (eso es lo que se ventila) es siempre de agradecer, acostumbrado uno a tantas oscuridades en la pol¨ªtica de su pa¨ªs de origen.Para el lector universitario espa?ol dir¨ªa que el famoso debate se parece a una trinca de oposiciones a c¨¢tedra. Se valora el propio dominio, la concreci¨®n, la prestancia, la dicci¨®n, la memoria. En realidad es una representaci¨®n teatral, una especie de ejercicio escol¨¢stico, una manera de calentar el fr¨ªo electorado. El decorado, lo mismo que en 1960, es totalmente austero; parece m¨¢s bien el presbiterio de una iglesia protestante (o cat¨®lica de las de ahora). Los oradores est¨¢n de pie durante dos horas, parapetados tras sendos podios. No se miran entre s¨ª, sino que contestan al ?tribunal? de periodistas. Estos no son las ?viejas glorias? de los telediarios que llevan veinte a?os apareciendo todos los d¨ªas y ejerciendo un fabuloso poder ante las c¨¢maras: los Cronkite, Smith, Reasoner y dem¨¢s vacas sagradas no componen el ?tribunal?, sino que se hallan a la espera en sus respectivos estudios para cuando finalice el debate. En su lugar, la mesa de periodistas aparece constituida por gente relativamente joven. las intenciones de las poderosas redes televisuales se han recortado grandemente. El debate lo organiza la Liga de Votantes Femeninos, una organizaci¨®n c¨ªvica no partisana. Las condiciones que han impuesto estas buenas se?oras son bastante duras para la tradici¨®n de una prensa poderosa: el debate no se celebra en un estudio profesional (el lector ver¨¢ enseguida la importancia que tuvo esta decisi¨®n) y las c¨¢maras no pueden enfocar al p¨²blico asistente (amigos y periodistas) para no influir en el p¨²blico (el gremio period¨ªstico-televisual suele ser m¨¢s bien de la cuerda del Partido Dem¨®crata).
Carter llegaba un poco ?tocado? al debate por sus recientes declaraciones a la revista Playboy sobre temas sexuales. El inmenso, agobiante puritanismo oficial de la sociedad americana (que domina tambi¨¦n y sobre todo los medios de comunicaci¨®n) ha reaccionado en contra del uso por Carter de palabras corrientes para describir el acto sexual completo. El pobre Carter quiso parecer un se?or normal y quitarse de enmedio el sambenito (nunca mejor dicho) de meapilas con que inevitablemente ha aparecido hasta la fecha. A pesar de lo cual y salvo este incidente, la verdad es que la prensa ha tratado mucho mejor a Carter que a Ford, por lo menos le ha dedicado m¨¢s espacio, aun siendo su contrincante el propio presidente, o precisamente por eso.
No hubo grandes novedades en los argumentos del debate. Eran todos archirrepetidos. Tanto se ha dicho que Kennedy gan¨® a Nixon por su habilidad en citar estad¨ªsticas de memoria, que esta vez los dos oponentes se han inflado a recitar sartas de n¨²meros. El debate parec¨ªa a veces un consejo de administraci¨®n de una gran empresa. En realidad, de pol¨ªtica como tal (o al menos lo que en Europa se entiende como tal) se ha hablado muy poco. Reston en el New York Times de hoy, d¨ªa 24, (sin tiempo para dar cuenta de los debates de ayer, d¨ªa 23, porque, como es sabido el Times sale el d¨ªa antes, de la fecha) satiriza la situaci¨®n dici¨¦ndonos que la confrontaci¨®n entre Ford y Carter nos obliga a escoger entre el desempleo o la inflaci¨®n. Se puede a?adir la nota pesimista que lo m¨¢s probable es que ambas cosas contin¨²en a un tiempo.
La impresi¨®n del certamen ideol¨®gico es que se trata de oponer el punto de vista de un conservador populista (como en definitiva apareci¨® Carter) con el de un reaccionario (como expresamente quiso aparecer Ford).El presidente se enorgulleci¨® una vez m¨¢s (y lo repiti¨® varias veces), de haber vetado una serie de proyectos de ley de tipo redistributivo. Para Ford el Gobierno es algo que cuesta mucho dinero y que hay que abaratar todo lo posible, excepto cuando se trata de gastos militares. Esta divisa republicana parece que la comparte un gran sector del electorado, por incre¨ªble que pueda parecer. Carter intent¨® atacarla se?alando t¨ªmidamente lo que un Gobierno ha de hacer para remediar la lista de males sociales de una sociedad compleja. Ciertamente Carter estaba al principio bastante nervioso y sudaba y parpadeaba visiblemente. Ford. en cambio, lo hizo mejor de lo que se esperaba, que era muy poco, porque ¨¦l siempre lee los discursos y ahora le tocaba improvisar. M¨¢s que improvisar, lo que hicieron los dos fue repetir de memorieta lo que los asesores les hab¨ªan metido en la cabeza. La cosa era bien perceptible. Inm¨®viles como estatuas, s¨®lo Carter se permiti¨® en algunos momentos mover un poco las manos o esbozar una sonrisa ir¨®nica. Ford se agarraba al podio como si fuera en alta mar. Carter no puede ocultar su aire de predicador Carter intenta hablar a toda la naci¨®n (t¨¦cnica Kennedy) y Ford se entretiene demasiado en contestar a Carter (error Nixon). Los periodistas se inclinan ligeramente a plantearle papeletas m¨¢s dif¨ªciles a Ford y le facilitan discretos quites de lucimiento a Carter, pero por lo dem¨¢s son discretos. Demasiado discretos, se pasan. No llegan a suscitar ninguna de las graves cuestiones pol¨ªticas pendientes.
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