Emil Guilels inaugura la temporada de la Suisse Romande
Ernest Ansermet consigui¨®, para la Orquesta de la Suisse Romande, un prestigio considerable que, de modo particular, se extendi¨® a trav¨¦s de una larga e interesante discograf¨ªa. Tan brillante historial se prolonga ahora bajo la titularidad de Wolfgang Sawallisch, uno de los primeros directores actuales. La plantilla de la orquesta est¨¢ formada por 125 profesores, lo que permite una multiplicidad de funciones gracias a la minuciosa planificaci¨®n del trabajo: radio, conciertos de abono, grabaciones, ¨®pera.El abono, en Ginebra como en las principales ciudades europeas, supone el centro -musical y social- de las actividades musicales. Hay que decir que si socialmente las sesiones sinf¨®nicas de la Victoria Hall resultan brillantes, ello no va en dem¨¦rito del contenido musical, exigente en la selecci¨®n de las obras como en la contrataci¨®n de solistas. As¨ª, el programa inaugural cont¨® con la presencia del maestro titular, Sawallisch, y el pianista sovi¨¦tico Emil Guilels.
El solo nombre de Guilels garantiza algo m¨¢s que una seria versi¨®n: raz¨®n para el asombro. Su t¨¦cnica poderos¨ªsima, f¨¢cil, flexible-, su ?creaci¨®n? de un sonido personal que, aun manteniendo a lo laroo de la interpretaci¨®n una prodigiosa homogeneidad, es susceptible de mil coloraciones; su casi m¨¢gico empleo de los pedales, su concepto ideol¨®gico realizado a trav¨¦s de un fraseo mod¨¦lico y una articulaci¨®n ejemplar. Todo en, Guilels nos habla, esta vez sin exageraci¨®n dial¨¦ctica, de un ?fuera de serie?, de una de esas personalidades objetivamente singulares. Lo es, por ejemplo, en Brahms -su grabaci¨®n de los dos conciertos es tesoro discogr¨¢fico aut¨¦ntico- y lo fue ahora en el Concierto en si bemol mayor, de Mozart, cuya Romanza, expuesta por Glulels vale, por s¨ª sola, m¨¢s que docenas de conciertos habituales. Si hacemos especial hincapi¨¦ en la Romanza es porque all¨ª reside el coraz¨®n de la obra, el fondo ¨²ltimo de su secreto, ya que en cuanto a perfecci¨®n interpretativa cabr¨ªa decir las mejores cosas y hasta pensar lo indecible de los movimientos extremos. La colaboraci¨®n de Sawallich la Suisse Romande fue precisa y preciosa, pues consisti¨®, de una parte, en rodear al solista de cuanto su arte reclamaba, y, por otra, de ambientar previamente el posterior discurso pian¨ªstico. Versi¨®n perfecta, en suma.
Sawallisch antecedi¨® a Mozart con una vibrante traducci¨®n del Don Juan straussiano y, cerr¨® su actuaci¨®n con una visi¨®n muy estructurada y c¨¢ndidamente expresiva de la Segunda sinfon¨ªa, de Brahms. En manos del maestro alem¨¢n, el hamburgu¨¦s brilla en lo que podr¨ªamos llamar sus valores ?cl¨¢sicos?, pero el rigor que el concepto supone se anima no s¨®lo por una voluntad ?cant¨¢bile?, sino por el sonar, transparente, vibrado, de las cuerdas de los profesores suizos, equidistantes de lo latino y lo germano. Cercanos, en definitiva, a las caracter¨ªsticas de la escuela belga, que, en buena parte, es la seguida por los espa?oles, como puede demostrarse documental e hist¨®ricamente.
Dentro de este mismo mes, la OSR anuncia La condenaci¨®n de Fausto, en versi¨®n del Gran Teatro, un programa con Sawallisch y Annie Fischer, y otro, sin solista, en el que Sawallisch rendir¨¢ homenaje a Frank Mart¨ªn. A todo ello ha de a?adirse un concierto directo y tres grabaciones para RTVE. Me ha parecido interesante destacar el g¨¦nero de actividad de una orquesta constituida y, organizada de cara a las demandas del consumo actual de m¨²sica.
Otro tipo de conciertos: los populares que patrocina la Migros. El primero de la temporada sirvi¨® para presentar, en la misma Victoria Hall, a la Orquesta Filarm¨®nica de Bratislava en un programa de m¨²sica checa. Bajo la batuta concienzuda de Ladislav Slovak, un disc¨ªpulo de Talich, pudimos escuchar En los prados y bosques de Bohemia, de la serie Mi pa¨ªs, de Smetana, y la Octava Sinfon¨ªa, de Dvorak. Entre las dos obras, el Concierto en re menor, de Mozart, si austr¨ªaco, absolutamente filo-checo, pues es sabida la preferencia que sent¨ªa por ?sus m¨²sicos praguenses?, a los que dedic¨® algunas obras y en cuyo medio naci¨® nada menos que Don Juan. Smetana, Dvorak y hasta Mozart suen¨ªan un tanto d¨ªversos tal y como los viven los interpretes de Bratislava en su sonar transparente, en la precisi¨®n expresiva de sus vientos o en el r¨¢pido vibrar de sus cuerdas. Nos encontramos ante la autenticidad servida desde m¨¢ximos rivales, -salvo en el caso del solista Peter Toperczer, pianista de fina sensibilidad y relativos medios t¨¦cnicos. La orquesta bratislava se vio rodeada de un calor popular extraordinario.
Babelia
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