Complicidad con Gilmore
SE HA escrito que el caso de Gary Gilmore, convicto de dos asesinatos y condenado a muerte en el estado norteamericano de Utha, ha despertado una pol¨¦mica m¨¢s violenta que la que en su d¨ªa levant¨® el problema de Carly Chessman. Este era un hombre que no quer¨ªa morir y que se debati¨® largos a?os entre la fronda legal de su pa¨ªs y su Estado para terminar en una silla el¨¦ctrica. El antiguo violador de la linterna roja muri¨® por orden de la Ley, regenerado, culto, adinerado y reconciliado con la sociedad que le daba la muerte.Gilmore, por el contrario, pretende morir a toda costa. Seg¨²n los dict¨¢menes m¨¦dicos es un hombre mentalmente sano, o al menos, consciente y responsable de sus actos. Su cociente intelectual supera en varios puntos la tabulaci¨®n normal y la aparatosidad de su conducta est¨¢ distorsionando los t¨¦rminos del dilema moral que plantea.
Dilema que no existir¨ªa si el estado de Utah hubiera abolido la pena capital. El caso Gilmore no pasa de ser una secuela de? mantenimiento de la pena de muerte. De no existir ¨¦ste, como poco, exceso legal, Gilmore no ocupar¨ªa p¨¢ginas y p¨¢ginas en la prensa estadounidense y mundial. Pide la muerte porque es legal. Acaso llegar¨ªa a pedir la tortura si ¨¦sta estuviera incluida en los c¨®digos de Utah.
Sencillamente no se debe matar a la gente, y mucho menos en nombre de principios morales o jur¨ªdicos. La defensa de la vida es un objetivo irrenunciable para cualquier sociedad que se tenga por civilizada. Pero caben matices que no acaban de resolver ni las leyes m¨¢s perfeccionadas ni la m¨¢s firme voluntad de defensa de la vida de los hombres. El de Gilmore puede ser un caso de posible eutanasia o de mero intento de suicidio. Aqu¨ª abocamos al misterio insondable del alma humana.
Pero Gilmore no es el ¨²nico preso, ni el ¨²nico desesperado, ni el ¨²nico pobre o reprimido de los hombres. Su caso se presta a reconsideraciones sobre la vida en las c¨¢rceles, la pena de muerte, la cadena perpetua, las posibilidades de regeneraci¨®n del delincuente... No debe ni puede juzgarse la ¨ªntima actitud de su soledad, pero si el desaf¨ªo que hace a la sociedad entera. El caso de Gilmore es una raz¨®n, una m¨¢s entre tantas otras que demuestra la inutilidad de la pena capital la fragilidad de los argumentos de quienes la defienden. A Gilmore, como a tantos otros en su situaci¨®n, no debe mat¨¢rseles por mano de Ley.. Y si en lo rec¨®ndito de su conciencia quiere dejar de vivir, ni la sociedad ni los hombres tienen derecho a la complicidad con su suicidio.
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