La cr¨ªtica del cr¨ªtico o el poder de la palabra [DD] pintada?</i>,palabra
Para Wolfe -uno de los santones de la nueva academia del periodismo norteamericano-, ?el mundo del arte es una aldea (cifra, con ese af¨¢n por cuantificar tan t¨ªpico de los ciudadanos USA, en 10.000 las personas que en todo el mundo ?entienden? y ?viven? el arte). Una parte de esa aldea, le monde, siempre est¨¢ pendiente de la otra, la bohemia, atenta a la nueva ola que pueda surgir, est¨¢ aleccionada para creer en ella; la bohemia consta de cen¨¢culos, escuelas, grupos, c¨ªrculos y camarillas. Por lo tanto, si un cen¨¢culo alcanza a dominar al resto de la bohemia; sus puntos de vista ser¨¢n los que dominen la totalidad de la aldea (o sea, ?el mundo del arte?)?.En este esquema, base del divertido ensayo de Wolf, ese analizan, los mecanismos de funcionamiento de las sucesivas vanguardias desde ¨¦l expresionismo abstracto de Polleck al Phoito-realism de Becthle y Estes, pasando por el Pop-Art de Jaspers Johns, Warhol y Lichtenstein, el Op-Art de Riley y el Minimal Art de Walter Mar¨ªa, sin olvidar el arte conceptual.
La propuesta de Wolfe -quiz¨¢ tesis sea excesivo -no es otra que la de manifestar el papel preponderante de los cr¨ªticos en todo el proceso. Si Pollock existe, viene a decir, se debe en gran parte a Greemberg. Lo mismo ocurre con de Kooning y Rosemberg o Johns y Steinberg. Es el cr¨ªtico quien lanza, explica y justifica la obra del artista o dicho con otras palabras, sin una teor¨ªa -elaborada por el intermediario- no se puede ver un cuadro.
La sublimaci¨®n de esta propuesta la expone Wolfe en su ep¨ªlogo en el que describe una visita al Museo de Arte Moderno de Nueva York en el a?o 2000, y en la que el espectador podr¨¢ contemplar unos enormes carteles de metro y medio por dos, con los textos de los grandes profetas de la cr¨ªtica y al lado ?unas peque?as reproducciones de las obras maestras debidas a los ilustradores de la palabra en esa ¨¦poca, es decir, Johns, Louis, Noland, Stella y Olitski?.
La corrosi¨®n de Wolfe, que encarna un nuevo concepto del periodismo, en el que la objetividad parece perder puntos en aras de la brillantez textual, olvida, sin embargo, algo que a nuestro juicio resulta esencial en todo el tinglado cr¨ªtico -artista-comprador: el desequilibrio de lenguajes. Ninguna cr¨ªtica de arte sirve o todas las cr¨ªticas son v¨¢lidas. Desde el momento en que alguien analiza con palabras un cuadro, es decir, un hecho exclusivamente pl¨¢stico en el que la l¨ªnea y el color ocupan absolutamente su significaci¨®n, surge necesariamente el desequilibrio. Los discursos se mueven en niveles radicalmente distintos y los posibles aciertos o errores ser¨¢n conclusiones exclusivamente subjetivas del lector-espectador. Aceptado estocualquier manipulaci¨®n del cr¨ªtico sobre la obra del artista s¨®lo se aceptar¨¢ si sejustifica a prior? la funci¨®n misma del cr¨ªtico de arte. Lo dem¨¢s son palabras.
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