El viento general de Bonifacio
Conven¨ªa una r¨¢faga, lib¨¦rrima y liberadora, como la que ha dejado correr Bonifacio por las amplias salas de Castell¨®, 7. R¨¢faga, ola y vaiv¨¦n que explicita el concepto bergsoniano de duraci¨®n y, a tenor de su propio orden, convierte en desorden absoluto el mundo de las apariencias cotidianas., desencajadas de su ley y no acomodadas a otra de rango superior, m¨¢s universal y mucho m¨¢s indescifrable.
Una especie de Puzzle, en cuyo orden general no encajan las piezas por ser distintas a la duraci¨®n total en que se funda aqu¨¦l, y la ef¨ªmera temporalidad (y la l¨®gica) a que ¨¦stas se aclimatan y obedecen. Ni encajan ni jam¨¢s llegar¨¢n a encajar. El marco, ¨¢mbito o entorno, define una medida temporal completamente distinta de la de las apariencias (personas, animales y cosas) en ¨¦l dispuestas y enmarcadas.
Bonifacio
Salas de la Direcci¨®n General del Patrimonio Art¨ªstico y Cultural. Paseo de Calvo Sotelo, 20.
Galer¨ªa Juana Mord¨® Castell¨®, 7
Una ola implacable que va y viene (que dura), de acuerdo con su ley soberana, y unos grotescos personajillos, hom¨²nculos o proyectos de hom¨²nculos, eminentemente desorientados, despistados, at¨®nitos, que en su alocada pretensi¨®n de adecuar a sus actos el todopoderoso caudal ambiente y circundante (como un viento general a la redonda), se desmoronan (juguetes del viento son), se aniquilan y anonadan.
Escena diaria
Entre la duraci¨®n y la evanescencia, hay algo aqu¨ª igual siempre a s¨ª mismo y siempre cambiante: un c¨² Uulo de sistem¨¢ticas repeticiones, sobre el tel¨®n de fondo de una infinita diferencia: la escena diaria (la empresa diaria, la estancia diaria, la peripecia diaria, la perspectiva diaria...) se hace esencialmente distinta, por verse representada en el marco de lo esencialmente diferente.
Saltan las formas, se destruyen las apariencias (como hojas del universo), cruza, como un rel¨¢mpago, el rastro de una mirada, de un gesto pretencioso y congelado en su propio y rid¨ªculo instante; el sujeto que iba a dar una orden se queda a media s¨ªlaba, y a media mano del limbo se entontece el insensato tripulante del cometa..., en tanto va y viene el viento, accesible, en exclusiva, al pajarer¨ªo.
El pajarer¨ªo, s¨ª, y corneta y el personajillo mand¨®n y el alucinado tripulante... y el lucero del alba. Para dar cumplida noticia del espect¨¢culo total, montado por Bonifacio, habr¨ªa que hablar del lucero de alba y del raro p¨¢jaro del atardecer y del espantap¨¢jaros y de los pertinaces realquilados en buhardilla mitad a?il, mitad ropa, y de aquellas ?mujeres que vieron la nube en lo m¨¢s azul del lavadero?.
El puzzle
Habr¨ªa que traer a cuento el mascar¨®n-tarambana y el papel-monigote que dio en revolotear, un mi¨¦rcoles por la tarde (la tarde de un mi¨¦rcoles raramente enrarecido), y surc¨® paralelos y meridianos, solsticios y equinoccios..., y el p¨¢jaro, otra vez, que midi¨® pulcramente su peligrosa pirueta en la mism¨ªsima palma del vac¨ªo, y la extra?eza creciente del clima y el franco desacuerdo entre lo de arriba y lo de abajo.
Tales y otras mil son las piezas del puzzle. Pruebe usted a casarlas, si quiere obtener un mapa o itinerario de alguna congruencia. In¨²til. No concuerdan lo de arriba y lo de abajo. La ley del entorno no se aviene a las reglas del juego que para s¨ª quisieran sus eventuales moradores: discurren en temporalidades distintas, tan distintas como el vaiv¨¦n de la duraci¨®n general y la arbitraria precisi¨®n del minutero.
Pese a ciertas concomitancias caligr¨¢ficas con el rasgo de los pros¨¦litos del Zen (como cierto es su parentesco con el gesto del neo-expresionismo yanqui, con los esperpentos del COBRA, con las aventuras de los Fahlstr?m, Bertholo, Perilli... y dem¨¢s secuaces de la nueva figuraci¨®n narrativa), las estampas y semblanzas de nuestro hombre entra?an la ant¨ªtesis de lo oriental y de sus modernas emulaciones.
Duraci¨®n
?Lo q est¨¢ arriba ha de ser como lo que est¨¢ abajo, para que se produzca el milagro de la cosa una?, advierte la Tabula Smaradigna. Refractario al consejo de Hermes, parece nuestro hombre seguirla senda antag¨®nica: separar sistem¨¢ticamente lo circundante y lo circundado, acentuar el vaiv¨¦n o vendaval de la duraci¨®n, y dejar que en ella se desmembren (juguetes del viento son) presencias y apariencias.
Bonifacio carga todo el ¨¦nfasis en la diferencia del entorno (ola o r¨¢faga que va y viene desde s¨ª misma en perpetua e indecible duraci¨®n), disociando, a merced suya, la ef¨ªmera presencia de personajes y personajillos, como briznas o exhalaciones o evasnescencias de su mismo acontecer repititivo. Es el tel¨®n de fondo el que se agita y provoca la danza y dispersi¨®n (como hojas del universo), de todo el vecindario.
El cambio radical de la pintura de Bonifacio viene a centrarse precisamente en eso: en ceder toda la violencia del pincel (del chorret¨®n) con que antes sol¨ªa trazar el zig-zag de sus gui?olescos personajes (y personajillos), a la movilidad del entorno, de la atm¨®sfera circunstante de suerte que sea ¨¦sta, la que mueva y conmueva el mundo de las presencias, de las apariencias y de los sucesos diarios.
Un viento general
Son ahora los fondos ambientales los que, a tenor de una ley que les es propia y soberana, rigen el concierto policromo y fulgurante (a?il, rosa, negro, anaranjado, ocre, azul, siena, verdeamarillento...) de sus propios aires y de su propia e incesante circunvalaci¨®n; los que marcan el ritmo o presagian el v¨¦rtigo de los desquiciados moradores de abajo, convertidos en briza o ala de p¨¢jaro volandero.
?As¨ª el esp¨ªritu —sentencia el Eclesiast¨¦s— avanza en c¨ªrculos, y sobre sus propios c¨ªrculos regresa?. As¨ª tambi¨¦n el viento general de estas ¨²ltimas creaciones de Bonifacio nace de s¨ª mismo y hacia s¨ª mismo retorna, recorre su propio recorrido, siempre igual y siempre cambiante, y dispersa, a diestra y siniestra, presencias y apariencias en el g Dod contumaz de una desenfrenada e impalpable fuerza centr¨ªfuga.
Algo muy an¨¢logo a lo que ocurr¨ªa en la c¨¦lebre acuarela (o en las c¨¦lebres acuarelas) que Kandinsky realiz¨® en 1910, antes, mucho antes, de su dedicaci¨®n constructivista y de su magisterio en el Bauhaus: aquellas radiantes acuarelas, cuya animaci¨®n y conmoci¨®n quedaban confiadas a la atm¨®sfera, al tel¨®n de fondo, agitando y diseminando, a la redonda, los residuos de un acontecer en perpetua polvareda.
Mucho m¨¢s que con el furor del neo-expresionismo-yanqui o del grafismo a la COBRA o del retablo o cartel¨®n de la nueva figuraci¨®n narrativa, concuerdan las actuales pinturas de Bonifacio con las primeras acuarelas abstractas de Kandinsky. En unas y otras se hace obvio el contraste entre escenario y escena, entre el desmenbrado mundo de la repetici¨®n y el inmutable y durativo universo de la diferencia
Bienvenida, en todo caso la r¨¢faga que ha dejado correr Bonifacio por las amplias salas de Castello, 7, que, por libre y libertaria, admite el revoloteo del raro p¨¢jaro del atardecer, al lado de la nube que se reflejo en lo m¨¢s azul del lavadero, y el mascar¨®n y el espantap¨¢jaros y el cometa y su tripulante? sin olvidar a los pertinaces realquilados de la buhardilla, mitad rosa y divinamente pintada.
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