Idioma y ciudadan¨ªa
Bien hablar y bien escribir (no se me oculta lo relativo del adverbio: no aludo a oradores fluidos ni a escritores, sino a quienes se expresan ejercitando alg¨²n control sobre c¨®mo hablan y escriben) tiende a verse en nuestros d¨ªas como atributo de clase social. En realidad as¨ª es, y as¨ª ha parecido siempre pero con una diferencia importante: la clase que as¨ª se expresaba, se reconoc¨ªa como ?superior?; impresionaba e infund¨ªa respeto desde que empezaba a hablar, y escandalizaba si no lo hac¨ªa de aquel modo. Quienes proced¨ªamos de estratos sociales humild¨ªsimos, no cuestion¨¢bamos aquel lenguaje: trat¨¢bamos de apropi¨¢rnoslo. Hoy, no; las clases v¨ªctimas de la secular injusticia de la incultura, tienden a convertir esta en forma de cultura, y a proponerla como instrumento contra la otra, la denominada burguesa.Se enfrentan fundamentalmente los gustos en las artes y se introduce, dentro del bloque diferencial, el lenguaje. El idioma ?correcto? ya no resulta, para muchos, deseable, por entender que es una manifestaci¨®n m¨¢s de la superestructura. Les basta, dicen o piensan el suyo propio, el de su ¨¢mbito familia y socioecon¨®mico. De ese modo, el, idioma que oyen en las aulas y que quiere imbu¨ªrseles en ellas puede resultarles raro o ininteligible y desde?able. He aqu¨ª el primer problema grave con que puede enfrentarse el profesor en muchos centros (y en muchas regiones: pero tampoco me ocupar¨¦ ahora de tal cuesti¨®n): la indiferencia e incluso hostilidad de los estudiantes ante una lengua m¨¢s refinada, copiosa y flexible. La tentaci¨®n -qui¨¦n sabe si propiciada por rusonianos pedagogos- consistir¨¢, tal vez, en abandonar y resignarse: convertir la clase en tr¨¢mite de convicci¨®n. O por el contrario, hacer frente a aquel desinter¨¦s, enrigideciendo la exigencia: peligroso e injusto modo de reaccionar que inhabilitar¨ªa para la acci¨®n necesaria.
La situaci¨®n de perplejidad estuvo viva en la sociedad y en la pedagog¨ªa sovi¨¦ticas durante a?os. Y, si no estoy equivocado, acabaron con ella los art¨ªculos que public¨® Jos¨¦ Stalin en Pravda en 1950. Su esfuerzo se concentr¨® en demostrar que la lengua no es una superestructura crecida a la econom¨ªa y dependiente de ella. No debe confundirse, aseguraba el l¨ªder sovi¨¦tico, la lengua con la cultura: ¨¦sta puede ser burguesa o socialista, mientras que la lengua, como medio de comunicaci¨®n entre los hombres, es com¨²n a todo el pueblo. Y escrib¨ªa, dogm¨¢ticamente, pero con evidente raz¨®n: ?Esos camaradas (quienes pensaban lo contrario) se equivocan aravemente al afirmar que la existencia de dos culturas diferentes conduce a la formaci¨®n de dos lenguas diferentes y a la negaci¨®n de la necesidad de una lengua ¨²nica.?
La lengua debe ser considerada y tratada como ?organ¨®n?. La comunicaci¨®n no es su ¨²nico objetivo, sino tambi¨¦n la creaci¨®n del pensamiento. Son los objetos comunicables los que importan, no los signos, pero sucede que, sin signos, no hay objetos comunicables. Y que, por tanto, la potencialidad del pensamiento es funci¨®n de la riqueza y complejidad que posea el sistema s¨ªgmico, el idioma con que se piensa. Nada m¨¢s absurdo que valorar la pobreza de tal sistema como atributo de clase, como arrogante emblema de un estado social, de un modo peculiar de cultura. Un movimiento socializador, que tienda a una participaci¨®n colectiva en los bienes, no puede empezar deseando el empobrecimiento de ¨¦stos ni de sus medios de producci¨®n. Y ocurre que, dicho en toscos t¨¦rminos materiales, el idioma es un medio b¨¢sico de producci¨®n (cosa que ya afirm¨® N. J. Marr).
Creo que sin un convencimiento as¨ª o parecido, el profesor de espa?ol actuar¨¢ fr¨ªa o t¨ªmida mente ante el muy probable prejuicio de sus alumnos. Ha de estar muy persuadido de la bondad de su causa para que el desaliento no lo paralice (para exigir, por ejemplo, una ortograf¨ªa cuidadosa) y para poder transmitir a los escolares su propia convicci¨®n. El idioma de ¨¦stos, rudimentario, mezcla informe de vulgarismos, ?tics? callejeros y clich¨¦s, no es respetable. Pero debe ser respe tado (puesto que son inculpables) para montar sobre ¨¦l, estrat¨¦gicamente, su enriquecimiento. De alg¨²n modo deben convencerse los alumnos de que su estado ling¨¹¨ªstico, si no salen de ¨¦l, los frenar¨¢ social y profesionalmente (tambi¨¦n c¨ªvica y pol¨ªticamente). Y de que el profesor, decidi¨¦ndose a no intervenir, consagrar¨ªa una injusticia; porque siempre habr¨¢ muchachos, all¨ª o en otros centros, que posean mejores instrumentos de pensamiento y expresi¨®n, adquiridos en el medio cultural de que proceden.
Estimamos, por ello, absolutamente preciso que el profesor atraiga los alumnos hac¨ªa la lengua que el rivismo habla y escribe, a la norma culta media. Para lo cual, seg¨²n hemos dicho, resulta necesario partir del respeto total a las deficiencias expresivas de los muchachos: ¨¦stos no deben sentirse humillados, si hay que ganar su confianza y si se desea interesarlos eficazmente en el proceso de su perfeccionamiento. Puede llegarse a su inhibici¨®n y, como ya he dicho, a su hostilidad si se valora expl¨ªcitamente como muy bajo su idioma, si se lo reprochamos, si desde el primer momento, se les proponen modelos ref¨ªnados o exquisitos de literatura. El arte de empezar (?por d¨®nde?, ?c¨®mo?) es muy dificultoso, y variar¨¢ naturalmente. con el nivel de conocimientos de la clase, su procedencia, lugar, etc¨¦tera.
En cualquier caso, no deben proscribirse las peculiaridades individuales (idiolectos) o de grupo. Lo que s¨ª pensamos que debe hacerse pronto es ir acostumbrando a la autocr¨ªtica. a la conciencia reflexiva sobre c¨®mo se dicen las cosas. Es el problema de los ?registros? idiom¨¢ticos. La situaci¨®n culturalmente m¨¢s baja corresponde a aquellos que s¨®lo poseen un registro para su comunicaci¨®n. Es lo que suele ocurrir con multitud de alumnos en los primeros a?os de su actividad escolar. Una pedagog¨ªa ling¨¹¨ªstica racional. a la que los planes de estudio concedieran el tiempo preciso para su desarrollo, debe consistir en ir aumentando los registros en que el alumno puede expresarse, no para que menosprecie o suprima los m¨¢s llanos, familiares, regionales y hasta jergales que constituyen su h¨¢bito, sino para que aprenda a identificarlos como tales. Pretender que un muchacho se exprese, hablando o escribiendo, como un adulto educado ser¨ªa empresa vana e in¨²til, ya que ese adulto no se expresa -si no es pedante- de un modo uniforme, sino que cambia de registros con gran movilidad: en ello consiste su cultura.
Ese control cr¨ªtico es el que conviene imbuir a los escolares; no es el reproche del profesor lo que interesa, sino la calificaci¨®n que ellos mismos hagan de su propia expresi¨®n, conscientes deque est¨¢n utilizando un vulgarismo, un ?tic? estudiantil, un regionalismo, un localismo, una voz o un giro de ¨¢mbito familiar, etc¨¦ter¨¢, que no pertenecen a la lengua media culta, la cual deben ir poseyendo poco a poco, gracias al trabajo de las aulas y a su permeabilidad y receptibilidad para esa lengua.
Otra cuesti¨®n, y muy ardua, es la de las t¨¢cticas concretas para lograrlo. Nuestra tradici¨®n pedag¨®gica parece m¨¢s bien pobre en lo referente a la ense?anza pr¨¢ctica de la lengua materna. Tambi¨¦n en esto tenemos una revoluci¨®n pendiente, de la que nada se habla ni en las alturas oficiales ni en las otras. ?Para cu¨¢ndo la implantaci¨®n efectiva de una metodolog¨ªa eficaz, en una acci¨®n semejante a la que tuvo lugar en Francia a principios de siglo? No es cuesti¨®n intrascendente: la vida social depende de la cultura idiom¨¢tica de los ciudadanos mucho m¨¢s de lo que suele creerse. Y si no se pone remedio a tiempo -est¨¢ siendo ya demasiado tarde-, es l¨ªcito imaginar que van a resultar poco eficaces los esfuerzos que se hagan en otros ¨®rdenes de cosas para edificar una sociedad m¨¢s justa y progresiva.
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