La inevitabilidad USA
Raymond Aron, frecuentador afortunado de los m¨¢s diversos g¨¦neros de las Ciencias Sociales, visita asiduamente las relaciones internacionales, a las que dota de un contenido ideol¨®gico peculiar. En una primera ¨¦poca, fue hombre puente entre el pensamiento alem¨¢n y el frianc¨¦s y explot¨®, en beneficio propio -como denunci¨® Revel en La cabale des devots-, los trabajos m¨¢s importantes de Max Weber, cuya traducci¨®n dificult¨® durante m¨¢s de veinte a?os. M¨¢s tarde, ha sido hombre puente con el pensamiento anglosaj¨®n, divulgando en Europa las posiciones m¨¢s interesantes de los teorizadores norteamericanos en el campo de las relaciones internacionales.Estas etapas, y otras m¨¢s que no hay que detallar, van todas ellas, como digo, te?idas de una ideolog¨ªa concreta. Quiz¨¢ fuese m¨¢s riguroso decir que por encima de toda la obra de Aron, planea una constante que dota a sus escritos de una mezcla d¨¦ aire prof¨¦tico y de profunda desconfianza en el g¨¦nero humano. Aron es, fundamentalmente, un pesimista antropol¨®gico; sus juicios de valor lindan con un apocalipsis que se ba?a de una desbordante piscina de conocimientog hist¨®ricos. As¨ª sucedi¨® en su conocid¨ªsirrio Paix et guerre entre les nations (1962) y otro tanto ocurre en su muy reciente Penser la guerre, Clauseivitz (1976).
La Rep¨²blica imperial de Raymond Aron, Alianza Editorial, Madrid 1976
Su valoraci¨®n de las relaciones internacior¨ªales, m¨¢s exacto ser¨ªa decir para emplear sus propios t¨¦rminos la ?acci¨®n exterior? de los estados, est¨¢ impregnado de un moralismo -el que va desde Niebulir a Morgerithau- que parece determinar, fatal e irremisiblemente, el comportamiento de los actores internacionales, los cuales interpretan sus respectivos papeles en un escenario absolutamente hobbesiano.
La ?Rep¨²blica Imperial?
Parece obvio decir que La Rep¨²blica Imperialen cuesti¨®n designa a Estados Unidos de Am¨¦rica del Norte. Dos objeticos se fija Aron, previamente, en su estudio. Una, demostrar la inevitabilidad de la funci¨®n hegern¨®nica de EEUU, el ya tan lejano sue?o americano. Otra, exculpar a Washington de su acci¨®n exterior que resulta inherente al peso de la p¨²rpura. Como brillante polemista que es y h¨¢bil utilizador de conocimientos y fuentes hist¨®ricas, Aron parte en batalla, razonablemente, contra los nost¨¢lgicos del irrepetible aislacionismo de anta?o; ocasi¨®n que aprovecha para denostar vigorosamente los esfuerzos anal¨ªticos de los que denomina paramarxistas. Seg¨²n la ¨®ptica fatalista de Aron, Estados Unidos cae inevitablemente, al igual que otras grandes potencias de tiempos idos, en todas las servidumbres y grandezas del hegerri¨®n; cierto que practica una pol¨ªtica exterior imperial, pero no es, en modo alguno, imperialista; aunque para llegar a esta conclusi¨®n, Aron tenga que eludir continuamente el an¨¢lisis de las fuerzas econ¨®micas en presencia y se niegue a dar por buenas las m¨¢s recientes acepciones del fen¨®meno imperialista.
La guerra fria
Para elaborar su teor¨ªa y sus no menos interesantes derivaciones, Aron, sin desfigurar los datos de base, los interpreta en un s¨®lo sentido y los utiliza en funci¨®n de posiciones aprior¨ªsticas; en palabras m¨¢s simples, los manipula. El resultado no carece de buenas dosis de maniqueismo y de un aplastante esp¨ªritu de cruzada arcaizante; no en balde, Aron es un producto t¨ªpico de los a?os deguerra fr¨ªa, tiempo en el que la ¨²nica propuesta v¨¢lida en Occidente era la contenci¨®n del hermano-enemigo. Quiz¨¢ por ello, aparte SUS M¨¢s que discutibles an¨¢lisis sobre los conflictos de Corea y Vietnam, el marco en que m¨¢s c¨®modamente se mueve es el europeo; tambi¨¦n el que le ofrece mayores posibilidades para el ejercicio anal¨®gico. Y. por el contrario, pierde profundidad al considerar la pol¨ªtica norteamericana en el continente africano, y muy especialmente, en, Am¨¦rica Latina; punto en el que! no vacila en resucitar el irresistible complejo' de inferioridad que, seg¨²n Aron, padecen todos los que habitan al sur de R¨ªo G rande.Pero, como ante cualquier obra de Aron, su conocimiento no resulta gratuito; sus anatemas siempre son incidentes y la roturididad de sus afirmaciones invita a la discusi¨®n. Aunque esta Rep¨²blica Imperial exija, lamentablemente, el esfuerzo de una lectura penosisima, debida a una traducci¨®n de la que lo menos que se puede decir es que cualquier parecido con el original es pura coincidencia.
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