La primavera de Madrid no debe terminar
Las marchas y contramarchas de personajes y fracciones pol¨ªticas, que han solicitado en estos ¨²ltimos tiempos la atenci¨®n de la opini¨®n p¨²blica, han motivado un comentario bastante generalizado que me tacha de intransigencia. Como esta apreciaci¨®n, con ciertos matices de censura no me afecta a m¨ª solo, sino que alcanza a un partido que recientemente me ha ratificado su confianza, estimo necesario precisar unos conceptos.La palabra intransigencia evoca la idea de una obstinada negaci¨®n a admitir cualquier cambio, fundamentalmente en el orden ideol¨®gico. Seg¨²n la naturaleza de las ideas sobre las que esa obstinaci¨®n se proyecte, la intransigencia puede ser una virtud que pone una entereza espiritual al servicio de lo inmutable; o una simple terquedad de m¨¢s bajos vuelos, que ofrece la pertinacia al servicio de lo discutible. En materia pol¨ªtica, son muy pocos, poqu¨ªsimos, los principios doctrinales que justifican una inflexibilidad lindante con el sectarismo. Son harto m¨¢s numerosas aquellas otras cuestiones, que con la debida gradaci¨®n, admiten la prudente flexi¨®n de actitudes r¨ªgidamente enraizadas en un sano convencimiento.
Una y otra actitud no son, sin embargo, tan f¨¢cilmente delimitables e incluso definibles. Creo sinceramente que en no pocas ocasiones obedecen a razones de ¨ªndole tanto pr¨¢ctica como te¨®rica. Cuando a la largo de una vida de avatares de todo g¨¦nero se ha logrado afirmar el esp¨ªritu en una orientaci¨®n deol¨®gica invariable, reposa el alma en una dichosa paz interior, que compensa sobradamente toda clase de contradicciones y contratiempos. Se ha conseguido ocupar en la sociedad una morada modesta, pero tranquila; desprovista de adornos y oropeles, pero apta para asegurar la intimidad del alma; y que si no es la m¨¢s adecuada para pretender escalar los altos puestos de gran relieve, resulta muy bien avenida con aquella aurea mediocritas, que constitu¨ªa el ideal del gran poeta latino.
Quien ha alcanzado esa dicha, que muchas veces cuesta duros embates, puede permitirse el lujo de no tener prisa; de ver desfilar ante sus ojos el v¨¦rtigo de los que corren en direcciones a veces opuestas, sin acertar a regresar al punto de partida; de afirmarse cada vez m¨¢s en la creencia de que lo importante no es llegar pronto, sino llegar bien; y que en ocasiones el fracaso de no alcanzar la deseada meta puede tener su mejor compensaci¨®n en no haber querido pasar con indignidad de la mitad del camino.
No ha dado a todos Dios tan grande suerte, aunque tal vez la hayan merecido. De ah¨ª la prisa con que se afanan, con que se agitan, con que recorren los m¨¢s variados senderos, con que buscan en febril agitaci¨®n el alc¨¢zar de sus sue?os o, al menos, el palacio de que se creen sinceramente acreedores, aunque no sea m¨¢s que un acta de diputado con ayudas oficiales. Es el af¨¢n explicable de quienes, en el actual tumulto de la vida, crey¨¦ndose llamados al desempe?o de los m¨¢s altos destinos, no han conseguido iluminar su existencia con aquellos sublimes versos con que Fray Luis de Le¨®n enalteci¨® los muros sombr¨ªos de la c¨¢rcel de la Inquisici¨®n en Valladolid, al exaltar la felicidad de aqu¨¦l Que con pobre mesa y casa en el campo deleitoso, con s¨®lo Dios se compasa y a solas su vida pasa ni envidiado ni envidioso.
?C¨®mo no comprender -y desde luego c¨®mo no disculpar- la agitaci¨®n de los que no han logrado esa paz y no aciertan a distinguir la gran diferencia que existe entre paciencia e intransigencia?
Porque una de las ventajas m¨¢s grandes de la aparente obstinaci¨®n es la paciencia que engendra. Y esa sensata paciencia, aunque la afirmaci¨®n pueda parecer parad¨®jica, encierra la virtud de poder transigir en lo secundario -que es lo m¨¢s frecuente en la vida p¨²blica- cuando lo exige o al menos lo aconseja el bien com¨²n.
Quien sin la suficiente consistencia espiritual busca -nunca hay que descartar la buena fe- el remanso ideal donde poder fondear con sus inquietudes, puede verse expuesto al reproche de no contar con el lastre de unas convicciones sinceras. Y el valor ejemplar que muchas veces tienen los cambios inspirados en una personal concepci¨®n del bien com¨²n, se convierten en cambios aparentemente interesados, cuando no en ejercicios acrob¨¢ticos, que m¨¢s divierten que convencen.
Los que con la solidez de una convicci¨®n esencial, que han sabido, resistir los m¨¢s duros embates, se deciden un d¨ªa a colaboraciones m¨¢s o menos gratas, porque al bien del pa¨ªs lo exige, pueden hacerlo sin perder la credibilidad que tan necesaria es a los hombres y a las alianzas. M¨¢s como son conscientes de lo que una m¨ªnima dignidad exige, no podr¨¢n olvidar f¨¢cilmente la escasa confianza que inspiran ciertos conglomerados de apetitos concebidos con burda t¨¢ctica envolvente, que se reserva una l¨ªnea de retirada aunque sea a costa de dejar en la estacada a los aliados de la primera maniobra.
En Espa?a nos sentimos sacudidos por un fuerte vendaval que quebranta construcciones aparentemente s¨®lidas, y ci?e de ligereza y ambici¨®n cambios personales, que cuesta trabajo considerar como fruto de una convicci¨®n sincera. Hombres, muchas veces de val¨ªa, que sirvieron durante a?os y a¨²n decenios el r¨¦gimen totalitario, y personas que de buena fe lo disculparon y apoyaron, buscan hoy con premura el hogar que acoja sus actuales entusiasmos democr¨¢ticos por conseguir un acta. No nos asuste ni nos repugne ese ir y venir tantas veces est¨¦ril. Encontrar un s¨®lido refugio democr¨¢tico despu¨¦s de las sacudidas persecutorias de cuarenta a?os no es tarea f¨¢cil. Ser¨¢n necesarios a¨²n muchos cambios y mudanzas.
Los que hemos conseguido por convicci¨®n propia y por la presi¨®n de nuestros adversarios el don de la permanencia en nuestros ideales, sin sentirnos por ello farisaicamente mejores, y sin hacer alarde de puritanismos antip¨¢ticos, debemos esperar tranquilos y sin prisas, en el reposo de nuestro hogar sencillo y modesto, el d¨ªa anhelado de poder tender una mano a quien busque de buena fe un camino, y merezca, por supuesto, una ayuda.
Para poder ser accesible en los momentos cr¨ªticos, hay que mostrarse antes intransigente y duro, como corresponde a una convicci¨®n y no a una terquedad, aunque ello resulte de ordinario poco grato en el trato con los que tienen prisa.
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