"?Heuskara, jalgi adi Kampora!" (Lengua vasca sal afuera)
n estas medio m¨¢gicas palabras: ??Lengua vasca, sal afuera!?, el poeta benavarro Bernat Dechepare, en la primera obra impresa en euskara, en 1545, exhortaba a la vieja lengua a que saliese de sus medios r¨²sticos y pastoriles al ancho mundo de la cultura. ?Sal a la plaza.... sal al baile.... sal al mundo? -repite Dechepare en el estribillo de su poema-. Que es como si ahora se dijera: ?Sal a los medios de comunicaci¨®n..., sal a la Universidad..., sal a la t¨¦cnica y a la civilizaci¨®n...?Cuatro siglos despu¨¦s, las palabras de Dechepare, coreadas en vigorosas y enardecidas canciones por millares de j¨®venes, encuentran hoy en todo Euskalerria un eco inesperado. Un movimiento de recuperaci¨®n ling¨¹¨ªstica como no se hab¨ªa visto nunca en la historia del vascuence se est¨¢ produciendo ahora: movimiento de extensi¨®n, de fijaci¨®n, de actualizaci¨®n, de unificaci¨®n y de escolarizaci¨®n de la lengua, mucho m¨¢s profundo y potente que el incipiente que conocimos antes de la guerra.
CARLOS SANTAMARIA ANSA
'Director: .Narciso Ib¨¢?ez Menta. Figurines. ambientaci¨®n v escenarios: Vil¨ªn Cortezo llustraciones musicales: F¨¦rnando G.Morcillo. Int¨¦rpretes: Mar¨ªa Esperanza Navarro. Esther Gala, Loreta Tovar, AImudena Cotos, Beatri-Carvajal, Luisa Fernanda Gaona. Luis Zor¨²a, Tom¨¢s Zori.Jos¨¦ Alises y Fernando Teatro.
?Qu¨¦ eficacia tendr¨¢ todo este movimiento?, ?Hasta d¨®nde podr¨¢ llegar el euskara en esta etapa,completamente nueva de su existencia?
Resulta dif¨ªcil contestar a estas preguntas con objetividad. Pero hay un hecho que est¨¢ a la vista de todos los que quieran asomarse, a ¨¦l, y es la seriedad y la profundidad de la acci¨®n actual. Es evidente que para poner a punto un idioma abandonado durante tantos a?os se ha de realizar en poco tiempo la acci¨®n transformadora que en el castellano, como en otras lenguas, se ha ido haciendo a lo largo de siglos. Si se nos dice que esto es ?artificial?, porque no se trata de un proceso sem¨¢ntico ?natural? o ?puro?, convendremos en ello. Pero ?cu¨¢ndo las lenguas han vivido exclusivamente bajo la acci¨®n de causas puramente sem¨¢nticas? Detr¨¢s del movimiento que comentamos hay una fuerte presi¨®n ideol¨®gica -r¨¦conozc¨¢moslo-, y esto es, precisamente, lo que va a contar m¨¢s en este momento para la vida del euskara.
La dictadura, en sus primeros a?os, maltrat¨® terriblemente a las llamadas lenguas regionales. En mi ciudad se prohibi¨® el empleo del euskara en lugares p¨²blicos, mercados y tiendas: fueron retirados de las librer¨ªas todos los libros que llevasen un t¨ªtulo en lengua vasca; se oblig¨® a cambiar los nombres de algunas casas, etc¨¦tera, etc¨¦tera. Esta campa?a produjo un inmediato retroceso de la lengua; muchos padres vasco-parlantes se asustaron y decidieron no hablar a sus hijos en euskara. Hoy los hijos reclaman a los padres: ??Por qu¨¦ no nos lo ense?¨¢steis??
La persecuci¨®n del euskara no s¨®lo fue una injusticia y un error pol¨ªtico: fue tambi¨¦n, y sobre todo, una insigne estupidez. Aquella terrible poda ha resultado, a la larga, muy beneficiosa para la vida de nuestra lengua. Los amantes de la lengua vasca debernos estar muy agradecidos a nuestros perseguidores de entonces, por aquel revulsivo que nos aplicaron.
Debemos, sin embargo, decir las cosas como son: los mayores enemigos del euskara han estado siempre dentro del propio pueblo vasco. El vascuence ha sido en todo tiempo hist¨®rico una lengua proletaria, desestimada y menospreciada por las clases dirigentes y dominantes de la sociedad vasca, salvo honrosas excepciones. Nunca conoci¨®, que nosotros sepamos, ¨¦pocas de florecimiento literario y de prestigio social comparables a las que brillaron para el catal¨¢n y el gallego.
Desde que en tierra vasca, tierra de Berceo, apareci¨® uno de los m¨¢s hermosos manantiales del romance castellano, todos los hombres ricos e importantes del pa¨ªs, monjes, se?ores, juristas y cortesanos, prefirieron el castellano a la lengua vern¨¢cula, dejando ¨¦sta para la gente ruda, ignorante y... pobre.
El vascuence nunca tuvo oficialidad. Las mismas Juntas generales se celebraron, casi siempre, en romance. A principios del siglo XV se lleg¨® a decretar que no pudieran tomar parte en ellas quienes no supiesen hablar y escribir perfectamente en castellano, cosa que en la misma Castilla muy pocos sab¨ªan en aquella ¨¦poca. Protest¨® el pueblo, pidiendo que el vascuence se implantara en las Juntas, para que en ¨¦stas pudieran tambi¨¦n participar las ?gentes sencillas ? y no s¨®lo los ?caballeros y letrados?. Pero en vano. Como se ve en los comentarios de Larramendi, dos siglos m¨¢s tarde, la utilizaci¨®n del castellano continu¨® vinculada a las clases poderosas, como un signo de discriminaci¨®n social.
El vascuence era, pues, una lengua infravalorada, rechazada por la ideolog¨ªa dominante. Este ha sido, hasta hace poco tiempo, su mal principal y, casi dir¨ªa yo, su ¨²nico mal, del que se derivan todos los dem¨¢s.
Las causas o factores propia mente sem¨¢nticos no son nunca las que en realidad determinan la vida o muerte de las lenguas. La valoraci¨®n ideol¨®gica de una lengua condiciona enormemente sus posibilidades de supervivencia en una sociedad determinada
En Vasconia se est¨¢ produciendo ahora un cambio de signo en la valoraci¨®n ideol¨®gica del euskara. El prestigio social de esta lengua ha crecido de pronto enormemente. Y en esta mutaci¨®n ideol¨®gica veo yo la principal importancia del momento ling¨¹¨ªstico actual dentro del pa¨ªs vasco.
Ahora bien, los conflictos de lenguas son de extraordinaria complejidad y exigen un tratamiento pol¨ªtico y cultural muy delicado.
La mayor parte de los espa?oles tienen el castellano por ¨²nica lengua y no conciben siquiera que pueda existir problema acerca de esto. ?Puesto que todos los ciudadanos conocen la lengua espa?ola -dicen-, el supuesto problema est¨¢ ya resuelto y todos podemos entendernos perfectamente con tal de que hablemos espa?ol.? Pero las cosas no son tan simples como esto. El problema de las lenguas no consiste s¨®lo en el ?entenderse?. Alcanza otras zonas y estratos mucho m¨¢s profundos del vivir humano.
Todos -o casi todos- estamos de acuerdo en que el Estado espa?ol puede y debe,exigir a sus ciudadanos una correcta posesi¨®n del idioma oficial. Y otro tanto podr¨ªa decirse, mutatis mutandis, del Estado franc¨¦s. La cosa es tanto m¨¢s racional y deseable cuanto que el espa?ol y el franc¨¦s son lenguas de extensi¨®n universal y de gran desarrollo cultural, cuya posesi¨®n es un bien apreciable.
Pero el hecho de que el castellano sea la lengua oficial del Estado espa?ol no le autoriza en modo alguno aconvertirse en el depredador de las dem¨¢s especies ling¨¹isticas peninsulares. Y ¨¦sto es precisamente lo que ha ocurrido y lo que est¨¢ ocurriend¨®, porque a trav¨¦s del monopolio de la Escuela y de otra serie de medios estatales, el progreso de la lengua oficial se hace a costa de la destrucci¨®n o del empobrecimiento radical de las otras lenguas.
Una pol¨ªtica ling¨¹¨ªstica ser¨¢ necesaria para salir de esta jungla cazadera. Por una parte, la afirmaci¨®n po r el Estado del deber de conocimiento de la lengua oficial y el establecimiento de los medios necesarios para su cumplimiento de un modo huimano y civilizado. Por otra. el reconocimiento de la libertad de las etnias o naciones para hacer de sus propias lenguas lo que ellas mismas quieran, por medio de la autonom¨ªa cultural, primera que ha de serles reconocida. M¨¢s a¨²n: yo dir¨ªa que, sin perjuicio de reconocer las autonom¨ªas, el Estado deber¨ªa adaptar tambi¨¦n su propia administraci¨®n al hecho de las lenguas y de los pueblos, haciendo que sus propios funcionarios, o gran parte de ellos, conozcan tambi¨¦n el idioma del pa¨ªs en que hayan de prestar sus servicios, para que, as¨ª su comunicaci¨®n con el pueblo, sea m¨¢s real y no se reduzca a un puro ?entenderse?. Este deber del funcionario no est¨¢ en contradicci¨®n con el deber del ciudadano: ambos deben complementarse y no oponerse. No s¨®lo el pueblo debe saber la lengua del funcionario. El funcionario instalado debe saber tambi¨¦n la lengua del pueblo.
El problema de las lenguas fue planteado en las, Constituyentes republicanas, en los a?os 31 y 32, al discutirse, primero, la Constituci¨®n y luego el Estatuto catal¨¢n. Asombra ver la pobreza, la improvisaci¨®n y el partidismo que reinaban en aquellos debates. Muchos diputados castellanos votaron contra su propia conciencia o, por lo menos, contra su propio deseo, porque en todos aquellos debates pes¨® un pacto pol¨ªtico previo, que los partidos ten¨ªan que cumplir. Pero el fondo humano del problema, el derecho de toda etnia a su propia identidad, no fue cordialmente aceptado en ning¨²n momento. Lo imped¨ªan los prejuicios jacobinos y estatistas de la gran mayor¨ªa de los parlamentarios, mayor¨ªa en la que ciertamente estaban incluidos hombres tan cultos como Ortega y Unamuno. No ser¨ªa de despar que nada parecido volviera a ocurrir ahora.
Tenemos derecho a esperar algo mejor.
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