La voz que llega del silencio
Una ¨¦poca. Toda una ¨¦poca, cerrada, filiada y recordada sobre un escenario. Y no me refiero al tiempo de la acci¨®n. Me refiero al de la escritura. Me es imposible, absolutamente imposible, ignorar que este texto viene del silencio, como del silencio viene su autor. Recuerdo ahora una antiguo lectura, una lectura de La condecoraci¨®n a un grupo de amigos, poco menos que convertidos en conspiradores, en que Olmo nos comunic¨®, a la vez, la comedia y la prohibici¨®n de la comedia. Ahora el autor ni ha hecho bandera de la vieja prohibici¨®n, ni ha confundido al p¨²blico con una presentaci¨®n atemporal. A veces nos parece que el tiempo se suspende y a veces que vuela. Yo me felicito del decoro con que Olmo y Gonz¨¢lez Vergel nos presentan La condecoraci¨®n y nos recuerdan, con un montaje naturalista, que corresponde a una ¨¦poca de grandes catacumbas teatrales, a un per¨ªodo de nuestra vida, a¨²n cercano y ya, parad¨®jicamente, lejano, y que las arrugas de los personajes est¨¢n pidiendo piedad. Turbadora, representaci¨®n, Por el texto, por el montaje, por el autor, por los personajes y por nosotros mismos.Lauro Olmo ha subtitulado su obra como Una historia de postguerra. Una historia, pues, de hace veinte a?os. Exactamente del momento empavonecedor en que la crisis llamada generacional se explicita en el desasosiego y tensi¨®n de las relaciones entre- unos padres ce?idos a los condicionamientos de la guerra civil, y unos hijos que reaccionan. El catalizador dram¨¢tico es la condecoraci¨®n otorgada al padre el mismo d¨ªa en que el hijo es detenido. La temblorosa unidad familiar acusa y especifica el impacto del gran remolino hist¨®rico que sacude con un fuerte aldabonazo la tentaci¨®n del inmovilismo, la victoria petrificada, la inercia y erosi¨®n del ganador. Toda la primera parte de La condecoraci¨®n es un ejercicio de definiciones que va explorando -como un bistur¨ª-, con dolor, sin safia, casi con ternura, las heridas que produce una severa toma de conciencia. Los personajes son conscientes de esa peripecia y parecen conteniplarsey analizar permanentemente sus comportamientos oblig¨¢ndonos a reflexionar, admitir o rechazar. No hay neutralidad posible frente a esa primera parte. Se trata, como dice Olmo, de ?seres vivos, seres familiares, seres nuestros? en los que resuena la memoria de un gran fratricidio. Se est¨¢ hablando nada menos que de la condici¨®n humana. No puede hacerse sin un dolorido cauterio. La herida es se: ria y la sonda penetra. Estremecedor.
La condecoraci¨®n (Una historia de postguerra)
Autor: Lauro Olmo. Director: Alberto Gonz¨¢lez VergeL Decorador: Emilio Burgos. Int¨¦rpretes: Mary Paz Pondal, Queta Claver, Charo Zapardiel, Alberto Alonso, Manuel Torremocha,Carlos Lemasy Jes¨²s Enguita. Teatro lnfanta Isabel
La segunda parte tiene una tensi¨®n distinta. El enfrentamiento toma una v¨ªa indirecta y deja de ser representativo para desviarse hacia una historia m¨¢s concreta, quiz¨¢ m¨¢s teatral pero, sin duda, menos profunda. Olmo quer¨ªa estrenar.
La verdad es que es tremendo. Lauro Olmo lleg¨® al teatro, hace quince a?os, casi d¨ªa por d¨ªa, con La camisa, espl¨¦ndida propuesta que consagr¨® al autor y puso en pie, hermosamente, toda una estupenda corriente de realismo cr¨ªtico. En los cinco a?os si guientes, con regular fortuna, Olmo nos ,brind¨® El cuerpo, English spoken y La pechuga de la sardina. Hace tres a?os nos present¨® una burla cr¨ªtico-par¨®dica:Historia de un pechicidio. Y siempre se nos fue quedando atr¨¢s La condecoraci¨®n. Era el texto clave de la b¨®veda dram¨¢tica que explicaba la trayectoria del autor: cr¨ªtico, realista, popular, buen observador, honesto, comprometido, directo y ansioso por comprender y explicar.
Todo ello est¨¢ muy claro en el espect¨¢culo del Infanta Isabel Gonz¨¢lez Vergel, con su minuciosidad implacable, ha puesto data y lugar a la obra, Ambientaci¨®n cuidad¨ªsima, ancha comunicaci¨®n sonora con todos los signos del espectro: voces, m¨²sicas, ruidos, y hasta silencios. Y una interpretaci¨®n apretada, clarificadora del texto y el subtexto, interpretaci¨®n que mantiene,y a¨ªsla las tensiones, personales y los choques dram¨¢ticos, interpretaci¨®n que incluso recuerda las temperaturas de nuestro teatro de hace veinte a?os.
Y, quien fuese, decidi¨® confiar el papel del padre a Carlos Lemos, que es un actor de encarnadura bondadosa, y el del hijo, a Allberto Alonso, joven actor capaz de un registro cargado de arideces y, chirridos, con lo que el enfrentamiento se envuelve en hist¨®rica -y teatral- conmiseraci¨®n. Estuvieron muy bien. La historicidad se recarg¨® en Queta Claver y en Manuel Torremocha. Charo Zapardiel suaviz¨® la ruda estampa de la generacion joven y una viva pareja impetuosa y alegre -Mary Paz Pondal y Jes¨²s Enguita- contrapunte¨® la tensi¨®n dram¨¢tica alivi¨¢ndola con una alegre bocanada de populismo desenfadado.
Vuelvo al principio. No s¨¦ lo que estar¨ªa escribiendo si esta?bra hubiese subido a un escenario en el momento en que se escribi¨®. Vista hoy, se asocia a la historia directa la memoria del pasado. No s¨¦ cu¨¢l de estos elementos es m¨¢s estremecedor. Es casi lo que vino a decir, con emoci¨®n y fatiga, el dolorido autor que tambi¨¦n -y m¨¢s que nadieestrenaba con veinte a?os de retraso.
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