El dif¨ªcil gobierno desde el centro: Italia / 2
Es imposible analizar en unas l¨ªneas las razones profundas de ese desorden irreparable que parece regir la vida pol¨ªtica italiana desde hace unos a?os. Sin embargo, en la ¨®ptica que nos interesa de discutir algunas expenencias de Gobiernos de centro, el caso italiano es muy revelador de los peligros que acechan a cualquier sociedad que pretenda vivir de espaldas a un m¨ªnimo de reforma econ¨®mica y social.Desde finales de la segunda guerra mundial, Italia ha sido gobernada desde el centro porla Democracia Cristiana. Primero, al centro- derecha hasta comienzos de los a?os 60. Luego, al centro izquierda hasta 1976. Ahora es dif¨ªcil decir qu¨¦ centro gobierna, puesto que el Gobierno minoritario dem¨®crata cristiano subsiste gracias al apoyo t¨¢cito de los comunistas. Tan largos a?os de gobierno centrista no han sido suficientes, seg¨²n parece, para permitir a los equipos sucesivos llevar a cabo esa cosa tan simple para la que las naciones pagan a sus hombres pol¨ªticos: gobernar.
En el caso de Italia, el dualismo exacerbado de la econom¨ªa.y la sociedad ha contribuido a debilitar el papel del Estado, y, por consiguiente, a complicar singularmente la tarea de un Gobierno que debe regir con las mismas leyes dos pa¨ªses (Norte y Sur), en realidad, muy diferentes. Estas circunstancias pueden atenuar la responsabilidad de la Democracia Cristiana a la hora de hacer un balance, pero no pueden, en modo alguno, eximirla de su principal defecto: su falta de esp¨ªritu de reforma.En m¨¢s de treinta-a?os de gobierno ce,ntrista, el lema de los gobernantes italianos parece haber sido el de que nada, absolutamente nada, cambie. Nada de lo esencial, de los privilegios de la clase gobernante, de esa extra?a mezcla de burgues¨ªa industrial, de cl¨¦rigos a la florentina y de adeptos de la Mafia que ha gobernado Italia desde hace m¨¢s de un siglo.
El problema, sin embargo, a principios de los a?os sesenta era simple: tras unos a?os de crecimiento econ¨®mico muy r¨¢pido, la sociedad italiana aspiraba a un cambio profundo. La clase obrera se hab¨ªa organizado en Sindicatos cuyo poder de negoc¨ªaci¨®ni era tanto m¨¢s elevado cuanto que la mano de obra comenzaba a escasear en algunos, sectores; la burgues¨ªa industrial del Norte hab¨ªa obtenido del crecimiento econ¨®mico beneficios suficientes como para organizar una industria competitiva y moderna. Faltaba, en este proceso de transformaci¨®n, una administraci¨®n capaz de crear las condiciones necesarias para que el enfrentamiento entre los agentes del cambio econ¨®mico y social (obreros y empresarios) condujera al progreso del pa¨ªs y no.a su estancamiento y ruina. Faltaba la voluntad pol¨ªtica de una reforma que hubiera hecho de las reivindicaciones obreras un acicate para la modernizaci¨®n de las empresas y que hubiera canalizado los beneficios obtenidos por ¨¦stas hacia la inversi¨®n productiva. El objetivo econ¨®mico (casi ¨²nico) del centro izquierda fue la nacionalizaci¨®n del sector de la energ¨ªa el¨¦ctrica, cuyas consecuencias sobre el mercado de capitalesfueron enormes. La burgues¨ªa industrial perdi¨® confianza en su propio sistema y comenz¨® a exportar capital al exterior y a no invertir en el interior hasta tal .punto que el nivel de inversi¨®n en 1972 era inferior al obtenido diez a?os antes.
Los Sindicatos, conscientes desu nueva fuerza pol¨ªtica, se volvieron hacia las empresas para negociar una especie de ?pacto social? a la italiana en el que el Estado actu¨® de mero espectador.
Las consecuencias no tardaron en manifestarse: sin un marco general en el que encajar eljuego d¨¦ los agentes sociales, las decisiones de ¨¦stos resultaron no ser compatibles con el inter¨¦s general. El caso de la indiciaci¨®n completa de los salarios (negociada en 1975) es perfectamente revelador: en s¨ª, la indiciaci¨®n no es ni buena ni mala. Pero en una sociedad en la que el Estado es incapaz de recaudar los impuestos adecuadamente y de modificarlos seg¨²n lo exijan las circunstancias econ¨®micas, la indiciaci¨®n, tal y como se practica en Italia, introduce -una rigidez extrema en los mecanismos de ajuste de la econom¨ªa.
Actualmente, los Sindic¨¢tos se niegan -con raz¨®n- a pagar la factura que el Gobierno y los empresarios les pasan al pedirles que renuncien a la indiciaci¨®n sin contrapartida. Por su parte, los ricos contin¨²an poniendo sus fortunas al abrigo. Ni la izquierda ni la derecha parecen estar en condiciones de ofrecer una alternativa viable y el centro, tras treinta a?os de ineficacia y malgobierno, no tiene ya nada que proponer. Ni tan siquiera una refornin
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