Su¨¢rez
El presidente Su¨¢rez deshoja la margarita. ?Ser¨¢ o no candidato en las pr¨®ximas elecciones? Las consultas y los susurros se suceden en la Moncloa, y hasta los m¨¢s avezados aventuran que es la propia Corona quien le empuja a la mesa electoral. Ha habido momentos de desconcierto; algunos l¨ªderes pol¨ªticos andan todav¨ªa confusos sobre la posici¨®n a adoptar. Pero hoy la respuesta, que algunos solicitan, es ya bastante clara: Su¨¢rez no debe presentarse, y su actitud en este punto ha de ser inequ¨ªvoca cuanto antes.Para hacer semejante aserto existen cantidad de razones del m¨¢s variado g¨¦nero. Razones ¨¦ticas, razones pol¨ªticas, razones hist¨®ricas, y hasta razones pragm¨¢ticas. Por el contrario, para justificar la candidatura del presidente corre la especie de un temor acrecido a la eventual victoria de Alianza Popular en los pr¨®ximos comicios. Cada asesinato, cada huelga, y hasta cada subida de gasolina -aunque sea Silva el presidente de la Campsa- se dice que son votos a favor de los franquistas (reconstituidos). Los soci¨®logos han depositado carpetas enormes sobre las mesas oficiales que dan a la Alianza hasta el 30 % en algunas provincias rurales. Esta, al parecer, rentabiliza el sufragio del miedo en un pueblo con conciencia hist¨®rica de la sangre y el hambre, y tambi¨¦n de c¨®mo las gasta cierta derecha cuando pierde las votaciones. Se dice entonces que Su¨¢rez es el ¨²nico capaz de frenar tan irresistible ascensi¨®n de las sombras de la dictadura. Pues ni a¨²n as¨ª parece que deba presentarse.
Merece la pena recapacitar sobre el hecho de que las pr¨®ximas elecciones son, o deben ser, para unas Cortes constituyentes. Quiere esto decir que tendr¨¢n como fundamental y casi ¨²nica misi¨®n redactar una constituci¨®n democr¨¢tica que nos reconozca por fin a los espa?oles la mayor¨ªa de edad pol¨ªtica. A este respecto conviene se?alar que la dial¨¦ctica ordenancista del franquismo se ha encargado de aburrirnos de tal manera a base de reformas pol¨ªticas, que cuando llegue la de verdad los espa?oles amenazan con no cre¨¦rsela. Claro que menos se la creer¨¢n si al final resulta que los que la hagan ser¨¢n los autores de las anteriores: los mismos se?ores, un tiempo digitales y luego por lo visto representativos, dedicados nuevamente a discutir las mismas cosas desde los mismos sillones. Unas Cortes constituyentes no deben ser una farsa, ni tampoco un artilugio canovista, a estas alturas de nuestra historia, sino la representaci¨®n aut¨¦ntica de un pueblo responsable, empe?ado en encontrar normas v¨¢lidas para su convivencia en libertad. Han de ser breves y convocar a nuevas elecciones generales, sin apasionarse entretanto por los problemas del Gobierno. Las elecciones de junio -si por fin se convocan y por fin son en junio- no son pues unas elecciones para gobernar, y ni siquiera unas legislativas al uso. Son un acto ¨²nico y ojal¨¢ que irrepetible en la historia pol¨ªtica espa?ola de los pr¨®ximos cincuenta a?os. Su objeto: reconocerle al pueblo su soberan¨ªa y garantizarle jur¨ªdicamente el ejercicio de ¨¦sta.
La peculiaridad del sistema empleado para llegar a estas elecciones implica una presi¨®n efectiva del Gobierno sobre el contenido de las mismas. Aun con las inelegibilidades propuestas, el ejecutivo mantienegran cantidad de resortes de poder. El aparato burocr¨¢tico franquista pesar¨¢ enormente, lo mismo que los medios de comunicaci¨®n oficial, pues por m¨¢s que se haga a estas alturas para controlar los excesos, ya no hay tiempo para hacer verdaderamente nada. La polic¨ªa pol¨ªtica no ha sido desmontada; los centros de influencia econ¨®mica del Estado siguen en las mismas manos que anta?o; la persecuci¨®n a los partidos de izquierda, las prohibiciones de actos p¨²blicos... son el s¨ªntoma de que a la postre todo el aparato represivo del franquismo contin¨²a en pie. S¨®lo que se ha hecho m¨¢s tolerante y comprensivo. La Oposici¨®n ha pasado por todo ello, y seguir¨¢ pasando, porque es consciente de su propia debilidad, agigantada con su error de planteamiento cara al refer¨¦ndum de diciembre y porque padece los mismos temores que el com¨²n de los espa?oles. Tambi¨¦n, sin duda, por un sentido del patriotismo y de la profesionalidad pol¨ªtica. Pero todos sabemos que estas elecciones, por limpias que sean y por limpias que quiera hacerlas el Gobierno, ser¨¢n al cabo unas elecciones que se aceptar¨¢n s¨®lo porque es preciso aceptarlas. Se deben poner entonces los menores obst¨¢culos posibles para ello.
Uno de esos obst¨¢culos es la actual inc¨®gnita sobre los partidos que van a poder presentarse. Otro, el comportamiento real y no te¨®rico de la televisi¨®n. El obst¨¢culo adicional ser¨ªa la irrupci¨®n de Su¨¢rez, en la campa?a electoral. Su¨¢rez -ya se ha dicho- no necesita ser elegido para continuar como presidente de Gobierno, y no precisa la ratificaci¨®n, un poco ingenua en las actuales circunstancias, del sufragio electoral en una circuriscripci¨®n, por querida que le sea. En este sentido no resultar¨ªa preocupante que se presentara a senador por ?vila, en solitario y como acto simb¨®lico. Ser¨ªa en cambio innecesario y torpe, sobre todo cuando no ha dejado hacerlo a sus ministros. Pero si adem¨¢s encabeza una lista de candidatos, pretendiendo avalar con su gesti¨®n el futuro pol¨ªtico de un partido o coalici¨®n, el prestigio que ha ganado y que merece como gobernante comenzar¨ªa a desvanecerse. Semejante actitud equivaldr¨ªa a querer rentabilizar una gesti¨®n pol¨ªtica cuyo ¨²ltimo centro de decisiones hay que buscar en la Zarzuela, en beneficio de un equipo concreto y en una situaci¨®n de clara desigualdad de oportunidades para los partidos democr¨¢ticos. Por eso, y aunque estos estuvieran dispuestos tambi¨¦n a pasar por ello, hay que decir que la verg¨¹enza p¨²blica no debe hacerlo, Y que de lo contrario se identificar¨ªa m¨¢s a¨²n la acci¨®n contingente del Gobierno con el papel institucional del Monarca.
La ¨¦tica predica que el juego electoral ha de ser limpio, lo m¨¢s limpio posible. La pol¨ªtica se?ala que debe parecerlo tambi¨¦n. La historia, por lo dem¨¢s, ense?a que los hombres de Estado, y Su¨¢rez aspira a serlo, deben pensar no en las pr¨®ximas elecciones sino en la pr¨®xima generaci¨®n. No hay m¨¢s motivos visibles para su eventual candidatura que la ambici¨®n, la ingenuidad o el miedo. Su ambici¨®n es saciable porque puede pactar sin esfuerzo su permanencia al frente del consejo durante las constituyentes. Su ingenuidad improcedente: el acta de ?vila, que ya logr¨® en otras circunstancias, no a?ade un ¨¢pice de brillo a su ya muy brillante historial. En cuanto al miedo, que evidentemente es libre, no debe tenerlo a un conglomerado de franquistas inconsolables quien a la postre es un presidente de la Ley Org¨¢nica, cuyo poder entero emana del propio franquismo.
Es preciso evitar que la vieja guardia de la dictadura se haga con el poder utilizando los resortes del propio sistema, donde han colocado desde anta?o sus caciques y sus peones. Pero no es con franquismo como se ha de combatir el franquismo. Y en las democracias la cuesti¨®n de m¨¦todos nunca es marginal.
Su¨¢rez es un hombre querido y admirado por las gentes, pero no debe equivocar los gestos del aplauso. Cuando subi¨® al poder, muchos no daban un adarme por su futuro pol¨ªtico. Con habilidad y tes¨®n supo ganarse hasta a los m¨¢s esc¨¦pticos. No debe estropear ahora lo que tanto esfuerzo le ha costado. El comienzo de su campa?a electoral ser¨ªa tambi¨¦n -por m¨¢s abrumadora que resultara su victoria- el del declive de su prestigio hist¨®rico. Ganar¨ªa las elecciones, pero perder¨ªa el futuro. Y quiz¨¢, sin propon¨¦rselo, tambi¨¦n el de su Rey.
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