No hay "hombres del Rey"
DON TORCUATO Fern¨¢ndez Miranda es el presidente de las Cortes y del Consejo del Reino. Las instituciones que preside responden al dise?o personal que trazara el anterior jefe del Estado.El se?or Fern¨¢ndez Miranda, en el protocolo oficial la tercera autoridad de la naci¨®n, ha declarado recientemente que no ser¨¢ candidato en las pr¨®ximas elecciones, y ha a?adido: ?Yo me debo a la persona que me ha designado. Mientras tenga la confianza del Rey seguir¨¦ en mi puesto, cuyo mandato es de seis a?os. ?
Ambas afirmaciones requieren una respetuosa pero tajante matizaci¨®n. La primera, m¨¢s sutil que la segunda. El se?or Fern¨¢ndez-Miranda no ignorar¨¢ probablemente que la voz popular o el rumor pol¨ªtico le ha atribuido una relaci¨®n especialmente estrecha, y en ciertos aspectos infundada, con don Juan Carlos I como antiguo profesor del que fue Pr¨ªncipe de Espa?a. Por eso ser¨ªa deseable una prudencia, tambi¨¦n especial, a la hora de usar un t¨¦rmino, aqu¨ª involuntariamente equ¨ªvoco, como es ?la confianza del Rey?.
La observaci¨®n ser¨ªa innecesaria si no se hubiera producido, hace unos meses, otra puntualizaci¨®n del presidente del Consejo del Reino cuando, tras la deliberaci¨®n para las ternas de la Presidencia del Gobierno, el 4 de julio ¨²ltimo, el se?or Fern¨¢ndez-Miranda declarara: ?Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido.? La notoria desventura de la frase -que diversos corresponsales aseguraron o¨ªr- ser¨ªa luego rectificada con insuficiente precisi¨®n.
Las an¨¦cdotas son a veces reveladoras, sobre todo en ¨¦pocas de tr¨¢nsito en que los reg¨ªmenes nuevos se definen tambi¨¦n por peque?os gestos. Ahora bien, si estas frases del se?or Fern¨¢ndez-Miranda eran vagas e imprecisas, la ¨²ltima que comentamos es tajante: ?Mi mandato es de seis a?os. ? Tal era, en efecto, el plazo reconocido por la ley Org¨¢nica del general Franco para el presidente de las Cortes. Pero, ?debe considerarse tambi¨¦n permanente e inalterable este precepto? ?No habr¨ªa un punto de oficiosidad hist¨®rica en su apremiante recordaci¨®n?
El antiguo vicepresidente del Gobierno Carrero revis¨®, derog¨® y sustituy¨® no pocas normas, algunas fundamentales, lo cual no es necesariamente malo, pues de lo contrario seguir¨ªa vigente el, c¨®digo de Eurico, que hacia el siglo V esboz¨® los primeros intentos del parlamentarismo hispano. Pero esa misma fluidez de la vida y de la historia no debe llevarle a considerar inmutable el plazo de su elecci¨®n en un momento en que todo cambia.
Sin una clara delimitaci¨®n de objetivos ¨²ltimos, la confusi¨®n seguir¨¢ dominando la escena pol¨ªtica espa?ola en forma insistente. Esa confusi¨®n es, en parte, espont¨¢nea, y en parte deliberada. Porque la ambig¨¹edad puede ser utilizada muchas veces para prolongar una situaci¨®n, alterando simplemente el nominalismo de ciertos vocablos sin cambio sustancial en la esencia de la filosof¨ªa del poder.La Monarqu¨ªa es una instituci¨®n muy compleja y de no f¨¢cil entendimiento. Hist¨®ricamente ha fracasado en unas latitudes y se ha consolidado firmemente en otras. La Corona, dato a considerar, ha sobrevivido en los pa¨ªses m¨¢s progresivos del Occidente, donde rinde diarios servicios de arbitraje pol¨ªtico y cohesi¨®n nacional. Las monarqu¨ªas europeas coinciden, al menos, en tres cosas: su legitimidad democr¨¢tica, su legitimidad hist¨®rica -doble soporte indispensable a la instituci¨®n real- y su imagen de imparcialidad, por encima de todo partido, tendencia o inter¨¦s. En esta direcci¨®n parece haber orientado inequ¨ªvocamente su reinado don Juan Carlos I desde noviembre de 1975.
Nadie debe difuminar esta imagen cuando la Corona juega un decisivo papel en el arbitraje y la coherencia del tr¨¢nsito espa?ol.
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