En el cincuentenario de su muerte
Frente al impulso dionisiaco de Picasso (...) Juan Gris aporta una nobleza apol¨ªnea. Se debe este texto fragmentario (que en su puntos suspensivos destaca la alta tensi¨®n del lirismo espa?ol) a la pluma de Jean Leymarie, comisario general de los museos franceses. Con toda intenci¨®n lo he arrancado del cat¨¢logo general de la memorable Exposici¨®n antol¨®gica de Juan Gris, organizada, hace apenas tres a?os, por la Asociaci¨®n de Museos Nacionales de Francia (con el concurso de otros comisarios de exposiciones y conservadores de museos, y el cuidado de los servicios t¨¦cnicos del Louvre) y clausurada, tras cuatro holgados meses de exhibici¨®n, en la Orangerie des Tulleries.
No le sea abundosa al lector la suma de estos datos, cuando lo que con ellos se quiere subrayar es, precisamente, la esmerada atenci¨®n de Francia hacia la obra de un pintor espa?ol, frente a la indiferencia de su patria o de quienes en ella debieron velar, con mayor solicitud, por aquellos valores que mejor la honran. Grata es en labios de otros la alabanza de lo nuestro, y triste nuestro propio desd¨¦n para con lo m¨¢s loable de nosotros mismos. Si Francia no escatim¨® reconocimiento y elogio al arte de Juan Gris, no parece Espa?a hacerse eco, hasta la fecha, del encomio de fuera. Dij¨¦rase que cuanto aqu¨¦lla fue agradecida y memoriosa, viene siendo ¨¦sta olvidadiza y desatenta en torno al quehacer de uno de sus m¨¢s singulares artistas, de quien ahora se cumple el cincuentenario de su muerte.
Nunca m¨¢s justo el t¨ªtulo de antol¨®gica que se asign¨® a aquella exposici¨®n de Juan Gris en la capital de Francia, dadas, por un lado, las 175 obras que la integraron, y habida cuenta, por otro, de que lo prematuro de su muerte y la paciencia y moros?dad de su tarea no le dieron ocasi¨®n para otras muchas m¨¢s. A envidia m¨¢s que a contento nos mueve, en este caso, la alabanza ajena, y nos induce a lamentaci¨®n el que tan nutrido florilegio se congregara allende la frontera y dif¨ªcilmente podr¨¢ congregarse entre nosotros, al cumplirse el cincuentenario de la muerte de Juan Gris. Si no hay naci¨®n que escape de alg¨²n original defecto, incurre la nuestra de lleno en ¨¦l (y el pecado ahora no es de origen) por el solo olvido de uno de sus m¨¢s claros varones.
Frente al impulso dionisiaco de Picasso, Juan Gris aporta una nobleza apol¨ªnea. Traigo a cuento la cita de Leymarie para, aparte de vincular a nuestros dos grandes innovadores, salir al paso de la clara contradicci¨®n en que ¨¦l incurre, al dar por contradictorios los conceptos de lo dionisiaco y lo apol¨ªneo de atender al alcance que en sus d¨ªas les confiri¨® Nietzshe, y ha acertado Deleuze a corroborar en los nuestros. Lejos de sustentar el supuesto antagonismo entre lo informe y lo conformado, lo dionisiaco y lo apol¨ªneo encarnan, respectivamente, el proceso primario y el proceso secundario de un ¨²nico acto creador: lo dionisiaco es lo primario, lo b¨¢sico y genuino (la unidad soterrada de la vida), en tanto en lo apol¨ªneo se nos da lo secundario o complementario o consecuente (el principio de individuaci¨®n de la obra).
En modo alguno Dionysos se enfrenta a Apolo. A lo que realmente se opone es a las tres formas hist¨®ricas de negaci¨®n vital: la socr¨¢tica aceptaci¨®n de la muerte, la renuncia cristiana a la vida y el valor negativo del proceder dial¨¦ctico. M¨¢s que separados por la contradicci¨®n, se ven unidos por un vinculo de consecuencia y complemento. ?Dionysos -dir¨¦ con Deleuze- es como el fondo sobre el que Apolo borda la hermosa apariencia; pero bajo Apolo es Dionysos el que ruge.? Sea, en fin, el propio Nietzsche quien reduzca a la verdad habituales y err¨®neas interpretaciones: ?La tragedia es el coro dionis¨ªaco que se distiende proyectando desde s¨ª un mundo de im¨¢genes apol¨ªneas.?
La prevalencia, en Picasso, del impulso dionisiaco y la nobleza apol¨ªnea del arte de Juan Gris no deben, pues, interpretarse como extremos de una contradicci¨®n. D¨¢ndose en ambos (no en vano ambos son aut¨¦nticos creadores) el proceso primario y el secundario de la creaci¨®n, v¨¦ase m¨¢s descollante en Picasso el primero, y m¨¢s ajustado el otro a la santa paciencia de Juan Gris. ?Qui¨¦n negar¨¢ en el quehacer picassiano una suerte de indiferencia o alegre incapacidad para consumar en toda su posibilidad perfectiva las m¨¢s de sus obras? ?Qui¨¦n, por el contrario, no sorprende en las ejemplares creaciones de Juan Gris el c¨²mulo de esas mismas posibilidades, llevadas siempre a su ¨²ltimo grado de perfecci¨®n?
Santa paciencia y hermana torpeza
El que en Picasso prepondere el impulso dionis¨ªaco, no supone su ausencia en los trabajos y los d¨ªas de Juan Gris, afincados en el subsuelo de una experiencia perpetuamente renovada y alentada por el rugido de Dionysos. M¨¢s que un cat¨¢logo de tendencias o corrientes estil¨ªsticas, la obra de Juan Gris entra?a un compendio exhaustivo de experiencias, conducidas siempre a su m¨¢s extremada perfecci¨®n: un incesante ir y venir desde el substrato de la vida a, la unidad de la forma, el genuino e irrepetible indicar el d¨®nde de su origen, el apol¨ªneo apuntar, una y otra vez, la raiz dionisiaca de la vida que sobrepasa toda menci¨®n singular y excede todo nombre.Si hace un instante alud¨ª a la santa paciencia de Juan Gris en lo obstinado de su ir y venir del reclamo vital de Dionysos a la presa de una imagen apol¨ªnea m¨¢s y m¨¢s aquilatada, la ocurrencia me lleva ahora, reiterando el acento franciscano, a bautizar su asc¨¦tico ejercicio como hermana torpeza. S¨ª, hay torpeza, y harto patente, en el quehacer de Juan Gris, pero de signo, tambi¨¦n, harto positivo, en el sentido relativo con que aqu¨ª se adorna su noci¨®n. Vale decir que tanto m¨¢s torpe se hace el creador cuanto m¨¢s complejo, profundo y dif¨ªcil es el problema que afronta, y m¨¢s precisa, clara y distinta la soluci¨®n que se propone. Torpe y preciso Juan Gris; torpe, clarividente y profundo, paciente y moroso, tenazmente sumiso al dictado de su experiencia interior y a la sencillez misma de su peregrina conducta.
No gana la humildad por oscura, ni pierde por concentrada y operante. Quiero decir, que, no siendo este escrito un tratado de moral, viene tan s¨®lo a enaltecer la obstinada y sencill¨ªsima actitud de aquellos artistas que empe?an todo su empleo en la atenta escucha de su ¨ªntima experiencia, de quienes persiguen sin desmayo el vislumbre de la vida y aciertan a plasmarlo con acento m¨¢s y m¨¢s aquilatado y esclarecido Y en verdad que nuestro hombre encarna el paradigma de semejantes maestros. Fue su arte de lo m¨¢s innovador, revolucionario, y original de su tiempo, y corri¨® pareja su vida con la del m¨¢s an¨®nimo de los transe¨²ntes, hasta el extremo de trocar el Jos¨¦ Victoriano Gonz¨¢lez de su fe bautismal por el nombre de un Juan Gris cualquiera.
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