Franquismo y monarqu¨ªa
Desde la derecha surgen algunas voces que tratan insistentemente de identificar pro domo sua, al franquismo con la instituci¨®n mon¨¢rquica. ?La Monarqu¨ªa tiene su origen en el 18 de julio y s¨®lo en tal simb¨®lico soporte puede apoyarse desde un punto de vista pol¨ªtico?, claman los unos. ?Solamente los que hayan sido y sigan siendo leales a la memoria del general Franco, son los que hoy pueden garantizar su lealtad al Rey?, afirman, en latiguillos de mitin de barriada, los otros. As¨ª planteado el tema, se dibuja una peligrosa simbiosis entre dos conceptos que no s¨®lo son distintos, sino radicalmente antit¨¦ticos y que es preciso, en estas horas decisivas de clarificaci¨®n entre franquismo y democracia, analizar con plenitud.Que la Monarqu¨ªa actual vino a Espa?a de la herencia istitucional franquista es conocimiento hist¨®rico de obvio entendimiento.
?Pero c¨®mo y por qu¨¦ se lleg¨® a este desenlace? El general Franco sab¨ªa perfectamente al terminarse la guerra civil espa?ola que la gran mayor¨ªa de sus compa?eros de armas en el generalato deseaban la restauraci¨®n de la Corona, como instrumento capaz de ir superando con una instancia arbitral neutra, no comprometida, el enorme trauma moral y material causado por el enfrentamiento fraticida. Esta corriente de opini¨®n lleg¨® a manifestarse de un modo expl¨ªcito, colectivo y or escrito, en fechas pr¨®ximas al t¨¦rmino de la contienda mundial. El general Franco, con su astucia maniobrera, logr¨® dividir y aplazar la petici¨®n mencionada y asimismo neutralizar el gran eco internacional causado en 1945 por el manifiesto de Lausixa de don Juan de Borb¨®n, hereder del trono de Alfonso XII Pero Franco comprendi¨® asimismo que la Monarqu¨ªa iba convirti¨¦ndose en una alternativa peligrosa para su propia perpetuaci¨®n en el poder absoluto, en la que poco a poco se ir¨ªan integrando cuantos elementos se ha llaban en abierta o solapada discrepancia con su forma de llevar la pol¨ªtica. De ah¨ª que el primer refer¨¦ndum celebrado el a?o 1947 propusiera a los espa?oles nada menos que la aprobaci¨®n de la Monarqu¨ªa como forma de Estado, condicionada, eso s¨ª, a vaguedades ambiguas en liba dinast¨ªa, protagonista, fecha y modo se refer¨ªan. Desde este primer y gigantesco enga?o destinado a tranquilizar a ciertos mon¨¢rquicos, quit¨¢ndoles aparentemente su pieza maestra hasta el fallecimiento del dictador, la Monarqu¨ªa se convirti¨® en un tema de cont¨ªnuo equ¨ªvoco, reflejado en la correspondencia copiosa y reveladora de Franco con el conde de Barcelona (que alg¨²n d¨ªa se har¨¢ p¨²blica para iluminar este cap¨ªtulo de la historia contempor¨¢nea); en las entrevistas entre los dos personajes mencionados, en las nebulosas pretensiones de don Hugo de Parma, don Alfonso de Borb¨®n Dampierre y hasta don Otto de Habsburgo, sordamente toleradas o favorecidas por altos personajes del franquismo. Y finalmente en la aprobaci¨®n de la ley Org¨¢nica y en 1969, en la designaci¨®n de don Juan Carlos de Borb¨®n, como Pr¨ªncipe de Espa?a y, por consiguiente, sucesor del jefe del Estado a su muerte, renuncia o sustituci¨®n. La Monarqu¨ªa, en la mente de Franco, fue durante esos a?os una carta decisiva en el p¨®ker pol¨ªtico del poder que jug¨® contra todo y contra todos: las Fuerzas Armadas; la clase pol¨ªtica; la propia dinast¨ªa y, lo que es m¨¢s importante, el pueblo espa?ol, cuya soberan¨ªa detentaba por voluntad personal. Al fallecer Franco de muerte natural, la Monarqu¨ªa reci¨¦n instaurada se encontr¨® con el franquisx?o intacto en los ¨²ltimos rodajes, pero trat¨® inmediatamente con palabras, con acciones, con gestos, con su mensaje inicial, de hacer comprender al pueblo espa?ol y a la conciencia internacional que algo enteramente nuevo comenzaba en Espa?a en este momento, que franquismo y Monarqu¨ªa eran dos concepciones enteramente distintas del Estado; que una Monarqu¨ªa franquista era algo inconcebible y adem¨¢s, inviable, en la Espa?a de los setenta- y que sin renegar del pasado y ,asumiendo integralmente lo bueno y lo malo del ayer nacional la Corona era y es un instrumento para hoy y sobre todo para el ma?ana, vinculado por el principio hereditario al porvenir gen¨¦tico de nuestro pueblo. El franquismo buscaba su origen y su legitimidad en una fecha y en el resultado de una guerra civil. La Monarqu¨ªa no tiene fechas. Est¨¢ presente en mil a?os de nuestra historia. Ha presenciado guerras civiles ; fuerzas de invasi¨®n; guerras de independencia; guerras coloniales, golpes de Estado, guerras de sucesi¨®n y revoluciones. ?C¨®mo puede identificarse ahora la Monarqu¨ªa espa?ola con una de esas efem¨¦rides? El franquismo fue una doctrina inspirada desde sus or¨ªgenes en el sentido totalitario del Estado y de la vida p¨²blica. Gran parte de sus Leyes Fundamentales estuvieron redactadas-originalmente con ese vocabulario y esa filosof¨ªa. El jefe del Estado era en tal concepci¨®n, no un ¨¢rbitro, ni una instancia suprema amparadora de los espa?oles, sino eljefe de un partido ¨²nico que pose¨ªa la verdad pol¨ªtica; la administraci¨®n y defin¨ªa; excomulgaba a los heteredoxos; y llamaba ?buenos? o ?malos espa?oles a quienes aceptaban o no sus sabias m¨¢ximas. La ley Org¨¢nica transfiere la jefatura espiritual y pol¨ªtica de ese monstruoso engendro al jefe del Estado que herede al franquismo. ?Se concibe a la Monarqu¨ªa como un ?inlirumento totalitario al servicio de la comunidad??El franquismo traslad¨® la versi¨®n man¨ªquea de la historia al plano internacional. No s¨®lo hab¨ªa buenos y malos ciudadanos sino tambi¨¦n pa¨ªses ?buenos? y ?malos?. Desaparecidos entre escombros y montones de cad¨¢veres los reg¨ªmenes realmente buenos -la Alemania nazi y la Italia fascista- todo Io dem¨¢s -democr¨¢tico, liberal- era nefando, podrido, filocomunista, jud¨ªo y mas¨®nico. Durante d¨¦cadas, tal fue la versi¨®n del panorama internacional que la prensa amordazada y los medios de comunicaci¨®n oficiales ofrecieron a los espa?oles. El tiempo y la evoluci¨®n interior juntamente con la creciente presi¨®n social, modificaron lentamente esa imagen simplista y esquizofr¨¦nica del mundo circundante pero no hay que olvidar que inclusoa ra¨ªz de las ¨²ltimas ejecuciones realizadas por el r¨¦gimen franquista, en septiembre de 1975, y del esc¨¢ndalo internacional consiguiente, volvieron a ponerse en marcha los viejos discos de la Espa?a? y de las ?democracias occidentales que nos odian? Hab¨ªamos padecido desde 19 . Pero?oh sorpresa! fallece el dictador, dos meses despu¨¦s, y unos d¨ªas m¨¢s tarde se asoma el joven monarca al balc¨®n del palacio de Oriente rodeado amistosamante de los l¨ªderes pol¨ªticos de los pa¨ªses de Occidente.
En la contemplaci¨®n de esa sencilla estampa quedaba explicada claramente la antag¨®nica diferencia que exist¨ªa entre un franquismo que iba a morir y una Monarqu¨ªa que iba a empezar. La Monarqu¨ªa debe apoyar su legitimaci¨®n en el consenso popular expresado por v¨ªa del sufragio universal libre, a trav¨¦s de elecciones y de partidos, no a trav¨¦s de procuradores designados ni de cauces org¨¢nicos inexisentes. La Monarqu¨ªa proclama que la soberan¨ªa reside en el pueblo, no en el Estado, como dec¨ªa el franquismo en su ley org¨¢nica. La Monarqu¨ªa se basa en el respeto a las libertades; en el ensanchamiento de esas libertades y no en la represi¨®n, ni en la restricci¨®n de los derechos humanos. L¨¢ Monarqu¨ªa ser¨¢ constitucional y democr¨¢tica si queremos que subsista. El fran quismo no necesitaba de una verdadera constituci¨®n aprobada en el Parlamento y pactada con los partidos para subsistir. La Monarqu¨ªa debe dejar que se construya libre y solidariamente el edificio de la democracia para nuestra futura convivencia pol¨ªtica. El franquismo no quiso nunca saber nada de la democrecia, pues fue el resultado de una guerra civil cuyo recuerdo trat¨® de mantener vivo como estrategia del miedo.
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