Unas sugerencias
Por imperativos de mi reciente paternidad he mantenido mis primeras relaciones con los biberones: seis veces los he tocado; he roto tres. Tama?o desbarajuste ha entretenido mi imaginaci¨®n hasta llegar a dos ¨²nicas alternativas: o yo soy tonto, o los fabricantes de biberones unos listos.Una simple deducci¨®n, que no pedanter¨ªa, me inclina a elegir la segunda posibilidad: jam¨¢s objeto alguno, en lo que alcanza mi memoria -ni cristales ni porcelanas ni otros objetos delicados, sucumbieron entre mis manos con la insistencia boba de estos utensilios. Y, a mayor abundancia, patrocina mi suposici¨®n el vistazo que, tras el tercer desaguisado, ech¨¦ en la base del biber¨®n, que result¨® sospeeffosa y absurdamente fina como si de una pieza veneciana se tratase. (Olvid¨¦ citar que los tres quiebros sobrevinieron en el simple acto de posarlos sobre la mesa, con la cadencia y ternura acostumbrada en estos menesteres).
Ya en la segunda de las hip¨®tesis -que los fabricantes sean unos listos- nada tendr¨ªa de anormal y mucho de encomiable si las dosis de su agudeza no llegaran all¨ª donde empieza mi bolsillo.
Y, pues que ser padre es cosa bastante habitual y debe haber much¨ªsimos, tengo para m¨ª la inc¨®moda sensaci¨®n de que estos se?ores de Chicco se est¨¢n haciendo de oro a base de ?casuales? roturas de todos, que debemos comprar biberones como tabaco: uno por d¨ªa.
Concluyo mi carta con dos sugerencias que pudieran resultar ¨²tiles: una, que estos se?ores fabricantes de biberones se metan la sobredosis de listeza que va de producir a timar en un sitio,de altura entreverada, cara posterior; y dos, que refuercen de una santa vez la base de sus engendros infantiles con dos o tres pesetas de cristal -aunque sea pirex-, que a aquellos a quienes nos est¨¢n dando complejo de manazas y, lo que es peor, que mantenemos un obligado y siniestro abono de biberones las pagar¨ªamos muy a gusto.
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