Entrev¨ªas
Palomeras, Entrev¨ªas, el Pozo. Esas zonas de Madrid, al este de la ciudad, al este del Ed¨¦n consumista, esos Madriles atroces y abandonados, siempre han tenido para uno la fascinaci¨®n culpable de la miseria.Hablo de la miseria y no de lo canalla. Lo canalla es la miseria que se cree fascinante. Estos barrios no son canallas: son obreros, son pobres, son miserables. Se parte de la rueda popular y mitol¨®gica de Atocha y se acaba en el abrazo tranquilo del padre Llanos, al que encuentro con el pelo blanco. Hay una verbena donde me compro un chupa-chups. Las luces de las casetas tienen una alegr¨ªa triste en este contracrep¨²sculo vallecano.
-Aqu¨ª hay de todo -le digo al cura.
-Lo ¨²nico que no vas a encontrar aqu¨ª es el caballo para P¨¦rez de Tudela -me dice ¨¦l, que ha debido leer alg¨²n art¨ªculo m¨ªo.
Luego me informar¨ªa el otro cura vallecano (viven pareda?os), o sea, el padre D¨ªez-Alegr¨ªa, que en el Pozo- Entrev¨ªas hay as¨ª como un 80% de pec¨¦s.
-Algo as¨ª como un 80 % de pec¨¦s.
Llanos parece el obispo de la miseria con chaqueta de jubilado. D¨ªez-Alegr¨ªa, que se parece mucho a Enrique Azcoaga, lleva una camisa sin cuello y tiene algo de m¨²sico de izquierdas al que la contrarrevoluci¨®n ha destrozado el piano. Ambos me regalan y dedican sus libros. Est¨¢n en unas casi celdas de ladrillo pintado de gris, y aqu¨ª tienen de todo. De todo lo que se tiene cuando no se tiene de nada: libros, un infiernillo, medicinas, mu?ecos y cuatro tazas.
-Cualquier d¨ªa -digo- a lo mejor el ¨¢ngel del Se?or le trae el carnet del Partido al padre Llanos.
Se hace un silencio sonriente y pasa un ¨¢ngel sin carnet. Hay algunas se?oras. El chisc¨®n de Llanos tienen un ventano de esquina por el que entra la luz verde y triste de una tarde sin gracia.
-Ahora he publicado una cosita sobre la propiedad privada -me dice D¨ªez-Alegr¨ªa.
Pero no es sobre la propiedad privada, claro, sino contra la propiedad privada. Yo tengo que hablar, parece, en un aula de cultura del barrio. Recuerdo los art¨ªculos del padre Llanos en el Arriba dominical de los a?os cincuenta. Hablaba de Molowny, un jugador de f¨²tbol muy famoso que hab¨ªa entonces, y de la justicia social y de todo lo que no sepod¨ªa hablar.
Pasamos al aula de cultura, que est¨¢ al lado. Gente joven, matrimonios con los ni?os, que se duermen o, lloran. Un concurso literario y una revista de poes¨ªa. Hablo de la cultura popular, que siempre ha sido una realidad viva en Espa?a, desde Berceo y el Arcipreste hasta Miguel Hern¨¢ndez, y hablo de aquella cosa entre macabra e ir¨®nica que era la Direcci¨®n General de Cultura Popular, y que funcion¨® durante unos cuantos a?os triunfales, y no s¨¦ si todav¨ªa funciona.
-La cultura popular -digo- nace del pueblo o se produce por la complicidad entre el escritor y el pueblo. Pero no se f¨¢brican en un ministerio.
M¨¢s gente, m¨¢s ambiente, m¨¢s ni?os, m¨¢s llanto. Luego me regalan una bandeja con una inscripci¨®n. Uno tiene que sacrificar muchas cosas para hacer cultura popular. Uno tiene que sacrificar su pedanter¨ªa y su memoria para que la gente le entienda, pero sin envilecerla ni envilecerse. Me lo dijeron Valle y Lorca un d¨ªa que les cog¨ª por sorpresa en la calle de Alcal¨¢, cuando Espa?a era republicana:
-Hay que bajar al arroyo.
Era su consejo al artista adolescente. Cuando me voy de Entrev¨ªas, a¨²n la luz es en el cielo de un incoloro casi verde y juanramoniano. Entrev¨ªas tiene toda la fuerza de la Espa?a real. La otra Espa?a, la convencional, sale a esta hora de los toros, en Ventas, aburrida, zaragatera y me temo que un poco triste.
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