Final sin revelaci¨®n y sin estrellas
El festival ha concluido, al menos como competici¨®n. Tres ¨²ltimos filmes se han asomado a sus pantallas tras la huelga que dej¨® sin luz el palacio, obligando a cambiar los horarios de proyecci¨®n.
Theodoros Anghelopolus, figura principal del cine griego, estudiante de derecho en Atenas y de cine en Par¨ªs, ha tra¨ªdo hasta aqu¨ª su obra Los cazadores, con la que cierra su trilog¨ªa iniciada con D¨ªas del 36, y que continu¨® con Los comediantes. Dadas a conocer bajo el r¨¦gimen de los coroneles, sus obras, proyectadas s¨®lo en cines de ensayo, revelaron desde el primer momento una Grecia lejos de los clich¨¦s habituales haciendo alcanzar a su realizador categor¨ªa excepcional en un plazo relativamente breve. Escritor y director, y a la vez artista militante, su trilog¨ªa supone un cuadro hist¨®rico real y simbolista, total, en el que el paisaje y las canciones, las danzas y el acontecer de los hechos pol¨ªticos suponen una interpretaci¨®n del momento actual del pa¨ªs, partiendo de los d¨ªas de la ¨²ltima gran guerra.En este tercer cap¨ªtulo de duraci¨®n casi tan larga como los anteriores de planos desmedidos tambi¨¦n, con escasos movimientos de c¨¢mara en los que se acusan influencias teatrales nunca encubiertas, la acci¨®n se centra en el hallazgo de un partisano muerto por un grupo de cazadores. Los seis hombres que lo componen llevan el cad¨¢ver hasta el hotel, donde viven y ante la polic¨ªa, junto con sus mujeres, dan testimonio de su pasado, unos a modo de justificaci¨®n y otros para afirmarse en sus actos olvidados. La historia del pa¨ªs se ofrece al espectador, a veces en im¨¢genes de excepcional belleza, otras como reconstruido documento y, en ocasiones, como espect¨¢culo de resonancias brechtianas. Su voluntaria descripci¨®n morosa va poco a poco calando en el espectador hasta conseguir interesarle en unos hechos que s¨®lo superficialmente conoce. Este es el mayor elogio del autor, que, en un estilo dentro del cual los actores se mueven como tales, viven o mueren, callan o resucitan, nos narra para quien lo sepa asimilar, treinta a?os de lucha contra la dictadura, ya venga de la izquierda o la derecha.
Black joy
Black joy, segundo filme ingl¨¦s, se presentaba como un relato a la medida de Paul Medford, ni?o prodigio de color, la verdad es que de prodigio tiene poco. Tan s¨®lo es un peque?o actor como tantos, aunque comparado con el aut¨¦ntico protagonista de la historia pueda parecerlo. Ni la interpretaci¨®n de ¨¦ste, aburrida y mon¨®tona, ni el gui¨®n que se ha escrito para ¨¦l tienen nada de excepcional, salvo el ambiente en que se desarrolla: los barrios negros de Londres que lucen con su ambiente acostumbrado, captado como el cine ingl¨¦s suele hacerlo, en su excelente escuela documental.
Arropado por unos cuantos actores eficaces, el protagonista llega a Londres, se deja enga?ar y robar una vez tras otra por sus hermanos de color hasta conseguir un empleo pasable. Su inocencia es demasiado candorosa, y aunque el realizador la justifique ampar¨¢ndose en los relatos de Dickens, todo el colorido del barrio de Brixton donde las Antillas vuelan su excedente humano, no es capaz de salvar este relato basado en el de un escritor hind¨² titulado D¨ªas sombr¨ªos y noches luminosas.
La casta?a
Antes de que La casta?a, de G. Roy Hill -iron¨ªas aparte- eche el tel¨®n definitivo al certamen, ¨¦ste se ha cerrado con El amigo americano, filme alem¨¢n de Wim Wenders, seg¨²n la novela de Patricia Highsmith. En ¨¦l se narra la aventura de un hombre enfermo de un mal incurable al que se ofrece una gran suma de dinero con que asegurar el porvenir de los suyos a cambio de realizar un asesinato. Cine negro m¨¢s cerca de James M. Cain que de Graham Greene y a la vez lejos de ambos, combina sabiamente el miedo a morir con el miedo a matar, el an¨¢lisis interior con la acci¨®n que culmina finalmente en el tren con un segundo asesinato. Esta historia de amistad en la que los personajes, al contrario que en las polic¨ªacas habituales, no parecen arrastrados por la voluntad del autor, sino por su propio sentido del bien y del mal ' para desembocar en la violencia, saca a la luz el miedo, la renuncia, los ¨ªntimos pecados de los hombres en un trabajo que su realizador considera documento en el sentido m¨¢s amplio y abierto.
El tiempo de este XXX Festival acaba. No ha habido en ¨¦l ni grandes producciones ni pel¨ªcula revelaci¨®n, ni estrellas nuevas.
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