Precaria presencia espa?ola en la VI Documenta de Kassel
Tampoco envi¨® Miralda sus naves a luchar con los elementos. En el instante mismo de iniciarse la ceremonia, lit¨²rgicamente ataviados para la ocasi¨®n los sacerdotes y las sacerdotisas, expectante el p¨²blico y en trance el preste de entonar el ritual procedamus in pace.... se desencaden¨® sobre la ciudad de Kassel una descomunal tormenta (aparato el¨¦ctrico incluido) que no tuvo a bien amainar, sino pasadas unas horas, y a punto estuvo de convertir el programado Rapto de Leda en insospechada representaci¨®n del Diluvio Universal.
La existencia de un templete neocl¨¢sico dedicado a Leda, en una peque?a isla sita al final de los inmensos jardines y praderas de Kassel, hab¨ªa inducido a Miralda a desplegar, a lo largo de un recorrido de no menos de tres kil¨®metros, uno de sus m¨¢s ambiciosos experimentos lit¨²rgico-er¨®tico-culinarios. En riguroso orden procesional e investidos de luto riguroso los sacerdotes y sacerdotisas hab¨ªan de dirigirse, portadores de unos cisnes de pl¨¢stico igualmente enlutados, a dicho neocl¨¢sico templete en cuyo sancta sanctorum iba a ofrecer Miralda a ojos de la multitud, que la hubo, una versi¨®n renovada, que a la postre no la hubo, del viejo mito.
A merced, seg¨²n dije, de los elementos, el espect¨¢culo de nuestro buen Miralda, previsto y anunciado para las cuatro de la tarde, hubo de aplazarse por m¨¢s de dos horas, sin que las nuevas condiciones climatol¨®gicas favorecieran m¨ªnimamente la reanudaci¨®n del rito. Empapadas las cl¨¢mides de los eventuales oficiantes, empapados ellos mismos, los cisnes plastificados, el p¨²blico asistente y el suelo del largu¨ªsimo trayecto procesional.... la fiesta quedaba irremisiblemente condenada al fracaso, aunque viniera a salvar el honor espa?ol, si se tiene en cuenta que ¨¦sta era nuestra ¨²nica representaci¨®n a campo abierto, donde, justamente, se exhibe lo m¨¢s y mejor de la Documenta. Cuatro son, de acuerdo con lo escrito en cr¨®nicas precedentes, los lugares en que esta sexta edici¨®n tiene lugar: los espl¨¦ndidos parques, jardines y lagos de la ciudad de Fulda, el Museum Fridericianum, las salas de la Nueva Galer¨ªa y el palacio de la Orangerie. Y es de saberse (frente al posible optimismo de la n¨®mina impresa en el cat¨¢logo oficial) que el ¨²nico espa?ol al aire libre fue Miralda, correspondiendo a Muntadas honor semejante en el Museum Fridericianum, y a Zush en la Nueva Galer¨ªa, en tanto los otros hallaban acomodo colectivo (o fosa com¨²n) en la muestra retrospectiva de dibujo que se celebra en la Orangerie.
Solitaria excepci¨®n
No sin raz¨®n hablo de espejismo. Los nombres de los catorce espa?oles que figuran en cat¨¢logo (a los que en el apartado documental, y junto a los de Fellini, Pasolini, Visconti.... cabe agrega los del dramaturgo Arrabal y del cineasta Bu?uel) bien pudieran aparejar una interpretaci¨®n optimista, aun teniendo muy en cuenta que se aproxima a los setecientos el total de los concurrentes. Sucede, sin embargo que, hecha solitaria excepci¨®n de los tres arriba citados, los dem¨¢s son s¨®lo parte de la antedicha colectiva de dibujo, representados para m¨¢s inri, todos (?todos!) por conocidas galer¨ªas extranjeras.
?C¨®mo ha de inducirnos a optimismo el que en la manifestaci¨®n m¨¢s significativa, a escala mundial, del arte de vanguardia no figure ni una sola pintura o escultura de un artista espa?ol? ?Habr¨¢ acaso de satisfacemos el que una sola galer¨ªa espa?ola (Vandr¨¦s) aparezca en el cat¨¢logo oficial, representando a Miralda, a Muntadas y a Zush (tres p¨¢jaros de un tiro) en aquellos tres ¨¢mbitos en que se producen los aspectos propiamente vanguardistas de la Documenta? ?Tendremos que resucitar en mala hora el t¨®pico de la incomprensi¨®n, o del cerco internacional, en tomo a nuestros probados y eternos valores?
Para excluir de este comentario toda tilde ajena en cuanto a posible parcialidad o visi¨®n pesimista, voy a ofrecer, por orden alfab¨¦tico, la lista de nuestros pl¨¢sticos, presentes en Kassel: Eduardo Arroyo, Eduardo Chillida, Francisco L¨®pez Hernandez, Antonio L¨®pez Garc¨ªa, Antoni Miralda, Joan Mir¨®, Mar¨ªa Moreno, Antonio Muntadas, Pablo Picasso, Isabel Quintanilla, Daniel Quintero, Antonio Saura, Antoni T¨¤pies y Alberto Porta Zush. Tal es la n¨®mina completa de nuestros elegidos, cuya lectura no deja de hacer chocante la qu¨ªntuple repetici¨®n, en castellano o catal¨¢n, de un nombre protot¨ªpicamente milagrero (?no m¨¢s de catorce artistas, y de ellos, cinco Antonios?), y cuyo alcance meramente retrospectivo queda suficientemente certificado por los de Picasso y Mir¨®.
?Y las galer¨ªas? Maeght, Malborough, Van de Loo, Stadler, Isy Brachot, Rosengart, Meyer-Ellinger, Brockstedt Buchholz... y otras prestigiosas firmas extranjeras ostentan en Kassel la exclusiva de nuestros dibujantes, habiendo de asignarse a la solitaria cuenta de la madrile?a Vandr¨¦s, y en los apartados m¨¢s estrictamente vanguardistas de la Documenta, la presencia de Muntadas, Miralda y Zush, y la extensi¨®n, tambi¨¦n, de sus cuida dos a, alguno de allende las fronteras, como el alem¨¢n Michael Buthe. Calidad e intereses al margen, dif¨ªcilmente suscitar¨ªa alg¨²n optimismo esta tan precaria relaci¨®n de representados y representantes espa?oles.
Un lugar poco airoso
. V¨¢lgale a quien le venga en gana el car¨¢cter restrictivo, partidista o caprichoso de la selecci¨®n salga ¨¦ste al paso de la relatividad de criterios por parte de los organizadores, consu¨¦lese el otro con el consabido retru¨¦cano del no son todos los que est¨¢n, ni est¨¢n todos los que son..., y terminen todos por reconocer el poco airoso lugar que en la muestra vanguardista m¨¢s relevante del mundo corresponde al arte espa?ol (promotores y galer¨®foros incluidos). Y si as¨ª no lo hicieren no les extra?e luego que desde, estas mismas p¨¢ginas tengamos a bien record¨¢rselo, cuando surjan, que han de surgir, los habituales pujos triunfalistas y las famas lo cales.
Se me dir¨¢ que el billete a Kassel no depende de la inquietud de los artistas, ni de la buena intenci¨®n de sus patronos. Cierto. A la Documenta se acude por rigurosa invitaci¨®n, aunque inquietudes verdaderas y audaces intenciones no dejen de influir, de decidir incluso, en la buena acogida (y si hay que recurrir al calzador, se recurre) de quienes en verdad se lo proponen. Menos reconocidos, aqu¨ª, que otros de los ausentes en Kassel, Miralda, Muntadas y Zush son part¨ªcipes leg¨ªtimos de la Documenta (y en aquellos aspectos, repito, m¨¢s espec¨ªfica mente confiados a las manifestaciones de vanguardia) merced, primordialmente, a los desvelos de la galer¨ªa que los representa. Y ah¨ª est¨¢n, por m¨¢s que les pese a otros que se pagan de mayor fama y mejor nombre. A punto de inaugurarse en Kassel la VI edici¨®n de la Documenta, se clausuraba en Basilea la Feria Internacional del Arte. Siete han sido, que yo sepa, las galer¨ªas espa?olas concurrentes a la propuesta anual de la ciudad del Rin, con un total de m¨¢s de treinta artistas. Se me volver¨¢ a decir que el caso es distinto, que se trata de una muestra espec¨ªficamente destinada a las galer¨ªas, que, a fin de cuentas, es su feria. ?Ni exprimiendo siquiera el pu?ado de esa treintena de escultores y pintores, ni abrumando las siete antedichas galer¨ªas a los rectores de Kassel, se hubiera lo grado una participaci¨®n m¨¢s colmada y digna que la que tan en precario nos es dado ver en la ciudad alemana? Volviendo, a los tres aut¨¦nticos part¨ªcipes en la Documenta, es de consignarse que Zush, a trav¨¦s de sus ilegibles cuadernos de viaje, ocupa un lugar destacado en la secci¨®n del libro del libro, concebido y expuesto en la Neue Galerie como puro objeto (obra para contemplar, no veh¨ªculo para leer). Muntadas, por su parte, presenta en el Museum Fridericianum tres pantallas de video en las que con estricta simultaneidad se ofrecen al visitante las ¨²ltimas noticias, tal cual son transmitidas y manipuladas por los centros emisores de Norteam¨¦rica, Alemania y Rusia, m¨¢s el colof¨®n, musicalmente triunfalista, del cierre respectivo.
EI Rapto de Leda
Y Miralda. No, no logr¨® en Kassel, seg¨²n qued¨® sugerido, los ¨¦xitos obtenidos en otros puntos cosmopolitas, Nueva York a la cabeza. Err¨®, de un lado, en el c¨¢lculo del trayecto procesional (no menos de tres kil¨®metros, desde el casco urbano al templete neocl¨¢sico de Leda); hubo, de otra parte, exceso de improvisaci¨®n en la elecci¨®n y buen acuerdo de sacerdotes y sacerdotisas, la lluvia torrencial vino finamente a enturbiar un espect¨¢culo que, transmitido incluso por la televisi¨®n germana, se las promet¨ªa muy felices, y a pique etuvo de concluir como el rosario la aurora.
Consist¨ªa su Rapto de Leda en llegar procesionalmente a los accesos del templete de tal advocaci¨®n, all¨¢, en la lejana isla que corona los jardines de la Orangerie. Una vez en ella, los enlutados oferentes. lanzar¨ªan al agua los no menos enlutados cisnes que en su ir y venir hab¨ªan de acarrear al p¨²blico los dones de la diosa, en forma de crom¨¢ticos manjares. No funcionaron, sin embargo, resortes de los palm¨ªpedos mensajeros, ni tampoco la barca que hab¨ªa de trasladar al templo, a sacerdotes y sacerdotisas, lo que indujo a uno de ellos a lanzarse en cueros al agua y secarse, gando la otra ribera, sus partes pudendas con la sagrada cl¨¢mide, impropia de semejantes menesteres.
Tampoco acompa?¨® el ¨¦xito a la apoteosis final que Miralda ten¨ªa reservada. Los generosos pa?os negros que de arriba abajo cubr¨ªan el templo de Leda hab¨ªan de alzarse lentamente merced al impulso de unos globos de gas comprimido, igualmente negros, y estrat¨¦gicamente diseminados al pie de cada pliegue hasta descubrir el sancta sanctorum en que hab¨ªa de producirse misterioso rapto. Y en ello qued¨® todo, en misterio cuya clave nos hurt¨® por culpa de los elementos, contra los que no hab¨ªa Miralda enviado sus naves a entablar batalla, sino raptos de amor o el despliegue, a campo abierto, de su exuberante ofrenda lit¨²rgico-er¨®tico-culinaria.
Se hizo la noche. Oficiantes, concelebrantes, cronistas y simples curiosos volvimos a Kassel con m¨¢s agua en los pies que manjar en el est¨®mago o placentera satisfacci¨®n del deseo. ?Conclusi¨®n? Pese a lo poco propio de las circunstancias climatol¨®gicas y ambientales, y al no lograr el prop¨®sito de nuestro incansable Miralda, triunfador en otras lides, he de decir que su happening era el ¨²nico admitido por los magnates de la documenta (reacios, en la presente edici¨®n, a lo que en otras fue rutina), que su nombre salv¨® nuestra honrilla en la muestra al aire libre, y que singulares episodios de su acci¨®n sopn de los pocos que a todo color obran en las p¨¢ginas del cat¨¢logo oficial. Menos, mucho menos dan, a la postre, las presuntas galer¨ªas locales.
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