Ernst Bloch, profeta de la raz¨®n ut¨®pica
Un cambio silencioso, pero real, se ha ido operando entre nosotros en la sem¨¢ntica de la palabra utop¨ªa. De significar lo imposible de la pura ilusi¨®n ha ido pasando -en el lenguaje de los sensibilizados- a significar m¨¢s bien el objetivo nunca plenamente alcanzable del deseo radical del hombre. El cambio es m¨¢s importante de lo que puede parecer a primera vista. Y hay, que vincularlo en muy primer lugar con el nombre de Ernst Bloch, este hombre cabal y pensador genial que acaba de dejarnos.Pero no ir¨ªamos al fondo de las cosas si nos content¨¢ramos con asociar Bloch y utop¨ªa (en su acepci¨®n positiva). Para hablar de Bloch en el contexto de la utop¨ªa y de la utop¨ªa en el sentido de Bloch, es menester acudir a un t¨¦rmino de apariencia parad¨®jica: raz¨®n ut¨®pica. Y, al buscar para Ernst Bloch un t¨ªtulo de relaci¨®n con ella, quiz¨¢ entonces no encontremos ya otro mejor que el de profeta. No, por supuesto, en el sentido vulgar de adivino o agorero, sino en el viejo sentido b¨ªblico del hombre que habla a todos en nombre de la verdad que es de todos, pero no todos saben; o, si preferimos decirlo m¨¢s cautamente, del hombre que se arriesga a brindar a los otros una clave del enigma com¨²n, y una clave que vive como salvaci¨®n.
Empezando por algo m¨¢s obvio, Bloch ha sido un fil¨®sofo de nuestro siglo, uno que habr¨¢ que incluir con todo derecho entre los de muy primer orden, con opci¨®n al t¨ªtulo del mejor, si ese t¨ªtulo tuviera aqu¨ª sentido y existiera un jurado a quien pudiera confiarse el otorgarlo. M¨¢s que defender su candidatura, querr¨ªa poder definir su peculiaridad. Si filosof¨ªa es discurso riguroso y cr¨ªtico sobre la experiencia, tendremos por este cap¨ªtulo que anteponer a Wittgenstein, Bertrand Russel o Karl Popper. (Y, desde luego, Bloch est¨¢ en los ant¨ªpodas del positivismo; estima la ciencia, pero piensa que las verdades m¨¢s decisivas caen m¨¢s all¨¢ de su competencia.) Si filosof¨ªa es discurso cuidadosamente reflexivo sobre el m¨¦todo del pensar, Bloch ha preferido practicar a teorizar; y tambi¨¦n aqu¨ª tendr¨¢ que ceder el puesto a quienes han elaborado matizadas teor¨ªas (Husserl debe ser mencionado antes que nadie).
Pero si la filosof¨ªa, adem¨¢s de lo dicho, sigue siendo a quel amor de la sabidur¨ªa que los antiguos buscaron vivir y expresar, si filosofar puede seguir significando interpretar el ser y el sentido global de la experiencia humana y del mundo; si el discurso filos¨®fico puede seguir aspirando a una cierta compleci¨®n sistem¨¢tica que intente abrazar todo y decir la unidad de lo m¨²ltiple, entonces, pocos fil¨®sofos del siglo XX podr¨¢n aspirar a medirse con Bloch. Quiz¨¢ s¨®lo Heidegger y Jaspers.
Lo que respecto a estos ¨²ltimos diferencia m¨¢s claramente a Bloch es su sentido de la historia. Se revela con esto, frente a ellos, m¨¢s heredero de Hegel que de Kant. La herencia hegeliana aparece tambi¨¦n en su mayor voluntad de sistema y en su osada confilanza de lograrlo. Pero tampoco podremos hacer con justicia de Bloch ?un hegeliano del siglo XX?. Y esto, no s¨®lo por su ?materialismo?. Sino tambi¨¦n, y quiz¨¢ m¨¢s a¨²n, por su ?humanismo?. Lo cual es decir -y podr¨¢ resultar extra?o que lo hayamos deniorado tanto- que la herencia hegeliana ha llegado hasta ¨¦l pasando por ?el purgatorio? (como Marx lo llam¨® jugando con la etimolog¨ªa) de Feuerbach y por el esfuerzo te¨®rico integral de Marx y Engels. Bloch es un pensador marxista. Pero creo que s¨®lo tras todo lo dicho se entiende bien por qu¨¦ y en qu¨¦ lo es.
?Corriente c¨¢lida? del marxismo y ?raz¨®n ut¨®pica?
El marxismo ha tenido m¨²ltiples aportaciones a la reciente historia de los hombres. Hoy est¨¢ m¨¢s en boga valorar, ante todo -al menos cuando se escribe y se teoriza-, aquella su hip¨®tesis sociol¨®gica que solemos llamar ?materialismo hist¨®rico, seg¨²n la cual los hechos del nivel de la ?base? econ¨®mica (relaciones de producci¨®n) determinan en ¨²ltima instancia toda la cultura humana en su desarrollo hist¨®rico, debiendo, desde esta perspectiva, ser vistos los sistemas de ideas y s¨ªmbolos como ?ideolog¨ªas? (sin la independencia que tienen desde otras perspectivas). Tal hip¨®tesis puede dar pie a toda una nueva ciencia de la historia.
La hip¨®tesis iba en Marx siempre ligada a una tesis filos¨®fica sobre el ?primado de la praxis?. Pero esta tesis admite varias interpretaciones. Puede reducirse a la misma hip¨®tesis sociol¨®gica dicha -forzando el completarla como ?metodolog¨ªa del cambio hist¨®rico?-. Esta l¨ªnea de interpretaci¨®n es lo que Bloch ha llamado ?corriente fr¨ªa del marxismo?. (La ciencia es fr¨ªa, por definici¨®n; la pretensi¨®n de cientificidad paga ese precio). El primado de la praxis puede tambi¨¦n interpretarse de modo pragmatista: verdad es lo que resulta pr¨¢ctico.
Pero puede tambi¨¦n interpretarse como expresi¨®n de toda una antropolog¨ªa, que envolver¨ªa adem¨¢s una ontolosg¨ªa o teor¨ªa general de la realidad. En sus escritos de juventud, el ?hegeliano de la izquierda? que fue Marx apuntaba ciertamente por aqu¨ª. Como su genio iba m¨¢s hacia la pr¨¢ctica pol¨ªtica y hacia la b¨²squeda cient¨ªfica, no profundiz¨® despu¨¦s sus intuiciones juveniles. Pero quiz¨¢ algo de ellas es consustancial a su mismo fundamental proyecto revolucionario. Una ?corriente c¨¢lida? ha alimentado siempre el marxismo. Bloch quiere muy expresamente situarse en ella. As¨ª piensa devolver al marxismo su dimensi¨®n filos¨®fica, sin quitarle la cient¨ªfica. Ello equivaldr¨¢ a rehacer el intento con el que Engels complet¨® a Marx, pero sin incidir en la rigidez de su naturalismo. Ahora, la iniciativa humana tendr¨¢ todo el papel que quer¨ªan darle las intuiciones del joven Marx. El cosmos ser¨¢ verdaderamente din¨¢mico. La materia ser¨¢ la matriz de todas las posibilidades reales. pero ¨¦stas no saldr¨¢n de ella por leyes prefijadas. Ser¨¢ la estructura ut¨®pica del hombre la que las vaya alumbrando.
Este es el espec¨ªfico marxismo de Bloch. Y coincide con su m¨¢s propia aportaci¨®n a la filosof¨ªa. En antropolog¨ªa, es el reconocimiento de una ?estructura ut¨®pica? como constitutiva del hombre. Pero lo m¨¢s decisivo est¨¢ en el papel que se asigna a esa estructura como ?facultad de la posibilidad real?, clave del descubrimiento de los aspectos m¨¢s profundos de la realidad -y no de un simple descubrimiento te¨®rico, sino de su realizaci¨®n-. Es una verdadera figura de la raz¨®n, la raz¨®n ut¨®pica la que as¨ª emerge m¨¢s all¨¢ de la raz¨®n cient¨ªfica.
A?adamos una sugerencia osada: quiz¨¢ esta aparentemente nueva figura de la raz¨®n no es tan nueva como parece. Quiz¨¢ se trata de la raz¨®n filos¨®fica como tal, que toma una nueva y m¨¢s profunda conciencia de su ser y funci¨®n. Si es as¨ª, Bloch habr¨ªa dicho con su pr¨¢ctica del filosofar algo que no acababan de ver muchas teor¨ªas del m¨¦todo. Siempre suponiendo que ?filosof¨ªa? es amor de la sabidur¨ªa y no s¨®lo discurso cr¨ªtico ni metodol¨®gico. (Bloch hereda as¨ª, antes que a nadie, al Kant del primado de la raz¨®n pr¨¢ctica.)
La apuesta por Prometeo
Llam¨¦ antes a Bloch profeta de la raz¨®n ut¨®pica. Ya lo justifiqu¨¦: ¨¦l vive su mensaje filos¨®fico como una salvaci¨®n y lo anuncia como verdad salvadora, no avalada por su verif¨ªcabilidad ni por su simple coherencia l¨®gica; sino avalada por el hombre que somos, cuyo deseo radical y constitutivo no podr¨ªa ser fallido. Me he atrevido despu¨¦s a insinuar que tal puede ser la entra?a de todo empe?o filos¨®fico, ahora hecha m¨¢s consciente de su osad¨ªa y de su fragilidad. Una y otra afirmaci¨®n resultan m¨¢s comprensibles si recordamos la voluntad de Bloch de heredar la tradici¨®n b¨ªblico-cristiana no menos que la filos¨®fica en general, y la hegeliano-marxista en particular. Esto es coherente: en el fondo de las religiones, y muy particularmente de la b¨ªblico-cristiana, encontraremos siempre a la raz¨®n ut¨®pica. Por supuesto. menos racional, m¨¢s simb¨®lica o prerracional, pero no menos convencida de tener raz¨®n.
Todo el esfuerzo de Bloch aparece, entonces, como una versi¨®n filos¨®fica del cristianismo. Lo cual no es demasiado nuevo ni extraho: ya lo hab¨ªa sido el Sistema de Hegel y, m¨¢s abiertamente a¨²n, La esencia del cristianismo, de Feuerbach. Nuevo es el acento concreto, ahora puesto en la esperanza. La filosof¨ªa de la raz¨®n ut¨®pica, plasmada, ante todo, en el monumental Principio Esperanza (1), puede comprenderse como el m¨¢s acabado intento de versi¨®n atea del dinamismo del esperar cristiano. M¨¢s a¨²n. en un libro posterior, Atheismus im Christetum, ha osado formular as¨ª su tesis: ?S¨®lo un ateo puede ser un buen cristiano, s¨®lo un cristiano puede ser un buen ateo.?
Es muy comprensible que los te¨®logos cristianos m¨¢s senbilizados hayan visto en la obra de Bloch uno de los m¨¢s estimulantes desaf¨ªos. Pensando en Bloch escribi¨® Molt¨ªnann su Teolog¨ªa de la esperanza. El ate¨ªsmo ?cristiano? (?) del marxista Bloch tiene por derecho propio un lugar preeminente en todo intento de di¨¢logo y comprensi¨®n mutua entre marxistas y cristianos. Nada como ¨¦l deshace el viejo anatema de incomprensi¨®n. Pero tambi¨¦n nada como ¨¦l ayuda a que no se simplifique superficialmente el di¨¢logo, como si cristianismo y marxismo pudieran simplemente yuxtaponerse sin afectarse mutuamente.
No es este el lugar para profundizar en el debate que suscita Bloch a la autocomprensi¨®n tradicional cristiana. Pero s¨ª puede, al menos, a?adirse alguna precisi¨®n que lo sit¨²e. Ser¨¢ tambi¨¦n la mejor concreci¨®n del tema de la raz¨®n ut¨®pica. Seg¨²n la penetrante s¨ªntesis del te¨®logo checo J.M. Lochman (2) todo el debate puede quedar centrado alrededor del lugar concedido a Prometeo.
Prometeo fue canonizado por el joven Marx como ?el primer santo del nuevo calendario?. Y siempre represent¨® para ¨¦l un s¨ªmbolo fascinante, en su rebeli¨®n y en su martitio. Bloch ha acogido ese s¨ªmbolo como verdaderamente central, pero ha visto, con m¨¢s acierto que Marx, que tal s¨ªmbolo no es anticristiano. Ciertamente, mucho de la historia de la Iglesia y de su teolog¨ªa resulta antit¨¦tico con el esp¨ªritu creativo de Prometeo. es aquello en que tambi¨¦n la religiosidad cristiana ha sido ?opio del pueblo?. Pero la tradici¨®n b¨ªblico-cristiana m¨¢s originaria no rechaza radicalmente el esp¨ªritu de Prometeo, como s¨ª, en cambio, lo rechazaba la religiosidad griega (para la que Zeus castiga con raz¨®n la hybris del progreso humano emancipado).
Los te¨®logos de hoy no temer¨¢n conceder a Bloch que el buen cristiano debe ser un ateo del dios Zeus que encaden¨® a Prometeo. Y no tendr¨¢n tampoco dificultad en encontrar en la figura de Cristo ciertos rasgos del s¨ªmbolo que Prometeo expresaba. Pero Bloch va, en realidad, m¨¢s lejos; y es comprensible que los te¨®logos acaben no pudiendo ya seguirle. Su concepci¨®n de la raz¨®n ut¨®pica se presenta como solidaria de una opci¨®n por Prometeo que excluye la posibilidad y el sentido de la gracia. Su ate¨ªsmo no rechaza s¨®lo a Zeus, sino tambi¨¦n al Padre de Jes¨²s; al que le posibilit¨® su generosa aventura de hombre rebelde y le esper¨® m¨¢s all¨¢ de su muerte. Por ello es tambi¨¦n por lo que el Dios de la esperanza es sustituido de ra¨ªz por el Dios-Esperanza.
Bloch ha tenido que hacerse arbitrariamente selectivo al intentar fundar en ex¨¦gesis b¨ªblicas el cambio cristol¨®gico que expres¨® como opci¨®n por la serpiente frente al Cordero. M¨¢s serio es a¨²n que no ha logrado dar un sentido al hecho central cristiano de la Cruz. (Algo paralelo a su emocionante fracaso en el maravilloso y honest¨ªsimo debate con el problema de la muerte, al final del Principio Esperanza.)
Cabe preguntarse si la l¨®gica de la raz¨®n ut¨®pica pide esa extremosidad de la opci¨®n por Prometeo, hasta la exclusi¨®n de la gracia. El ¨²ltimo Garaudy parece haber visto -desde una trayectoria en tantos puntos an¨¢loga- que podr¨ªa no ser as¨ª; m¨¢s a¨²n, que resulta ya deshumanizante el ultrancismo prometeico de nuestra civilizaci¨®n.
Terminemos, por nuestra parte, sentando constancia de un inmenso deber de gratitud hacia el gran profeta de la raz¨®n ut¨®pica. Y permiti¨¦ndonos a?adir un subrayado a la esperanza (sin duda no ajena a la mejor utop¨ªa) de que el futuro nos conceda verla menos tit¨¢nica y m¨¢s cargada de llana alegr¨ªa. (Quiz¨¢, como para Beethoven, vibrar con Prometeo no implica tener que deso¨ªr el gozoso mensaje de la oda de Schiller.)
(1) Acaba de aparecer la primera parte de la traducci¨®n castellana, realizada por el profesor Felipe Gonz¨¢lez Vic¨¦n (Ed. Aguilar, Madrid). La editorial Taurus publicar¨¢ en breve un volumen en que se recoger¨¢n las intervenciones del ciclo celebrado este a?o en el Instituto Alem¨¢n de Madrid, centrado principalmente en esa obra.
(2) J.M. Lochman, Christus oder Prometheus? Die Kernfrage des christlich-marxistischen Dialogs und die Christologie, Furche, Hambourg, 1972.
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