Cr¨ªtica de la clase pol¨ªtica
SenadorSiempre ha sido el espa?ol proclive a la cr¨ªtica de la clase pol¨ªtica. Desde los tiempos de los ?regeneracionistas? la acusaci¨®n a los pol¨ªticos y a ?sus? grupos, ha sido tema habitual. Con las tendencias autoritarias v fascistas, esta inclinaci¨®n adquiri¨® nuevo br¨ªo y horizontes un poco diferentes. A?adamos la incidencia del anarcosindicalismo, virulentamente ?antipol¨ªtico? y tendremos algunas pistas para situar este fen¨®meno de animadversi¨®n al pol¨ªtico.
Era de esperar que una vez comenzadas las actividades de los partidos pol¨ªticos, y especialmente la actuaci¨®n de las C¨¢maras que constituyen las actuales Cortes, esta condena, en ocasiones esta ?burla?, se har¨ªa notar con mayor intensidad. El hecho ha tenido dos manifestaciones y se viene desarrollando en dos tiempos: cr¨ªtica a los partidos y a sus dirigentes (a los ?pol¨ªticos? como una especie de ?profesionales?) y acusaci¨®n y parodia de las actividades parlamentarias. Alguien se ha cre¨ªdo con aptitudes para reactualizar las sarc¨¢sticas notas parlamentarias de Fern¨¢ndez Flores, y, ciertamente, con menos garbo e ingenio, acumula improperios, que ¨¦l debe estimar como manifestaciones de un agudo ingenio, no ya contra determinadas actitudes de muy concretos parlamentarios, sino contra lo que es la ?esencia? misma, no ya del parlamentarismo, sino de toda especie de democracia: la palabra, el discurso, el prop¨®sito de persuasi¨®n y esclarecimiento de ideas y de problemas.
Cuando se ?estrena? democracia (este es nuestro caso) y se hace en una mala coyuntura y con menguada preparaci¨®n de todos (absolutamente ?todos?) hay que ser m¨ªnimamente responsable para saber hasta d¨®nde debe de llegar la cr¨ªtica para que ¨¦sta pueda ser considerada como tal y no como un est¨²pido y et¨¦reo ?divertimento?. Qu¨¦ duda cabe que una democracia necesita vivir en un ambiente cr¨ªtico. La democracia es cr¨ªtica y control a todos los niveles, comprendiendo, es obvio, la cr¨ªtica realizada con relaci¨®n a los mismos ?censores? de la acci¨®n gubernamental. Lo que sucede es que para que podamos hablar de aut¨¦ntica cr¨ªtica pol¨ªtica hay que cumplir unas m¨ªnimas condiciones, determinadas por la naturaleza, funci¨®n y fases hist¨®ricas del quehacer pol¨ªtico. Siendo igualmente inexcusable entender la relaci¨®n dial¨¦ctica que existe entre la fase presente del proceso pol¨ªtico y las formas de comportarse los hombres que integran la ?clase pol¨ªtica?. Hay que comprender funcionalmente la relaci¨®n entre el despliegue del desarrollo pol¨ªtico y las misiones y aptitudes de la ?clase pol¨ªtica?.
El fen¨®meno del desarrollo se manifiesta tanto en el campo de la econom¨ªa como en el de la pol¨ªtica. Por su parte, el ?subdesarrollo? se verifica en ¨¢reas econ¨®micas, sociales, culturales, t¨¦cnicas y esencialmente pol¨ªticas. Nosotros ?intentamos? estrenar una democracia partiendo de una situaci¨®n de recesi¨®n y crisis econ¨®mica que nos retorna a ¨¦pocas de subdesarrollo real, y, al mismo tiempo, arrancamos de un aut¨¦ntico subdesarrollo pol¨ªtico, pues incluso en nuestra pasada realizaci¨®n del ?autoritarismo?, de los ?reg¨ªmenes de excepci¨®n?, operamos con formas y mentalidad de subdesarrollados. As¨ª se explica la vivencia de formatos integristas y absolutistas propios de los tiempos de Felipe II (lo ha recordado ¨²ltimamente R. de la Cierva).
Supongamos que no est¨¢ condenada de antemano al fracaso la operaci¨®n ?de despliegue del desarrollo pol¨ªtico democr¨¢tico?, y actuando sobre esta premisa tendr¨ªamos que ser cr¨ªticos de manera realista, hist¨®rica y funcional. Debemos juzgar y valorar la conducta de la clase pol¨ªtica persuadidos de que, como tal, asume la responsabilidad de actuar de forma que haga viable este ?despegue? en el desarrollo pol¨ªtico. Reclamar de la clase pol¨ªtica comportamientos propios de fases extremadamente desarrolladas, de democracia avanzada, de verdadera ?nueva izquierda?, etc¨¦tera, es no comprender la situaci¨®n actual y las exigencias en el hacer pol¨ªtico y cr¨ªtico que ella comporta.
Los marxistas han se?alado, con evidente exactitud, que aceptada la dial¨¦ctica, con todo lo que de movimiento y dinamismo implica, con todo lo que metodol¨®gica y pragm¨¢ticamente supone a efectos de elaborar construcciones cient¨ªficas respecto a la vida social y pol¨ªtica, a la comprensi¨®n hist¨®rica, otro tanto habr¨¢ que hacer trat¨¢ndose de los partidos pol¨ªticos, de la clase pol¨ªtica. Dial¨¦cticamente hay que proceder a comprender el grado de protagonismo de la clase pol¨ªtica y el tipo de funciones que en cada momento le corresponde. Estas son las dos cuestiones que ahora pretendo introducir.
No estimo que sea necesario plantearnos como problema la inexcusable necesidad dentro de una democracia representativa de los partidos pol¨ªticos. Tampoco requiere el tratamiento de ?cuesti¨®n previa? la obligada organizaci¨®n de estos partidos, lo que hace indispensable acusar su dimensi¨®n org¨¢nica, inclusive con riesgo de potencializar eventuales deformaciones burocr¨¢ticas que sofoquen la dimensi¨®n ideol¨®gica del partido y su vida democr¨¢tica interna y, al un¨ªsono, externa. Y si estas notas valen hoy en todo sistema democr¨¢tico occidental, y con otras manifestaciones tambi¨¦n en las que en ¨¦pocas pasadas se llamaron ?democracias populares?, mayor fuerza de exigencia tendr¨¢n trat¨¢ndose de esta incipiente democracia espa?ola que es, como no pod¨ªa dejar de serlo, igualmente ?subdesarrollada?, trat¨¢ndose de sus partidos pol¨ªticos y de su clase pol¨ªtica. En conclusi¨®n, creo que a niveles m¨¢s bajos de ?desarrollo pol¨ªtico? corresponde un sistema de partidos pol¨ªticos y una clase pol¨ªtica m¨¢s autoritaria, m¨¢s regimentadora. No en vano salimos de un sistema de partido ¨²nico (forma que se corresponde con una respuesta primitiva y antipol¨ªtica del capitalismo, o de un comunismo primitivo, de guerra, etc¨¦tera), y ensayamos una f¨®rmula de democracia representativa. No podemos desconocer que en niveles muy acusados de ?subdesarrollo pol¨ªtico?, aun hablando de democracia, de hecho se vive en una sociedad teledirigida por un partido ¨²nico, que quiere legitimarse apoy¨¢ndose en las duras exigencias del ?despegue del desarrollo pol¨ªtico?.
La segunda nota se refiere al grado de protagonismo que en esta fase rudimentaria del vivir pol¨ªtico corresponde a los partidos y a la clase pol¨ªtica. Yo me atrever¨ªa a marcar como tendencia aqu¨¦lla que supone un proceso hist¨®rico en el que a medida que se recorre se experimenta un relativo ?empobrecimiento? de los partidos pol¨ªticos y de la clase pol¨ªtica para dar paso paulatinamente a nuevas formas de racionalizaci¨®n y funcionalidad pol¨ªtica. Equivale al descubrimiento de in¨¦ditas manifestaciones de una democracia representativa, o tambi¨¦n de incipientes ensayos de una democracia directa que encuadre pol¨ªticamente las respuestas pluralistas, autogestionarias y federales.
Y, para terminar, recordar¨¦ un concepto que creo de significativo valor probatoril. Hace bastantes a?os (estaba a¨²n de profesor en la Universidad Hispalense) escrib¨ª una recensi¨®n a un esclarecedor trabajo del iusinternacionalista italiano M. Giuliano sobre el asilo pol¨ªtico. El profesor Giuliano examinaba el tema desde la perspectiva panamericana, y ven¨ªa a llegar a la conclusi¨®n de que el asilo era una forma tosca, rudimentaria de dar respuesta a unas exigencias pol¨ªticas, especialmente acusadas en sociedades escasamente desarrolladas pol¨ªticamente, y que no eran otras que la necesidad de ?proteger la conservaci¨®n de la clase pol¨ªtica?, indispensable especialmente para ?el despliegue del desarrollo pol¨ªtico?. Esta creo que es, al menos aproximativamente, la situaci¨®n pol¨ªtica en que estamos colocados los es pa?oles en esta hora. Seamos conscientes de este dato y juzguemos a la clase pol¨ªtica sabedores de lo que ¨¦sta puede y necesita hacer... En pr¨®xima colaboraci¨®n profundizar¨¦ en esta hip¨®tesis de trabajo planteando el tema de la relaci¨®n entre la clase pol¨ªtica y los pol¨ªticos. En mi interpretaci¨®n se trata de realidades diferenciables.
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