Philip K. Dick: una percepci¨®n maldita
Un gigantesco molusco bivalvo, habitante de una lejana galaxia, discute apasionadamente con un ceramista terrestre sobre las posibilidades de restaurar la gigantesca catedral de Gestarescala, obra cicl¨®pea para la que ambos han sido contratados por un monumental y pluriforme organismo cuasitodopoderoso.El creador de tan curioso di¨¢logo no es otro que Philip K. Dick, autor doblemente maldito, mediocre o sublime seg¨²n sus estados de ¨¢nimo, encerrado en ese singular ghetto en el que los puros han encerrado a los autores de un g¨¦nero que intenta superar los remilgos de cierta cr¨ªtica cambiando su denominaci¨®n original de ciencia-ficci¨®n por la mucho m¨¢s alambicada, pero convincente, de ficci¨®n especulativa.
No se trata de apocal¨ªpticas batallas entre monstruos habitantes de Andr¨®meda y valerosos guerreros terrestres, las brillantes sagas gal¨¢cticas de la ¨®pera-space, Diego Valor y Luchadores del espacio como aportaciones ib¨¦ricas, han quedado relegadas a mero material de coleccionistas y el g¨¦nero ha ido entretejiendo sus mitos y sus s¨ªmbolos en las m¨¢s sofisticadas direcciones.
La ciencia-ficci¨®n siempre ha tenido mala prensa en cuanto a sus aportaciones literarias y el enconado entusiasmo de sus fans no ha parado en demasiadas consideraciones. Es cierto, sin embargo, que entre los m¨¢s conspicuos cultivadores del g¨¦nero se ha dado un cierto desprecio por el lenguaje mientras que ha florecido el ingenio en las tramas argumentales. De todas formas, cuando alg¨²n despreciable artesano de la SF ha parido una buena novela, los cr¨ªticos se han aprestado ha sacarle inmediatamente del ghetto y a borrar sus precedentes como hacedor de ?fantas¨ªas marcianas?. Como r¨¦plica los encolerizados fans se han dedicado a rastrear precedentes y a colocar la correspondiente etiqueta a cualquier autor que se haya permitido una espor¨¢dica excursi¨®n por el infinito, haya citado la posibilidad de un viaje interplanetario o haya construido, una utop¨ªa.
Philip K. Dick, lleva su correspondiente etiqueta colgando, y a ella se debe su desconocimiento como autor en un pa¨ªs en el que el g¨¦nero ha sido vilipendiado, escarnecido y reducido a espantosas traducciones. Localizar las obras de Dick, sin la gu¨ªa de un experto, es. perderse entre las vicisitudes de colecciones y editoriales especializadas. La gu¨ªa del experto es tambi¨¦n necesaria para desbrozar entre su producci¨®n las buenas de las malas hierbas, ya que Philip Kindred Dick ha mantenido una producci¨®n de lo m¨¢s irregular proporcionando agradables sorpresas y profundas decepciones a sus seguidores. Como buen cultivador de la SF, sin embargo, siempre se puede contar con un planteamiento de base extremadamente original y rico en posibilidades. Philip K. Dick que, s¨®lo en contadas ocasiones abandona la corteza terrestre para sus viajes literarios, pertenece a la raza de los constructores de utop¨ªas o, mejor dicho, anti-utop¨ªas y en este campo ha realizado interesantes extrapolaciones para trasladarse a los peores mundos posibles, mundos retratados siempre, y este es uno de los puntos m¨¢s caracter¨ªsticos del autor, desde una doble visi¨®n interior y exterior.
Ejercicios imaginativos
Los Estados Unidos, divididos tras haber perdido la segunda guerra mundial, entre japoneses y alemanes son el marco exterior para El hombre, en el castillo, una de sus mejores- novelas. En La pen¨²ltima verdad los pobladores de la Tierra habitan el subsuelo del planeta tras una nueva conflagraci¨®n mundial mientras los pol¨ªticos mantienen sus villas privadas en la superficie amenazando a los proletarios subterr¨¢neos con toda clase de horrores, y enfermedades producidos por una radiactividad inexistente. Sin embargo, al margen de estos brillantes ejercicios imaginativos, Dick ha conseguido romper la barrera ante la que caen numerosos autores de la SF que imaginan un entorno fascinante para poblarlo m¨¢s tarde de peleles vagamente humanos o arturianos, limit¨¢ndose a describir con delectaci¨®n detalles ambientales, nuevas aportaciones, tecnol¨®gicas o complicadas teor¨ªas sobre los. viajes en el tiempo o a trav¨¦s del socorrido hiperespacio. Philip K. Dick, al igual que otros autores de la, new-thing, nuevo estilo odiado por los fans conservadores, se olvida de las supermodernas naves espaciales , para describir alucinantes y alucinados mundos interiores. Los personajes de Dick viven odiseas paralelas dentro de sus propios cerebros y experimentan nuevos m¨¦todos de percepci¨®n y de conciencia. Meras alucinaciones, el autor es un impenitente degustador de drogas sicod¨¦licas, van alumbrando nuevos niveles de percepci¨®n y es, a veces, este mundo interior el que se hace due?o de la acci¨®n, que queda situada en un nebuloso terreno entre on¨ªrico y real que, a veces,- traspasa los umbrales de la muerte f¨ªsica y que generalmente aparece imbricado con las llamadas facultades paranormales. Tel¨¦patas, precognitores y-videntes act¨²an sobre la realidad y crean nuevos universos en el cerebro de un autor que escribe sumergido en cont¨ªnuas crisis producidas precisamente por el uso de las drogas, causantes seg¨²n algunos del eclipse del autor en los ¨²ltimos a?os, aunque tal afirmaci¨®n resulte especialmente dificil de comprobar.
El hombre en el castillo, construida con la colaboraci¨®n del I Ching, tradicional sistema de adivinaci¨®n oriental y Ubik, aut¨¦ntica pesadilla interior, probablemente vinculada al LSD, figuran entre las mejores obras de Dick localizables en el mercado nacional, mercado en el que no han aparecido todav¨ªa algunas de sus obras m¨¢s caracter¨ªsticas.
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