En defensa del Parlamento
LA CONSOLIDACION en Espa?a del sistema democr¨¢tico necesita, adem¨¢s de un apropiado marco jur¨ªdico, la asunci¨®n por la sociedad de los valores, pautas de comportamiento y h¨¢bitos mentales propios de esa forma de convivencia. La comprensi¨®n de las funciones que desempe?an los ¨®rganos elegidos por la voluntad popular y el respeto por las personas que los componen afectan al fundamento mismo de la democracia. Por esa misma raz¨®n, una de las principales tareas a las que dedican sus esfuerzos los enemigos del pluralismo es el desprestigio yel menosprecio de las instituciones. parlamentarias y de sus miembros. Y ello tanto desde la extrema izquierda como desde la derecha golpista y autoritaria. Para citar ejemplos inmediatos, baste con recordar los intentos de la izquierda abertzale, que tan modestos resultados obtuvo en las elecciones, para vaciar de contenido el mandato concedido por el pueblo vasco a los congresistas y senadores del PNV y del PSOE mediante movilizaciones de activistas, que recabar¨ªan para s¨ª la condici¨®n de vanguardia (consciente y metaf¨ªsicamente representativa) frente a los ciudadanos de segunda, que depositaron sus sufragios en las urnas. No s¨®lo los fascistas piensan que el mejor destino para las urnas es el de ser rotas. En el otro extremo del espectro, los incidentes que han protagoniz¨¢do en Santander un diputado del PSOE y algunos miembros de las fuerzas de orden p¨²blico son expuestos e interpretados de forma tal que ahora resulta que lo que hay que averiguar es no si el diputado fue injuriado por los guardias, sino si acaso no fue ¨¦l el delincuente. Vaya invento. Desgraciadamente, el menosprecio de las instituciones representativas recibe insospechados refuerzos desde el interior mismo del campo democr¨¢tico. Las ins¨®litas reticencias y matizaciones expuestas, a prop¨®sito de los sucesos de Santander, por el propio ministro de Relaciones con las Cortes as¨ª nos lo hacen temer. Y hasta un veterano militante contra la dictadura como el se?or Tarradellas se ha permitido aportar su grano de arena a esta inicial ofensiva contra los resultados de la voluntad popular con ese delito de lesa democracia que consiste en destituir de un ¨®rgano colegiado, designado por la Asamblea de Parlamentarios catalanes, al senador que m¨¢s votos obtuvo en las elecciones del pasado 15 de junio. Los parlamentarios deben ser conscientes de que, desde distintos ¨¢ngulos, van a ser hostilizados y menospreciados en tanto que representantes de la voluntad popular. Por esa raz¨®n, tienen el deber de reducir al m¨ªnimo los pretextos que puedan servir para desencadenar campa?as de desprestigio contra la instituci¨®n a la que dan vida. No parece que la grave crisis econ¨®mica por la que atraviesa el pa¨ªs sea el marco adecuado para una revisi¨®n al alza de sus retribuciones, amenos que impliquen una verdadera plena dedicaci¨®n a sus tareas. Ni tampoco el secreto y las sesiones a puerta cerrada son el mejor procedimiento para que los electores se sientan verdaderamente representados por sus diputados y genadores. Para no hablar de los negativos efectos que pudieran producir en el futuro la ineficacia de la actividad parlamentaria o la transformaci¨®n de los debates en incomprensibles pugnas bizantinas para los iniciados. La defensa de las libertades y la consolidaci¨®n de la democracia precisa un Parlamento no s¨®lo plenamente representativo, sino tambi¨¦n operativo, ejemplar y transparente.
De esta forma, las tentativas extremistas de desplazar la vida pol¨ªtica fuera de los rnarcos legales y electorales carecer¨¢n del necesario campo de maniobra. Y los esfuerzos del poder ejecutivo por invadir el territorio del poder legislativo, despojarle de funciones y socavar su prestigio encontrar¨¢n la firme resistencia de la opini¨®n p¨²blica.
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