Una nueva estrategia para Gibraltar
EL USO y hasta el abuso que del tema gribraltare?o hizo la diplomacia espa?ola durante los lustros de la dictadura ha provocado que el problema sea contemplado hoy con escepticismo por la opini¨®n p¨²blica. La palabra Gibraltar, tras haber simbolizado una convocatoria pol¨ªtica, ha pasado actualmente a convertirse en un t¨®pico molesto. Un t¨®pico es una verdad ya in¨²til. Desgraciadamente, por podrido que el tema est¨¦ ya a nivel de convocatoria -y hasta en el terreno de la capacidad negociadora espa?ola- sigue existiendo. Gibraltar sigue siendo hoy, como lo ha sido siempre desde el tratado de Utrecht, una amputaci¨®n de la soberan¨ªa nacional espa?ola. Y es, por lo tanto, uno de los contenciosos, en el terreno de las cuestiones bilaterales, que el secretario del Foreign Office, David Owen y su colega espa?ol, Marcelino Oreja, abordan en sus conversaciones madrile?as.El tema, sin embargo, ya no es tan s¨®lo bilateral. Espa?a debe contrastar su capacidad de negociaci¨®n internacional sobre todo con vistas a su inserci¨®n dentro de su comunidad internacional natural, que es el contexto europeo occidental. En esta comunidad es impensable una total normalizaci¨®n y un funcionamiento internacional normal sin que cada uno de los Estados que la componen haya resuelto todos sus problemas de soberan¨ªa, y las anacr¨®nicas situaciones de colonizaci¨®n m¨¢s o menos encubiertas.
Espa?a tiene su soberan¨ªa mermada en el Pe?¨®n: pero el reconocimiento de una soberan¨ªa reviste hoy caracteres diversos que no consisten solamente -en ocasiones- en la plenitud del dominio pol¨ªtico y administrativo de un territorio. En el caso de Gibraltar, el problema colonial se presenta asimismo bajo el aspecto de una hipoteca pol¨ªtica y militar. Es un condicionamiento forzoso impuesto a Espa?a en el sistema europeo, un territorio que, adem¨¢s, por f¨®rmulas especiales. est¨¢ en la OTAN y hasta como puerto franco en el Mercado Com¨²n. La f¨®rmula de atacar s¨®lo una amputaci¨®n de la integridad territorial de Espa?a, reiteradamente utilizada en la ¨¦poca del ministro Castiella, ha quedado de esta manera totalmente desbordada. No es posible, por lo tanto, insistir en los mismos t¨¦rminos. La diplomacia de la Espa?a democr¨¢tica debe asimismo desbordar el marco de sus reivindicaciones tradicionales, que s¨®lo han conducido al endurecimiento, a enturbiar las relaciones hispanobrit¨¢nicas y, en consecuencia, el camino de Espa?a en su integraci¨®n en el contexto europeo. Gran Breta?a, acudiendo a la ficci¨®n de una autodeterminaci¨®n de una poblaci¨®n cuya existencia depende de la base militar all¨ª situada -y frente a la debilidad argumental de una dictadura- pudo en su d¨ªa responder al endurecimiento con otro endurecimiento similar.
El problema de Gibraltar no puede ser contemplado fuera de su contexto natural, el estrecho de su nombre, y de sus condicionamientos estrat¨¦gicos, que afectan a los mecanismos de seguridad de la propia Europa occidental. El r¨¦gimen de la dictadura tuvo que conceder de esta manera otras amputaciones de la soberan¨ªa espa?ola, enajenando otra base mar¨ªtima, la de Rota, en favor de otra potencia mediterr¨¢nea, Estados Unidos. Adem¨¢s, las tendencias dominantes en la conferencia sobre derecho mar¨ªtimo amenazan con privar a Espa?a de una ampliaci¨®n de sus derechos y responsabilidades en la zona del Estrecho; y ello precisamente ahora, cuando las potencias mar¨ªtimas -CEE, Estados Unidos y Canad¨¢-, con la creaci¨®n de zonas econ¨®micas exclusivas, han privado a Espa?a de unos derechos tradicionales de actividad econ¨®mica en el Atl¨¢ntico norte.
Las potencias mar¨ªtimas citadas se proponen exceptuar las zonas costeras de estrechos de importancia estrat¨¦gica de la ampliaci¨®n a doce millas de las aguas territoriales. Ning¨²n otro estrecho tiene la importacia econ¨®mica que el de Gibraltar, y pocos su envergadura estrat¨¦gica. La aspiraci¨®n de las grandes potencias es que el tr¨¢nsito de fuerzas submarinas nucleares no est¨¦ sujeto a derecho de escrutinio y control porparte de los pa¨ªses ribere?os de los estrechos. De este modo, Espa?a se ve expulsada de aguas que fueron internacionales para la pesca, a causa de esta imposici¨®n internacional -en la cual Gran Breta?a, como potencia mar¨ªtima y nuclear y miembro de la CEE, juega un papel fundamental- y tendr¨¢ que soportar las crecientes servidumbres estrat¨¦gicas internacionales. Nuestro ingreso en la OTAN y en la CEE posibilitar¨ªa un nuevo enfoque de estos problemas y un mayor margen para nuestra diplomacia.
Gran Breta?a afirma que no sostiene intereses militares en Gibraltar, y que s¨®lo le mueve la defensa de los intereses del pueblo gibraltare?o, que prefiere seguir siendo brit¨¢nico. Pero la base militar es la que sustenta la sirpervivencia econ¨®mica de este mismo pueblo. ?Acaso no es compatible el reconocimiento de la soberan¨ªa espa?ola sobre el territorio con la defensa de los intereses de los gibraltare?os? Al endurecimiento espa?ol, tras la votaci¨®n que el ministro Castiella logr¨® ganar en las Naciones Unidas en 1968, respondi¨® la intransigencia brit¨¢nica. Gran Breta?a, desde entonces, se ha negado a negociar el tema y posiblemente la diplomacia espa?ola deba en primer lugar conseguir que esta negociaci¨®n comience. Sin excluir, naturalmente, que si se obtienen garant¨ªas de di¨¢logo, se pueda suavizar por parte espa?ola el r¨ªgido bloqueo impuesto a la zona del Estrecho. Lo que ahora se necesita es una ?descrispaci¨®n? del problema, una normalizaci¨®n de las relaciones entre Londres y Madrid con relaci¨®n a este espinoso tema. En el actual momento hist¨®rico, Gibraltar no aparece ya como un callej¨®n sin salida, y una Espa?a democr¨¢tica que tiende a unir su proyecto pol¨ªtico en su natural contexto occiden tal posee m¨¢s argumentos, m¨¢s bazas, y un mayor margen de negociaci¨®n. Compaginando los intereses de Espa?a y de los gibraltare?os y los de la seguridad espa?ola y europea.
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