Dos modos de pensar
?Yo creo que el intelectual que milita en un partido hipoteca su libertad de opini¨®n al someterse a una disciplina de partido?, declaraba hace poco un importante pensador, cuya identidad no viene al cuento, ya que lo que me importa es la idea y el problema. ?Pero es que vamos a creernos eso? Aranguren, Mar¨ªas, Gala y otras personalidades absolutamente estimables han insinuado ¨²ltimamente que lo conveniente para el intelectual o el artista es la ausencia de compromiso pol¨ªtico, es decir, supongo yo, no la inactividad, pero s¨ª la negativa a adherirse a partido alguno o a participar en sus deliberaciones. ?En las deliberaciones ?interiores? del partido no, pero en los debates exteriores a ¨¦l s¨ª? La l¨ªnea divisoria es sutil y movediza, individual y pragm¨¢tica. Dej¨¦mosla de lado, lo interesante siendo el talante inicial que, de entrada, tal escr¨²pulo supone.En Espa?a los partidos no est¨¢n ?hechos?, sino por fortuna est¨¢n ?por hacer?, o al menos se est¨¢n haciendo. Son pocos los partidos (incluso los internacionales) de los que no podamos decir eso. He aqu¨ª un rasgo de la extraordinaria coyuntura hist¨®rica que vive la naci¨®n -su car¨¢cter juvenil, primaveral, precario, transitorio- La largu¨ªsima supervivencia del franquismo -(?tantos a?os p¨®stumo!) dio tiempo para que se fuera forjando en la clandestinidad una generaci¨®n nueva de militantes, m¨¢s o menos coet¨¢nea del Rey, mientras los a?os, implacables, iban dejando fuera de combate a los hombres de antes. (Incluso el ?viejo profesor? ha sido siempre m¨¢s joven de lo que aparentaba.) Los partidos m¨¢s caracter¨ªsticos del momento actual tienen l¨ªderes ins¨®litamente j¨®venes (los m¨¢s j¨®venes de Occidente, y no digamos de Oriente) y al propio tiempo carentes de toda experiencia de gobierno. Tan abrumadora falta de experiencia, ante las arduas decisiones que se avecinan, no deja de ser el signo de un apuro -pero un apuro, a. mi ver, que coincide con un reto espl¨¦ndido y una oportunidad sin igual- Hoy por hoy no convencen los t¨®picos pol¨ªticos, las frases hechas, los conjuntos prefabricados. Somos muchos los que opinamos que las sociedades existentes de Europa y Am¨¦rica no. brindan ning¨²n modelo que sea digno de ser simplemente imitado por una naci¨®n en trance de reconstituci¨®n. La mocedad no ya de los adalides sino de los partidos, o de sus programas, o lo inacabado de nuestras modalidades de convivencia, contra puesto a lo atascado o ?demasiado completo? de los dem¨¢s reg¨ªmenes europeos, se nos aparece a veces como una gran ventaja. ?El futuro no est¨¢ escrito?, afirmaba hace poco, en EL PAIS, Juli¨¢n Mar¨ªas (con Antonio Machado, aquel especialista en primaveras). Pues entonces, ?ser¨¢n los escritores los ¨²nicos que no contribuyan a escribirlo? El reto y la oportunidad no excluyen a nadie, y menos a quienes poseen conocimientos susceptibles de ?enlazar? esta ins¨®lita juventud con etapas previas del itinerario hist¨®rico de la naci¨®n. Pero hay que enlazar a tiempo, hay que saber historia ahora, o sea, antes de que se haya endurecido el entorno tan maleable de hoy.
En cuanto a la sumisi¨®n a ?la disciplina del partido?, la expresi¨®n est¨¢ re?ida con estos albores democr¨¢ticos, y no creo que nadie mantenga seriamente que sin ,opciones, sin debates, sin discusiones, sea edificable pensamiento o partido pol¨ªtico alguno., No, la disyuntiva es entre dos modos distintos de pensar o de crear. Lo que a ciertos intelectuales repugna es la posibilidad d¨¦ estar de acuerdo con alguien, de pensar con alguien. ?Qu¨¦ sacrificio el di¨¢logo! Lo repet¨ªa Andr¨¦ Gide: el artista es el opositor (no s¨®lo a c¨¢tedras), su habitat natural es la oposici¨®n. La oposici¨®n: fruto met¨®dico de la soledad. (Escrib¨ªa Joan Fuster: la originalidad es uno de los pocos signos positivos que podamos dar a la soledad; y agregar¨ªa yo, la originalidad m¨¢s vac¨ªa es la oposici¨®n: pura soledad sin contenido.) Dig¨¢moslo de una vez: si lo que anhelamos es el aislamiento, la lejan¨ªa, la contemplaci¨®n, el ejercicio constante de la cr¨ªtica y la disconformidad, ?c¨®mo no aflorar aquellos tiempos pret¨¦ritos? ?Aquel ambiente inmejorable? Aludo, claro, al franquismo. ?Con Franco se opon¨ªa uno mejor.?
A toro pasado, las chicuelinas son f¨¢ciles. Pues supongo que el intelectual reacio a toda adhesi¨®n pol¨ªtica se reserva, desde luego, el derecho a enjuiciar a posteriori, las ideas y propuestas de quienes militan y se atreven a discurrir al interior de un partido. Es el derecho con antelaci¨®n a lo que el pa¨ªs vecino denomina l'esprit d'escalier: terminada la visita, la r¨¦plica ingeniosa y a solas en. la escalera (que ojal¨¢ no sea la de otra dicta dura).
Conviene distinguir, en t¨¦rminos generales, entre el artista y el pensador. El pintor, pongamos por caso, cambia por completo de materia y de forma de trabajo, o de g¨¦nero de acci¨®n, cuando deja los Pinceles y hace pol¨ªtica. Nada mas propicio para ambas tareas que esta sana diferencia, siempre que exista el ambiente de libertad sin el cual no son del todo posibles la pintura-pintura y la politica-pol¨ªtica. Lo que el pintor aporta a los afanes pol¨ªticos es su capacidad creadora, su sentido de la realidad, su talento, su imaginaci¨®n. Pero cuando nos acercamos a eso que se llama grosso modo, el pensamiento los niveles o las jurisdicciones si combinan inextricablemente.
Ah¨ª cabe observar dos polos opuestos, dos modos de pensar. El intelectual, de un lado, procura ?complicarse la vida?: se busca ante todo el problema, la interrogaci¨®n fecunda (qui¨¦n sabe cu¨¢ndo), el moroso. proceso exploratorio, el resultado a largo plazo (o quiz¨¢ nunca). Destacan los matices, las superficies se quiebran, las distinciones vienen a a?adirse a lo que ya, se sab¨ªa. Cierto trabajo solitario es ineludible, y un m¨ªnimo de discrepancia o de desacuerdo con los otros, mientras el intelectual dialoga consigo mismo. La indecisi¨®n y la duda son elevadas a un rango superior. Ninguno tiene la ¨²ltima palabra, todos son ense?ables. He ah¨ª un polo. El otro, el del Pol¨ªtico, supone un modo de pensar decisivo. El pol¨ªtico escucha y dialoga, pero para eliminar dudas. Su inteligencia busca en la inminencia de la pr¨¢ctica un m¨¦todo para fijar prioridades. Se forjan colaboraciones y alianzas, con miras al trabajo colectivo. Se recogen datos nuevos, para poner a prueba las viejas ideas, pero sin el menor prejuicio en contra de ¨¦stas. Apoy¨¢ndose en lo sabido, en los predecesores, se procura no s¨®lo discurrir con sencillez y eficacia, sino reducir el concepto a un n¨²cleo (m¨¢s persuasivo o emotivo que preciso) id¨®neo para la atracci¨®n de voluntades.
Me parece evidente que nos hallamos no ante una mera distinci¨®n entre teor¨ªa y pr¨¢ctica, si no ante dos g¨¦neros de inteligencia. No son pocos los pol¨ªticos que cultivan los dos y escriben libros.
El intelectual que se niega a militar en un partido rehusa, sobre todo, uno de estos dos modos de ser inteligente. Pero dejo para otro lugar, y para. plumas mejores, la reflexi¨®n sobre las consecuencias que habr¨ªan de, tener, hoy por hoy,, la definitiva separaci¨®n de estas dos modalidades del pensar.
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