La CEDA y la Segunda Rep¨²blica
Rehacer, lenta y escrupulosamente, la historia contempor¨¢nea no es tarea f¨¢cil, tras cuarenta a?os de silencio impuesto. El silencio, la ignorancia, nunca fueron buenos m¨¦todos de conocimiento; menos a¨²n, el error y la deformaci¨®n de la realidad. No obstante, en los ¨²ltimos a?os del franquismo y, en los primeros del posfranquismo o de la predemocracia han surgido estudios valiosos que ayudan a componer nuestra desarticulada memoria colectiva.La tarea es f¨¢cil cuando se trata de la selecci¨®n de unos hechos que s¨®lo interesan como piezas de museo; pero, por el contrario, es labor muy complicada cu¨¢ndo es preciso analizar fen¨®menos que, por su enraizamiento econ¨®mico y sociopol¨ªtico, no pertenecen al pasado, sino que han resistido al paso del tiempo y, soterrada o descubiertamente, han. venido actuando y conservando su vigenci a desde comienzos de siglo, por encima de transformaciones sociales, cambios de r¨¦gimen, golpes de Estado, guerra civil.
La CEDA
El catolicismo social y pol¨ªtico en la Segunda Rep¨²blica.Jos¨¦ R. Montero. Ediciones de la Revista de Trabajo. Dos vol¨²menes. Madrid, 1977.
Este es el caso concreto de la Confederaci¨®n Espa?ola de Derechas Aut¨®nomas (CEDA); que, con todas las reservas del calificativo gastado por el uso, ha sido estudiada exhaustivamente con una metodolog¨ªa cient¨ªfica, marxista, por el profesor Jos¨¦ R. Montero. Evidentemente, no es el primer ensayo dedicado al tema; conocidos son, entre los m¨¢s recientes, los de O. Alzaga y J. Tusell; en estos dos casos, y otros que por su menor entidad no vienen al caso, se con templa el fen¨®meno CEDA desde una ¨®ptica marcadamente circunstancial: configuraci¨®n de una trayectoria dem¨®crata cristiana que, en 1973 y 1974, respectivamente, se ofrec¨ªan como alternativa conservadora al franquismo agonizante. Se trataba, en ¨²ltimo extremo, de la obra de dos j¨®venes pol¨ªticos, tambi¨¦n profesores, directamente comprometidos e interesados con la alternativa en cuesti¨®n: Oscar Alzaga, (La primera democracia cristiana en Espa?a) ,y Javier Tusell (Historia de la de mocracia cristiana en Espa?a).
La obra de J. R. Montero, desde una ¨®ptica adversa, tiene dimensiones muy distintas. Su objetivo es detectar las ra¨ªces del catolicismo social y pol¨ªtico en la Segunda Rep¨²blica y dejar al lector con el ¨¢nimo tenso, la tarea de promulgar una labor imaginativa y reflexionar sobre el hecho eclesial en nuestra patria. Esta invitaci¨®n, expuesta cientificamente, elimina todo tipo de extrapolaci¨®n y prohibe a todos cualquier incursi¨®n en el t¨²nel del tiempo, quiero decir que, en modo alguno, la lectura de este libro sugiere un ajuste de cuentas ni mucho menos, una interpretaci¨®n de conductas personales confundiendo datos y circunstancias hist¨®ricas en meridianos diferentes.
De las muchas impresiones que produce el libro comentado hay una que, por su importancia, se impone a todas las dem¨¢s: la CEDA es el paradigma del comportamiento pol¨ªtico de la derecha cat¨®lica espa?ola; no es un dato aislado, ni tampoco un epifen¨®meno; es un modelo de respuesta a un reto determinado, la Segunda Rep¨²blica, que pone en peligro sus intereses materiales y sus valores ideol¨®gicos. La CEDA se presenta, en esta fase cr¨ªtica, como una visi¨®n, renovada, din¨¢mica y agresiva, de lo que se ha dado en llamar catolicismo social y que, hasta entonces, hab¨ªa presentado escasos rasgos de modernizaci¨®n, y una absoluta inadecuaci¨®n, perfectamente l¨®gica por otra parte, con el ascenso del proletariado en Espa?a.
Tras las elecciones. municipales de abril de 1931, ?c¨®mo responde la derecha conservadora ante la nueva forma de gobierno? A grandes rasgos, s¨®lo caben dos posturas: una, la de los mon¨¢rquicos constitucionales y tradicionalistas que, sencillamente, cuestionan y combaten el sistema republicano; otra, precisa mente, el sector que se nuclear¨¢ en torno a la CEDA, que aparente mente no har¨¢ cuesti¨®n de la forma de gobierno, sino que tratar¨¢, por medio del sufragio universal, de conquistar el poder para, desde ¨¦l, transformar el Estado.
El planteamiento de Gil Robles
Sabido es, por dem¨¢s, el planteamiento de Gil Robles, l¨ªder de la CEDA, sobre la accidentalidad en las formas de gobierno; en el mitin celebrado en el teatro Fuencarral, en marzo de 1933, afirmaba: ?Antes que la forma defendemos el contenido; antes que lo perecedero defendemos lo eterno; antes que a las formas defendemos a Dios. ? Expresiones cuya carga literana no consegu¨ªan disimular su ambig¨¹edad; era, con una s¨ªntaxis distinta, la materializaci¨®n de la declaraci¨®n de principios de Angel Herrera: ? La cuesti¨®n de la forma de gobierno queda, pues, en suspenso para nosotros? (El Debate, 23-IV-193l). Queda claro que, suspensivamente, Acci¨®n Nacional, primero, y la CEDA, despu¨¦s, aceptan el juego republicano. La pregunta inmediata es simple: pero ?hasta qu¨¦ punto eran aceptadas las reglas del juego? Cuando Fernando de los R¨ªos pone su firma al pie del decreio sobre libertad de cultos, la respuesta es inequ¨ªvoca: ?Con el orden y con la ley nos basta para poner a las tres cuartas partes de Espa?a en pie, en defensa de la religi¨®n, que no ha sido derrotada el 14 de abril? (El Debate, 12-VI-1931). Como ha escrito Tu?¨®n de Lara, es ?la religi¨®n como bandera de combate?.Es decir, se acepta del sistema republicano todo lo que ofrece para dinamitar, desde el interior, sus mismos cimientos. Gil Robles, a?os m¨¢s tarde, escribir¨ªa sobre el planteamiento de, su jefatura pol¨ªtica, tras las elecciones legislativas del 28 de junio de 1931, cuando explica las finalidades que persigue Acci¨®n Nacional y que, luego, asumir¨ªa la CEDA. Su objetivo tercero rezaba as¨ª: ?Acostumbrarlas (a las derechas) a enfrentarse con la violencia izquierdista y a luchar, cuando fuera necesario, por la posesi¨®n de la calle. ? Y agrega Gil Robles: ?Fue lamentable, desde luego, tener que imprimir a toda nuestra actuaci¨®n pol¨ªtica esa tendencia combativa, que pod¨ªa acabar en un choque armado. Mas, por desgracia, el camino se hallaba trazado por quienes, en nombre de principios liberales y democr¨¢ticos, tan s¨®lo aspiraban al aplastamiento del adversario. Para la opini¨®n contraria, el dilema se dibujaba con claridad tr¨¢gica: defenderse o sucumbir. As¨ª planteadas las cosas, me propuse dar a las derechas espa?olas una fuerza que les permitiera exigir el puesto que en justicia les correspond¨ªa en la gobernaci¨®n del pa¨ªs, para intentar despu¨¦s una pol¨ªtica conciliadora y de convivencia, en unplano de igualdad con los partidos de izquierda. Debo reconocer con verdadero dolor, que si el primer designio se logr¨® plenamente, no pudo evitarse el fracaso en el segundo? (No fue posible la paz, Barcelona, 1968, p¨¢gina, 65).
Con este discutible accidentalismo, que ha llevado a Paul Preston a preguntarse: ?aceptaci¨®n o sabotaje de la Rep¨²blica?, se materializar¨ªa el paso de Acci¨®n Popular a la CEDA como partido republicano; caracterizado por J. R. Montero en los siguientes t¨¦rminos: ?As¨ª, pues, la idea de un partido pol¨ªtico confederal que estructurase a todas las asociaciones pol¨ªticas antirrepublicanas en su seno es una idea que e mana de los representantes de la derecha cat¨®lica? (I, p¨¢gina, 279). Este m¨ªnimo ideario presidir¨ªa la celebraci¨®n del Congreso de Derechas Aut¨®nomas de febrero-marzo de 1933.
La dial¨¦ctica que, en situaciones cr¨ªticas, conduce a la burgues¨ªa a soluciones no democr¨¢ticas es sobradamente conocida. ?Escap¨® la CEDA a la tentaci¨®n totalitaria? Este es un extremo que el posterior desarrollo hist¨®rico relega al campo de las probabilidades. Sabidas son las posiciones sinceramente republicanas y democr¨¢ticas de hombres como Luis Lucia y Manuel Gim¨¦nez Fern¨¢ndez; sin embargo, estas posiciones fueron minoritarias en el seno de la CEDA, que, en m¨¢s de una ocasi¨®n, experiment¨® la atracci¨®n ejercida por las experiencias, alemana e italiana de la ¨¦poca. Gil Robles, a su regreso del Congreso de Nuremberg y tras una breve estancia en Berl¨ªn y en la Casa Parda, de Munich, en 1933, afirmar¨ªa: ?Insisto. En los movimientos racista y fascista, aparte de ciertas cosas inadmisibles, hay mucho de aprovechable, a condici¨®n de amoldarlo a nuestro temperamento y empaparlo de nuestra doctrina.? M¨¢s avanzada en esta proclividad, ser¨ªa la JAP (Secci¨®n Juvenil de la CEDA) que gustosamente adopt¨® para sus celebraciones, congresos y concentraciones p¨²blicas buena parte de la liturgia fascista, y cuyo exponente m¨¢s n¨ªtido fue el Congreso de El Escorial de 1935. Ecos inequ¨ªvocos contiene el famoso juramento japista: ??Promet¨¦is obediencia a nuestro jefe supremo, don Jos¨¦ Mar¨ªa Gil Robles, siguiendo con paso firme, el camino que nuestro jefe se?ale, sin discusiones y sin vacilaciones??. Ser¨ªa pueril disimular la analog¨ªa evidente invocando vagas ex¨¢ltacines juveniles. No obstante, la CEDA, por su esencial componente cat¨®lico, no pod¨ªa asumir plenamente el nacionalsocialismo alem¨¢n o el fascismo italiano. No en balde, en el Congreso de1933, entre otras declaraciones solemnes, se proclamaba que la CEDA, ?se atendr¨¢ siempre a las normas que en cada momento dicte para Espa?a la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica en el orden pol¨ªtico-religioso?. Esta anacr¨®nica simbiosis entre el orden espiritual y el orden temporal, la contradicci¨®n permanente motivada por la asunci¨®n de una forma de gobierno intimamente rechazada la tensi¨®n dial¨¦ctica Producida por el enfrentamiento entre la violencia y el sistema democr¨¢tico, perfilar¨¢n desgarradoramente a la CEDA; que, por una parte, asumir¨¢ plenamente su ideario contrarrevolucionario (abandono, de Gim¨¦nez Fern¨¢ndez y la ley de Yunteros) y, por la otra, seguir¨¢ creyendo en la posibilidad de un corporativismo seg¨²n el modelo austr¨ªaco (haciendo suyos impl¨ªcitamente el antiparlamentarismo y la violencia estructural del ejemplo Dollfus).
Un partido instrumento
Ahora bien, tras la lectura de la obra comentada, sobrenada la sensaci¨®n de que la CEDA fue, al margen de otras muchas cosas, un partido instrumento; en otras palabras, que su aparato dominante no era una emanaci¨®n del propio partido, sino la plasmaci¨®n circunstancial de algo que no comienza en 1931 y que tampoco, desaparece con el decreto de unificaci¨®n franquista. Jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica, y burgues¨ªa espa?ola generan, en su momento preciso, la, CEDA y la corona, cohesionan y controlan mediante unos aparatos mod¨¦licos. Entre otros, por mencionar s¨®lo los m¨¢s sugerentes, El Debate, diario madrile?o que en cabeza toda una importante cadena de diarios de provincias, y la Asociaci¨®n Cat¨®lica, Nacional de Propagandistas (ACN de P). La concatenaci¨®n de fechas no es fruto del azar: en 1909 tiene lugar la primera imposici¨®n de insignias a Propagandistas; en 1910 nace El Debate; dos a?os despu¨¦s, en 1912, se crea la Editorial Cat¨®lica, sobre cuyo funcionamiento y sumisi¨®n a la jerarqu¨ªa eclesial tan tumplidamente informa A. S¨¢ez Alba (La otra ?cosa nostra?. La ACN de P y el caso de ?El Correo de Andaluc¨ªa.?, Par¨ªs, 1974). M¨¢s tarde, en 1929, nac¨ªa la agencia Logos.; finalmente, en 1933, ve¨ªa la luz primera en Madrid el CEU (Centro de estudios Universitarios). Pues bien, El Debate, bajo inspiraci¨®n y direcci¨®n de Angel Herrera, ser¨¢ el ¨®rgano de expresi¨®n de la CEDA; El Debate se?alar¨¢ el rumbo por el que deber¨¢ transitar el partido.
Reformismo y contrarrevoluci¨®n
Por parte, los Propagandistas no se reducir¨ªan a ser los simples compa?eros de viaje de la CEDA.La ACN de P, fuertemente inspirada por la Compa?¨ªa de Jes¨²s, con un criterio rigurosamente elitista en la selecci¨®n y en la formaci¨®n de sus miembros proporcionar¨¢ a la CEDA sus cuadros dirigentes. Escribe Montero: "Con muy pocas excepciones, los Propagandistas se instalaron en los puestos fundamentales de gesti¨®n del partido." (II, p¨¢gina, 498), La ACN de P fue, fundamentalmente, el grupo de cohesi¨®n de la CED?; dato que se comprueba examinando la composici¨®n del Comit¨¦ Ejecutivo del partido, dominado por los Propagandistas, y el n¨²mero de ¨¦stos que acudieron a las distintas elecciones bajo las siglas de la CEDA y ocuparon esca?os parlamentarios.Todo este complicado entramado, aunque de l¨ªneas ideol¨®gicas di¨¢fanas, fue la CEDA, el partido del catolicismo social que durante la II Rep¨²blica naveg¨® desde el reformismo hasta la contrarrevoluci¨®n. El 18 de julio de 1936 pondr¨ªa fin a la experiencia parlamentaria, pero la historia y la ideolog¨ªa continuar¨ªan inmarchitables: ?En fin, para quien todav¨ªa tuviera dudas, la guerra civil fue como la inmensa y tr¨¢gica dilucidaci¨®n de lo que quiso ser la CEDA, de lo que fue y, sobre todo, de lo que acab¨® siendo? (J. R. Montero, II, p¨¢gina, 267). Cualquier observador desapasionado de la realidad espa?ola deber¨¢ admitir, cuando menos, que la experiencia de la CEDA no fue bald¨ªa; historiador tan poco sospechoso como Carlos Seco no vacila al sentenciar ? El alzamiento de 1936 s¨¦ hizo posible gracias a la labor de Gil Robles en el Ministerio de la Guerra.?
Cedistas-Propagandistas o viceversa proporcionar¨ªan, luego, infatigablemente, cuadros de todo tipo al nuevo Estado, incluso antes de que fuese Estado. Desde hombres como Serrano S¨²?er, en las carteras de Interior y Asuntos Exteriores, hasta el por tantos motivos, inolvidable ministro de Educaci¨®n, Ib¨¢?ez Mart¨ªn.
Babelia
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