La hermandad pict¨®rica aragonesa
Blake comprender¨ªa, tras las m¨²ltiples tribulaciones que le obligaron a recorrer el mundo, que lo que tanto hab¨ªa buscado permanec¨ªa desde simpre en el jard¨ªn. posterior de su mansi¨®n. No era el caso de un lugar privilegiado, como ¨¦l hab¨ªa cre¨ªdo ingenuamente, sino de un cierto modo de mirar aquello que se le ofrec¨ªa: la naturaleza.A tal fin el ojo del esp¨ªritu debe situarse en un lugar imaginario, en un estado de ¨¢nimo preciso, abrirse y ordenar. Tal es, nos dicen, el mecanismo visionario. Como en El falso espejo, de Magritte, el paisaje, ese retazo del mundo que so?amos convertir en pintura, es el reflejo artificioso de la naturaleza en un ojo. Lo que ante nosotros ten¨ªamos se ordena en tomo al punto central de fuga, la pupila, enmarcado por, el l¨ªmite almendrado de los p¨¢rpados. Y en dicho punto el ojo se mira a s¨ª mismo; entonces, lo que cre¨ªamos imagen del mundo se torna introspecci¨®n.
La Hermandad Pict¨®rica Aragonesa
Galer¨ªa Edurne. Monte Esquinza, 3
El mandala, espacio referido a un centro, es el doble ocular; un paisaje hipn¨®tico, que a su imagen se conforma, invita al que observa a reflejarse. Esa ventana ingeniosa, a la que nos asomamos para mirar nuestro entorno, ese corte imaginario a la pir¨¢mide que de nuestra pupila escapa, es el plano perforado en infinitos puntos de luz, por los rayos que esclavizan aquello a lo que nos abrimos y lo arrastran hasta situar en nuestro interior los objetos a modo de teatro de la memoria. Merced a tan astuta trampas la perspectiva nos obliga a mirar nuestra propia imagen por doquier: el espectador en las cosas y las cosas en ¨¦l.
La proyecci¨®n externa del paisaje interior que pasa por el foco de la pupila convierte, expuls¨¢ndolo hacia un espacio tridimensional. ¨¦l teatro privado de la memoria en un teatro ¨®ptico. All¨ª tambi¨¦n el ojo debe situarse en un lugar preciso, real ahora en vez de imaginario, para reconstruir el prodigio que la mente ha imaginado. El paisaje, que ten¨ªa su lugar natural en el plano de la tela, se concentra hasta confundirse con el ojo que observa, con el ojo que pinta. El resto esta rea del esp¨ªritu.
Estos y otros juegos ocupan los ocios de La Hermandad Pict¨®rica Aragonesa. Hermanos, pintqres y aragoneses, como su propio nombre indica, Angel y Vicente Pascual Rodrigo han presentado" por vez: primera en esta plaza, unos trabajos que ven¨ªan precedidos de merecida fama. Un montaje escenogr¨¢fico y una amplia colecci¨®n de lienzos y dibujos, que escogen en el paisaje su tem¨¢tica dominante, componen esta exposici¨®n. A la manera de los grandes paisajistas rom¨¢nticos alemanes, pero a un nivel m¨¢s injenuista e incluso en alg¨²n caso aislado amigo de la iron¨ªa, la reproducci¨®n de la naturaleza se convierte en excusa de plasmaci¨®n m¨ªstica del cosmos. Esta concepci¨®n de marcado corte oriental como muchas de las referencias narrativas que aqu¨ª se barajan renuncia empero a complacerse en lo excesivamente trascendental entregarse a la amabilidad del juego, conviniendo en qu¨¦ despu¨¦s de todo, no era necesario armar tanto ruido. El mandala se ha metamorfos¨¦ado en tablero para el parch¨ªs. O viceversa, que tanto da. No hay aqu¨ª referencias, como, en Friedrich, a la tragedia del paisaje. Unos habr¨¢n de echarlo en falta; otros, no pero todos habr¨¢n de convenir en que la invitaci¨®n, que la Hermandad nos ofrece no carece de encantos.
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