Sa¨²l Steinberg
He aqu¨ª que esos seres imposibles que de su pluma escapan han invadido la estepa del papel. Son b¨¢rbaros agrios, grotescos y entra?ables, por quienes el artista, el yo que dibuja, ?se identifica con un yo dibujado? (ltalo Calvino), con un Sa¨²l Steinberg que existe tan s¨®lo a trav¨¦s del discurso que la l¨ªnea y el color urden con voluntaria torpeza. Quien a tan asombroso universo se asoma halla ante s¨ª una de las m¨¢s notorias voluntades de expresi¨®n que el siglo ha alumbrado. En Steinberg el dibujo se transforma en lenguaje articulado, libre de todo c¨®digo ajeno a las convenciones que el artista renueva a cada instante. Como en la partitura de Cover B, cada uno de los signos del jerogl¨ªfico posee su estilo espec¨ªfico, pues un lenguaje que figura lo infinitamente vario debe ser tambi¨¦n esencialmente multiforme. Pero este lenguaje dibuj¨ªstico se torna m¨¢s complejo por incluir en la pluralidad idiom¨¢tica, que de continuo confunde, su propio metalenguaje. As¨ª, el hombre que camina por un paisaje deja tras de s¨ª la l¨ªnea que le da vida y forma su entorno. Otras veces junto a una marina primorosamente esbozada, Steinberg mostrar¨¢ el utillaje que la ha hecho posible; pero la pluma o el pincel ser¨¢n igualmente una ficci¨®n, fragmento de madera que ha recibido una forma. No se trata, sin embargo, de un querer explicitar el car¨¢cter falaz de la creaci¨®n pl¨¢stica, sino de dar cuenta de una realidad incapaz de subsistir m¨¢s all¨¢ de su continua mascarada. Como dir¨¢ Harold Rosenberg en un texto sobre Steinberg: ?Los ¨¢rboles intentan parecerse a los ¨¢rboles, frecuentemente en vano... La naturaleza se afana en revestir disfraces que constituyen la realidad misma.? En la conciencia de que son siempre nuestros lenguajes quienes dan forma a dicha realidad, el artista desenmascara ese mundo homog¨¦neo, al que la raz¨®n quisiera enfrentarse, mediante una escritura que se niega incluso a esas convenciones que usualmente simulan un orden racional.Steinberg se col¨® por la puerta falsa en el terreno acotado para los grandes creadores. Pero reducir la cuesti¨®n a que sus peculiares condiciones han elevado un g¨¦nero bastardo, el humor¨ªstico, al sacro recinto de los museos, supone omitir ciertos puntos que estas mismas obras, llegadas ahora hasta nosotros, evidencian. Algunas, como los paisajes, cargan m¨¢s las tintas del lado de lo meramente po¨¦tico que hacia cualquier tipo de intencionalidad sat¨ªrica. Pero incluso aquellas que pertenecen con mayor nitidez al terreno de lo caricaturesco sacan, con harta frecuencia, su fuerza de esa actitud que Baudelaire ilustraba, en su De l'essence du rire, con una cita de incierta atribuci¨®n: ?El prudente no r¨ªe sino temblando.? Brueghel, Hogarth y Goya tambi¨¦n sintieron ese temblor.
Sa¨²l Steinberg
Galer¨ªa Ynguanzo. Antonio Maura, 12.
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