Contra la violaci¨®n, educaci¨®n
RARO Es el d¨ªa en que las secciones de sucesos de los diarios no facilitan la cr¨®nica de alguna violaci¨®n. Superficialmente podr¨ªa estimarse que la agresividad sexual del var¨®n en este pa¨ªs ha crecido paralelamente a los niveles de tolerancia sexual. Ciertamente, no es ese el caso. Hay m¨¢s noticias acerca de mujeres violadas, por cuanto la mujer ha perdido inhibiciones y se atreve a denunciar en mayor medida las agresiones que recibe. Y aun as¨ª, soci¨®logos competentes estiman que el 80% de los ataques sexuales que reciben las mujeres espa?olas quedan en el anonimato por la verg¨¹enza o pudibundez de las v¨ªctimas.Ha estallado, eso s¨ª, la indignaci¨®n popular ante casos concretos particularmente graves (como la violaci¨®n y posterior asesinato de.una muchacha en Sabadell) y la protesta sociopol¨ªtica de las mujeres organizadas en agrupaciones feministas. En cualquier caso el tema ya no es tab¨² -lo cual es saludable-, pero acaso se est¨¢ afrontando con tanta frivolidad por parte de los varones como ineficacia por parte de las mujeres.
Hace algunos a?os un presunto violador, al comparecer ante un juez barcelon¨¦s, cort¨® su miembro viril y lo arroj¨® sobre el estrado. M¨¢s recientemente ha trascendido el caso de una estudiante checa de medicina que tras ser violada narcotiz¨® a sus agresores y los castr¨®. Todo el tratamiento de este asunto, en suma, se mueve entre un alfa y un omega de represiones, casos l¨ªmites, paranoias e insinceridad.
El correcto tratamiento judicial de la violaci¨®n de las mujeres conduce a poco. Las mujeres aducen -y con raz¨®n- que resulta muy dif¨ªcil condenar a los violadores. Tienen razones, pero les falta la raz¨®n. La justicia y los c¨®digos que la rigen no est¨¢n adaptados a los matices que exige la ¨¦tica en estos casos. La administraci¨®n de la justicia precisa de pruebas tangibles y tiene por muy caro el principio de que lo que se precisa probar es la comisi¨®n de un delito y no probar una inocencia. As¨ª las cosas, probar judicialmente una violaci¨®n es harto dif¨ªcil, a menos que medien testigos.
Por ese camino no se llegar¨¢ demasiado lejos. Por la senda de la agresividad femenina como contrapeso a la agresividad sexual masculina se abocar¨ªa a una guerra de sexo! tan divertida como falsa, tan ineficaz como est¨²pida. Porque a la postre lo que ocurre en sociedades como la nuestra es que se viola como se roba. Que desgraciadamente la mujer tiene un status social de bien mueble que puede ser sujeto de apropiaci¨®n y que s¨®lo en sectores sociales minoritarios adquiere categor¨ªa seria de ser humano.
La represi¨®n sexual de los ¨²ltimos a?os tiene algo que ver con el ¨ªndice de violaciones, y el papel que esta sociedad sigue atribuyendo a la mujer, tambi¨¦n, dado que es socialmente pasivo y excita la agresividad del antagonista. Y otros datos menores se podr¨ªan aportar, tales como el matrimonio tard¨ªo, los niveles m¨ªnimos de coeducaci¨®n escolar, la ausencia de informaci¨®n sexual de los jovenes espa?oles, la ineficaz persecuci¨®n legal de la prostituci¨®n que s¨®lo ha conseguido que las profesionales m¨¢s antiguas de la historia carezcan de vigilancia sanitaria y alg¨²n otro chiste como.el protagonizado por un alcalde de Rota que lleg¨® a afirmar que en su ciudad no hab¨ªa prostituci¨®n porque estaba prohibida por ley.
Es bastante dudoso que los varones o las mujeres se violen entre s¨ª; que, en definitiva, se pierdan ese respeto elemental sobre la administraci¨®n de su propio cuerpo. La violaci¨®n del hombre hacia la mujer no pasa de ser un residuo at¨¢vico de posesi¨®n irracional te?ido en nuestra ¨¦poca de residuos totalitarios. Porque, para qu¨¦ nos vamos a enganar, se viola para dominar, para poseer irracional mente, para sentirse superiores a las m¨¢s elementales normas de convivencia social, para sentirse dominante y due?o de un poder especial.
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