Las comedias de la piedad

Esperpentos c¨¢lidos, esperpentos blancos, esperpentos tiernos. Por dos docenas de veces, para desmentir la il¨®gica acusaci¨®n de perezoso, Miguel Mihura escribi¨® las comedias de la piedad defendida por una fina alambrada humor¨ªstica exterior. Todos los calificativos colgados al teatro de Mihura est¨¢n prendidos del mismo clavo: un escritor muy personal mira alrededor y descubre absurdos diarios, peligros, tristes, graves y tontos en la vida cotidiana, abandonos y degradaciones, y decide contemplar esos gestos amenazadores desde lo alto de un escenario para provocar en el espectador un adem¨¢n de estupor muy curativo.Mihura, en cierto modo como lonesco, amplific¨® b¨¢rbaramente unos datos para que, a trav¨¦s de tan fenomenal microscopio, tom¨¢semos m¨¢s f¨¢cilmente conciencia de nuestras miserias y debilidades.

Desde su primera obra, los famos¨ªsimos Tres sombreros de copa, Mihura utiliz¨® una palanca casi exclusiva: la sinceridad. Su equilibrio ten¨ªa en la base un gran hallazgo: po¨¦tico era, para el escritor, todo hecho que alteraba ins¨®litamente la vida de un personaje. Mihura aprob¨® con vigor a las gentes que se atreven a encarar la vida como una serie de proposiciones m¨¢gicas consoladoras. No supo ser testigo. Pero s¨ª supo ser, siempre a su manera, un moralizante. Con ello recuerdo que Mihura era nada menos que esto: un escritor capaz