La huelga de aeropuertos y el "pacto de la Moncloa "
LA CULMINACION de la segunda fase de la huelga de aeropuertos evidencia la incapacidad negociadora del Gobierno. Que este Gabinete no haya podido dar con la f¨®rmula mediante la cual puedan evitarse miles de millones de p¨¦rdidas, frente a reivindicaciones salariales que no alcanzan los trescientos millones de pesetas, hace dudar de sus aptitudes para llevar a buen t¨¦rmino el conglomerado de dificultades que supone el pacto de la Moncloa.La tesis de que el ministro de Transportes se comprometi¨® a satisfacer las reivindicaciones salariales de modo individual -mantenida entre otros por el vicepresidente pol¨ªtico- sin que sus promesas comprometan al Gabinete resulta pueril y fr¨ªvola. El eco de aquel compromiso, gracias al cual se logr¨® evitar la huelga programada para el 3 de octubre, fue lo suficientemente difundido como para que tuviera conocimiento de ¨¦l todo el Gobierno, aun en el supuesto incre¨ªble de que el titular de Transportes no informara a ninguno de sus compa?eros ni al presidente.
Pero lo grave es que los ministros supuestamente encargados de llevar adelante el plan de saneamiento y reforma de la econom¨ªa evidencien tal grado de falta de cohesi¨®n, acus¨¢ndose mutuamente de errores y permaneciendo a un tiempo -faltar¨ªa m¨¢s- en el Gabinete Su¨¢rez. La tesis imperante entre los ministros era que el conflicto no llegar¨ªa a materializarse, en base a la escasa presencia de las centrales sindicales entre los trabajadores y, sobre todo, a que los dos anteriores llamamientos a la huelga hab¨ªan sido anulados a ¨²ltima hora por el comit¨¦ nacional. Cuando se reuni¨® el Consejo de Ministros el pasado d¨ªa 11, a las pocas horas de iniciado el paro de tres d¨ªas y con todos los aeropuertos espa?oles cerrados, la tesis predominante continu¨® siendo la de que la huelga se ahogar¨ªa en s¨ª misma. El criterio fue obviado de la referencia oficial, aunque el tema hab¨ªa sido debatido, seg¨²n se pudo confirmar en medios oficiales.
La realidad demostr¨® lo etrado de los planteamientos gubernamentales y entonces algunos integrantes del Gabinete iniciaron una campa?a de discrepancias. hasta el punto de exigirse la dimisi¨®n inmediata del se?or Llad¨®. Se quer¨ªa as¨ª sacrificar a un ministro para intentar salvar la credibilidad de todo el Ejecutivo, cuando ¨¦ste era tan responsable como el titular de Transportes de haber provocado la paralizaci¨®n del tr¨¢fico a¨¦reo.
Cumplida la segunda f¨¢se de la huelga, la soluci¨®n del conflicto, sea cual fuere, llegar¨¢ tarde y mal. Los perjuicios alcanzar¨¢n a los trabajadores, al Gobierno y a todo el pa¨ªs.
A estas alturas nadie entiende un conflicto viciado y oscuro, sobre el que se ha hurtado informaci¨®n vital, falseado posturas e intentado bombardear los medios informativos de noticias e informaciones oficiosas. Los espa?oles padecemos las consecuencias de una huelga incomprensible, sin saber cu¨¢nto ganan y quieren ganar los trabajadores, c¨®mo han mejorado sus salarios en 1977, qu¨¦ categor¨ªas y escalas salariales existen y qu¨¦ capacitaci¨®n y horas de trabajo tienen cada uno de los estamentos.
Pero el problema de fondo est¨¢ en que el Gobierno consideraba y considera que si transig¨ªa en el tema de los aeropuertos, cuando las reivindicaciones de los trabajadores sobrepasan, a su juicio, los t¨¦rminos del pacto de la Moncloa, ¨¦ste acabar¨ªa por no servir para nada. Ah¨ª reside en realidad la raz¨®n de la actitud del Gobierno y es lamentable la poca imaginaci¨®n pol¨ªtica que los ministros han demostrado para defender su postura. Se ha llegado a afirmar que el vicepresidente econ¨®mico amenaz¨® con dimitir si se transig¨ªa en el tema de la huelga y hay que reconocer que el contencioso planteado, en el terreno de los principios, no es sencillo. Claro que buscar un chivo expiatorio y lavarse las manos es demasiado c¨®modo.
Ahora el Gobierno quiere que el pacto de la Moncloa sea retroactivo y afecte a los convenios de empresa firmados con anterioridad pero con efectos en 1978. Es un criterio respetable pero discutible y los partidos de la oposici¨®n no lo van a aceptar tan f¨¢cilmente. Entonces se vislumbra la necesidad de un nuevo pacto sobre el pacto: qui¨¦n lo interpreta a la hora de su aplicaci¨®n. Se dir¨¢ que estaba impl¨ªcito que deb¨ªa ser el Gobierno, pero es evidente que no va a ser as¨ª: el se?or Carrillo est¨¢ ya empezando a explicar en algunos c¨ªrculos que para aplicar un pacto com¨²n de esta naturaleza se necesita obviamente un acuerdo sobre el Ejecutivo. Vamos, el Gobierno de concentraci¨®n: Y el se?or Gonz¨¢lez parece estar en el convencimiento de que antes o despu¨¦s el pacto le estallar¨¢ en las manos al presidente. En cualquier caso el fantasma de la crisis vuelve a elevarse -si alguna vez desapareci¨®- sobre las sombras de la Moncloa. Va a tratarse de demostrar que un Gobierno monocolor de UCD no puede ¨¦l solo aplicar el pacto; y que, por su puesto, no es admisible que por no querer compartir el poder, este acuerdo de la Moncloa, ya calificado por todos de hist¨®rico, se convierta en papel mojado. Y si no, al tiempo.
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