?Vamos, hacia una subespecie humana?
Un interesante art¨ªculo aparecido en EL PA?S, no hace mucho, me obliga a exponer en p¨²blico, algo que en el ambiente m¨¢s recoleto de seminarios y coloquios, se me ha o¨ªdo decir muchas veces: me asalta el temor de que la especie humana -parcialmente, por supuesto- est¨¦ degrad¨¢ndose. No quiero asustar a nadie, ni menos predecir el fin del mundo, pero temo que una de las consecuencias negativas, de la por otra parte necesaria limitaci¨®n de los nacimientos, sea una proliferaci¨®n de los subnormales; me explicar¨¦.Antiguamente, las familias ten¨ªan muchos hijos, muchos embarazos se perd¨ªan, porque los abortos no se trataban y porque los partos s¨®lo ten¨ªan como objetivo, el que la madre saliera ilesa. Muchos reci¨¦n nacidos se perd¨ªan tambi¨¦n por malos cuidados m¨¦dicos. Y as¨ª, igual que en la vieja Esparta, sobreviv¨ªan s¨®lo los m¨¢s fuertes, en un equilibrio de producci¨®n y, predaci¨®n que constituye el eterno y viejo sistema de la selecci¨®n natural y de la evoluci¨®n de las especies, desde que el mundo existe. En una palabra, el homo sapiens estaba igual que el resto de la Creaci¨®n, sometido a las leyes darwinianas.
Pero he aqu¨ª, que la tecnolog¨ªa -en este caso la tecnolog¨ªa sanitaria- en este, igual que en otros aspectos, ha cambiado el entorno del hombre. Una explosi¨®n de mogr¨¢fica nacida de la buena puericultura y de la erradicaci¨®n de las epidemias, amenaza con ahogarnos. La segunda revoluci¨®n industrial exige familias m¨¢s peque?as. Pero al mismo tiempo, cada pareja conserva con amor y desde antes de nacer, su nuevo fruto. Se engendran menos hijos, pero se procura que no se pierda ninguno. De esta manera, el equilibrio se rompe y muchos ni?os d¨¦biles que antes mor¨ªan, ahora viven y constituyen esos subnormales, que estad¨ªsticamente aumentan en el mundo entero. No es que ahora nos demos cuenta del problema, es que hay m¨¢s.
La lucha contra la subnormalidad tiene muchas caras que es imposible resumir aqu¨ª siquiera. Casi el 50% de los ni?os que al llegar a la edad escolar dan un coeficiente mental bajo, deben este defecto a que su cerebro ha recibido poco ox¨ªgeno en el parto. Antes, en unas horas dram¨¢ticas, la mujer se jugaba la vida; hoy, en unas horas no menos decisivas, el hijo se juega su inteligencia. He aqu¨ª la importancia, la extrema importancia de una buena asistencia obt¨¦trica y la urgente necesidad, no s¨®lo en Espa?a, pero sobre todo en Espa?a, de dotar muy bien a las maternidades, de instrumentos, que los hay, que permitan reducir al m¨¢ximo este riesgo. En esto estamos y todo lo que se haga ser¨¢ poco. Ser¨¢ adem¨¢s una espl¨¦ndida inversi¨®n.
Pero hay otra subnormalidad m¨¢s grave; la que es hereditaria. Primero, porque es mucho m¨¢s dif¨ªcil de prevenir, y segundo porque a diferencia de la subnormalidad obst¨¦trica, se propaga en cadena. Un ni?o o una ni?a torpes, por lesi¨®n neurol¨®gica en el parto, pueden adaptarse relativamente bien a la vida, si reciben una educaci¨®n adecuada y adem¨¢s -y esto es lo importante- pueden casarse y tener hijos de inteligencia normal. Otro problema ser¨¢ la educaci¨®n de estos hijos, pero en fin, esto tambi¨¦n se puede organizar y remediar. En cambio, la subnormalidad gen¨¦tica, la que va ligada a alteraciones en los cromosomas, ¨¦sta es transmisible. La mayor¨ªa de las veces determina esterilidad y estos subnormales no se reproducen. Pero algunas veces, como sucede en el s¨ªndrome de Down, com¨²nmente llamado mongolismo, la subnormalidad puede ser compatible con un comportamiento sexual normal y los mong¨®licos tener hijos. A¨²n m¨¢s, los que padecen este s¨ªndrome en grado leve, suelen ser laboriosos, ¨²tiles para los trabajos manuales y sobre todo muy afectuosos. En una palabra, que el problema que planteaba el otro d¨ªa Inmaculada de la Fuente, puede darse aqu¨ª tambi¨¦n. Estos Down -no se les debe llamar mongoles para no ofender a las razas de este nombre- tienen un cromosoma m¨¢s que el resto de los mortales. En vez de 46 tienen 47 y si se aparean y reproducen, sus hijos pueden nacer, aunque su fertilidad est¨¢ disminuida, pero no anulada, con id¨¦ntico n¨²mero cromosomal. Y como el 46 es el rasgo definitorio de nuestra especie, estamos a punto de crear un nuevo tronco, una nueva subespecie con unas caracter¨ªsticas gen¨¦ticas distintas. Es decir -y perdonad la crueldad- un nuevo hom¨ªnido en el reino animal.
Pero a¨²n hay m¨¢s, mucho m¨¢s. Muchas personas normales, o aparentemente normales, son portadoras de alteraciones en esos cromosomas que ya hemos citado, y que se llaman traslocaciones balanceadas. Estas traslocaciones se heredan y de cuando en cuando afloran en la producci¨®n de un subnormal. A veces permanecen ocultas generaciones y generaciones y una casualidad o un cruce, las hace surgir.
Hoy d¨ªa estas alteraciones pueden diagnosticarse, y en Espa?a hay ya una veintena de laboratorios capaces de hacerlo con toda seriedad y garant¨ªa. ?Se debe exigir a cada ciudadano su cariotipo, como se le pide su grupo sangu¨ªneo? Que yo sepa, esto no es obligatorio en ning¨²n pa¨ªs, pero es m¨¢s - bien por el costo elevad¨ªsimo que ello supondr¨ªa, que por imposibilidad f¨ªsica. Hoy d¨ªa, hay m¨¦todos automatizados para determinar el cariotipo (o mapa cromos¨®mico) mediante computadora. Si el sistema se adoptase, la enorme capacidad de trabajo del aparato, permitir¨ªa hacer este mapa a todas las personas. Pero yo creo que esto a¨²n no se ha generalizado, por los problemas humanos y morales que plantea. ?Se deber¨ªa exigir a todos los que se van a casar un consejo gen¨¦tico? ?Se deber¨ªa aconsejar, o incluso exigir, la esterilizaci¨®n temporal o definitiva a los que tuvieran unas probabilidades grandes de descendencia subnormal? ?Tenemos derecho a interferir los afectos, las ilusiones, las esperan zas? Una cosa s¨ª que creo que es cierta: los que cultivamos esta dificil ciencia de la reproducci¨®n humana, no tenemos derecho a callar m¨¢s. Nuestras dudas nos acongojan. La sociedad debe saber, tiene derecho a saber, que esos problemas est¨¢n ah¨ª.
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