Henry Miller
Creo haber anotado en este diario que la nueva Alfaguara est¨¢ editando en castellano (no en hispanoamericano, con plomeros, naftas y pancetas) algunas obras de Henry Miller. Santifico estas fiestas leyendo a Miller en el campo, que en otro tiempo fue el porn¨®grafo m¨¢s violento de Europa y Am¨¦rica, pero que hoy se ha quedado en un viejo maestro de la acracia, la libertad, la contracultura y el sexo.Mi modesta tesis, expuesta en alg¨²n libro m¨ªo, es que Miller y Virginia Woolf, con su estilo de prosa como desmedulada, de novela l¨ªrica e inforinal, rompen definitivamente y casi por los mismos a?os con el rigor estructural de la novela victoriana de Forster, James, etc¨¦tera, rigor heredado luego por Faulkner, dentro de la tradici¨®n anglosajona, y que no es sino el reflejo, pasado de la ¨¦tica a la est¨¦tica, de un puritanismo de trabajo que lleva a valorar solamente lo h¨ªspido, lo penoso, lo geometrizado. Las m¨¢s violentas org¨ªas de sangre y sexo, en Shakespeare se corresponden con un lenguaje orgi¨¢stico. Despu¨¦s del victorianismo, las org¨ªas rurales de Faulkner, tan cruentas como las del cl¨¢sico, se someten ya a un ordenamiento est¨¦tico, estructural, a una geometr¨ªa narrativa que las purifica. Todo sistematismo exasperado es un puritanismo.
Bueno, pues Miller (olvidemos ahora a la inolvidable y l¨ªrica Virginia Woolf) rompe no s¨®lo con el puritanismo de la novela anglosajona (tard¨ªamente mimetizada hoy en Espa?a), sino con el puritanismo de la vida, de la calle, y hace unos libros informales, ca¨®ticos, l¨ªricos, vivos y putrefactos que para los gamberros espa?oles de la d¨¦cada prodigiosa (felices, sesenta) fueron una iluminaci¨®n, un Eclesiast¨¦s de sexo y gula.
Como no domin¨¢bamos el ingl¨¦s, hab¨ªa que leer, ya digo, un Miller que se encontraba con el plomero desayunando huevos con panceta y que luego iba a ponerle nafta al coche, pero, as¨ª y todo, Miller fue para nosotros mucho m¨¢s que una experiencia literaria: fue, en aquella Espa?a del franquismo pr¨®spero, un ventarr¨®n de libertad, la cr¨ªtica epic¨²rea y digestiva, no ya a la m¨ªstica de derechas, tan superada, sino a las m¨ªsticas de izquierdas, sacralizadas por la distancia, la dictadura, el martirologio y el silencio. Yo viv¨ªa entonces encima de ese mercado que hay en la calle Ayala, y me levantaba por las ma?anas en un fragor de gritos y verduras, y com o entonces yo efa un parado, ni siquiera acogido a la limosna de don Cristino Martos, me quedaba en la cama camastrona, sin nada que hacer, leyendo a Miller en aquellas asquerosas ediciones suramericanas, robadas en cuaquier parte y como pasadas por todos los retretes p¨²blicos de Madrid.
Fue un mensaje oloriento y fuerte que se me ha quedado para siempre, que se nos ha quedado a una generaci¨®n entera (salvo los que sentaron plaza en Informaci¨®n y Turismo, Orientaci¨®n Bibliogr¨¢fica, censura, Ayuntamiento, y as¨ª). Un poco olvidado c¨®mo ten¨ªamos ya el tremendismo del Cela de los cuarenta y el existencialismo de caf¨¦ Gij¨®n con leche de los cincuenta, los libros clandestinos de Miller nos devolv¨ªan, me devolvieron, la confianza ciega en la vida ciega, la org¨ªa de las cosas, ya gustada en Neruda y respirada cada ma?aria, desde mi balc¨®n de pensi¨®n burguesa, en el mercado de la calle Ayala.
Si yo entonces hubiese tenido talento, habr¨ªa escrito sobre Madrid unos libros tan perfumados y an¨¢rquicos como los que Miller escribiera treinta a?os antes sobre Par¨ªs y Brookling, pero aqu¨ª estaban los te¨®ricos, los pr¨¢cticos y practicones de la novela social y can¨®nica (que luego se pasar¨ªan con femenina volubilidad al irracionalismo m¨¢gico de los grandes oriundos). Estaba, digo, todo ese funcionariado de la fiteratura, aconsej¨¢ndole a uno hacer novelas con planteamiento, nudo y desenlace, y, a ser posible, con bastardilla final donde se explicase el sentido ¨²ltimo del cosmos para compradoras gordas de premios literarios.
Pero poco importa que no granase en nosotros el espermatozoide literario de Miller si ha granado en cambio el espermatozoide imaginativo, el sentido de la libertad golfa, el sexo como ¨²ltimo reducto de la libertad y la burla de las filosofias, las pol¨ªticas (e incluso las filo¨¢ofias pol¨ªticas), a salvo entre una buena gach¨ª, una buena comida y un buen libro. Y este sol, obsceno como un cuerpo, tendido en mitad del d¨ªa.
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