La sangre y la nieve
La sangre y la nieve nevaban Espa?a. En estos d¨ªas navide?os, en un mismo d¨ªa dentro del cual se funden varios, como en un tarjet¨®n nevado, he visto caer la blancura desplumada sobre Madrid, pero toda la blancura de la gran nevada no bastaba a tapar la sangre de la pena, de las penas de muerte, porque los pol¨ªticos estaban en el Senado y no quer¨ªan abolirla, abolir esa pena.Como vive uno muy por delante o muy por detr¨¢s de la actualidad, como no acierta uno f¨¢cilmente con la actualidad justa (qu¨¦ mal periodista es uno), ahora veo el d¨ªa de la nevada y el d¨ªa de la pena de muerte como un solo d¨ªa aunque fueran sucesivos, y pienso que como un solo d¨ªa debieron, pudieron pasar a la Historia. El d¨ªa que en Espa?a se abol¨ªa la pena de muerte, nevaba en Madrid. Lo siento por Ricardo de la Cierva, que podr¨ªa haber escrito esta hermosa frase dentro de veinticinco a?os.
La nieve es como un aviso del cielo, la nieve es la comuni¨®n de los santos laicos, y mis gatos -?qu¨¦ arc¨¢ngel demon¨ªaco vive en el gato?- se han acercado a devorar la paloma ilesa de la nieve. Ahora ya saben que la nieve no se come, que la nieve no es una paloma, pero nuestros pol¨ªticos, que no tienen una visi¨®n est¨¦tica de la Historia, se han perdido la oportunidad de pasar a lo perenne en un tarjet¨®n de nieve.
-El tema debe desplazarse a la reforma del C¨®digo Penal -ha dicho don Landelino Lavilla.
Quiz¨¢ si don Landelino hubiese mirado por la ventana, si hubiese visto que nevaba en Madrid despu¨¦s de varios a?os sin nevar, habr¨ªa comprendido que la nieve es la p¨¢gina en blanco del C¨®digo Penal, donde ¨¦l tendr¨ªa que haber firmado la abolici¨®n de la pena de muerte.
Ca¨ªan los copos blancos de los votos socialistas y progresistas, ca¨ªa la nevada de la paz sobre los hombros de esta vieja tierra, pero precisamente los profesionales del cielo no quisieron enterarse de que el cielo tambi¨¦n votaba con su nieve.
Me dice Luis Gal¨¢n Jim¨¦nez: ?He llegado hace un par de meses de la URSS, despu¨¦s de un largu¨ªsimo exilio.? Me habla de sus compa?eros de retorno, que encuentran toda clase de dificultades para reincorporarse a la sociedad espa?ola. Son una legi¨®n de ejecutados hipot¨¦ticos.En la nieve de la URSS se salvaron de la sangre de Espa?a. Andan por ah¨ª con un te¨®rico garrotevil apretado al cuello, atornillado, resolviendo su papeles, sus convalidaciones, su t¨ªtulos acad¨¦micos, su segurida social, su antig¨¹edad laboral, su pensiones. En casi todas las ventanillas les dicen que no, y llevan en el pecho, como una condecoraci¨®n inversa, la metralla del fusilamiento que les habr¨ªa correspondido en su d¨ªa. Mas no parece oportuno abolir la pena de muerte.
La sangre y la nieve. Uno, que huye siempre de escribir cosas ¨¦ticas, quisiera darle hoy al tema de la pena de muerte un tratamiento est¨¦tico. Qu¨¦ pena de d¨ªa se han perdido sus se?or¨ªas para abolir la pena de muerte, cuando nevaba dickensianamente en Madrid. Yo estaba en la ventana, con mis gatos viendo descender la nieve, pero ve¨ªa, no el rojo sol sobre la nieve como el poeta, sino la roja sangre sobre la nieve. Pasar¨¢ el tiempo, se mover¨¢ la Historia, como siempre se mueve, y un Senado, un Congreso, un ministro -a lo mejor usted ya no, se?or Lavilla- abolir¨¢n la pena de muerte, pero dudo que sea en un d¨ªa tan puro de nieve porque d¨ªas as¨ª no se repiten, se?or ministro. Dudo que sea ya con el claro asentimiento del cielo, porque la nieve es un asentimiento, no sabemos a qu¨¦. Lo blanco es un s¨ª.
El no del se?or Lavilla a m¨ª me ha dado un poco de miedo, mientras estaba yo entre mis gatos, en ventana, viendo un Madrid populoso de retornados de la URSS, exiliados republicanos, que van por ah¨ª, de ventanilla en ventanilla (vuelva usted ma?ana, vuelva usted dentro de cuarenta a?os) con el sol brill¨¢ndoles en la metralla del pecho, en la metralla de la pena muerte, pisando la sangre y nieve.
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