Democracia
Las dictaduras que ha habido en nuestros d¨ªas nos hacen pensar a muchos, por experiencia vivida, que no son buenas para casi nada. La dictadura, tal como la entend¨ªan los romanos, era una instituci¨®n como cualquier otra, limitada en el tiempo y s¨®lo utilizada en casos de extremo peligro. Entonces se daba el poder pasajeramente a un hombre de prestigio al que, cuando se cre¨ªa que hab¨ªa cumplido con su misi¨®n, b¨¦lica en general, se le retiraba el poder, colm¨¢ndole de honores. Esto tambi¨¦n ha ocurrido alguna vez en Occidente y en nuestro siglo. Clemenceau ejerci¨® una verdadera dictadura durante los a?os 1917 y 1918, de la que sali¨® airoso, aunque no sin cometer alg¨²n desafuero. Despu¨¦s le retiraron y vivi¨® hasta la vejez extrema, orgulloso y m¨¢s respetado que querido. Mas para un caso como ¨¦ste o el de Churchill, que gobern¨® tambi¨¦n con las c¨¢maras abiertas, pero con un extraordinario margen de confianza, se dan multitud de casos, grandes y peque?os, en que el hombre elegido, m¨¢s o menos legalmente encaramado en el poder sin atender a leyes, s¨®lo lo deja con los pies por delante, recurriendo a todo con tal de cumplir sus miras personalistas. De las dictaduras salen destruidas o prostituidas las instituciones anteriores a ellas. Lo que crean son cosas tan pobres y miserables que nadie les da el nombre de instituciones. Son tingladillos, artilugios y andamios, m¨¢s o menos verticales, horizontales o curvil¨ªneos. Estaba un d¨ªa el que escribe, antes de 1970, tomando una cerveza en uno de los pocos caf¨¦s viejos que quedan en Madrid, cuando oy¨® a su lado a un se?or, con aire de militar jubilado, lo que sigue: ?... Es que en Espa?a se est¨¢n creando nuevas f¨®rmulas de gobierno para el mundo.? Lo ¨²nico que se le ocurri¨® al oyente es que aquel se?or deb¨ªa tener una buena paga. No que las f¨®rmulas fueran envidiadas ni envidiables. La dictadura destroza a todo y a todos. A los amigos y a los enemigos, a lo antiguo y a lo moderno. Va contra la ?revoluci¨®n?, pero deja tras s¨ª una tierra de nadie. A veces es lo que pretende el dictador que ocurra, si alguna vez piensa en la posibilidad de caer. ?Cu¨¢ntas veces hemos o¨ªdo la alternativa de ?o esto o el comunismo?! Modo de asustar a quienes quieren asustarse y desean que siga ?esto?. ?Esto? que es lo que hab¨ªa claramente hasta 1975 y lo que, en gran parte, sigue, pese a algunas licencias de caza y pesca que se han concedido a distinguidos particulares.Mas ya, con solas estas licencias en circulaci¨®n, empezamos a darnos cuenta de que si la dictadura fue disolvente y an¨¢rquica en sus consecuencias, porque desmantel¨® lo existente y no dej¨® detr¨¢s de un cad¨¢ver m¨¢s que nostalgias, la pr¨¢ctica de un sistema de gobierno distinto es dificil y peligrosa.
A¨²n no estamos en lo opuesto del todo a la dictadura, que es la democracia, pero la democracia tambi¨¦n es dif¨ªcil de practicar. Ahora todos somos dem¨®cratas: mas hay dem¨®cratas de muchas clases. Los dos grupos m¨¢s importantes son los constituidos por los dem¨®cratas cr¨ªticos (siempre menor) y los dem¨®cratas que creen en la palabra ?democracia? con una elementalidad de juicio parecida a la de los que fundan todo buen gobierno en lo de ?mucho palo? y creen que la dictadura es, por encima de todo, andar a estacazos.
Desgraciadamente, en Espa?a ha habido siempre muchos dem¨®cratas de Martes de Carnaval y muchos antidem¨®cratas de cuartelillo. Dice una vieja seguidilla que:
El mejor aire para
las andaluzas, las andaluzas,
es el aire de un majo,
es el aire de un majo,
que las sacuda.
Tras lo que viene el deseo ben¨¦fico:
Dios otorgue, Dios os otorgue
una que os abanique con el
garrote.
Esta seguidilla deb¨ªa de ser el himno de los espa?oles con gustos dictatoriales, dejando a las pobres andaluzas en paz y haciendo un repartimiento equitativo de la manera de abanicar recomendada. Los dem¨®cratas no cr¨ªticos pod¨ªan usar alg¨²n canto popular, como el Chiviri o la canci¨®n del zapatero de El gateo, que quer¨ªa levantar para ejemplo una estatua de carne humana a Robespierre.
Pero la democracia tendr¨¢ que funcionar, guste o no, y muchos de los que hemos pasado por el r¨¦gimen anterior deseamos, de modo ardiente, que funcione. Lo que nos da miedo es que haya en ella mecanismos que funcionen mal, como ha ocurrido durante otros ensayos. En general, las crisis de la democracia vienen por exceso de maniobras y por la existencia de demasiados profesionales de la pol¨ªtica. Los historiadores de Grecia son los que mejor han visto sus virtudes. Tambi¨¦n sus fallos. No se puede reprochar a Plat¨®n, joven de familia aristocr¨¢tica y disc¨ªpulo de un hombre admirable al que se condena a beber la cicuta cuando ten¨ªa m¨¢s de setenta a?os, que fuera enemigo de la democracia, si en nombre de ¨¦sta unos envidiosos pudieron cometer el crimen. No se puede pensar que la historia en Francia, de 1918 a 1939, no estuvo da?ada por el profesionalismo pol¨ªtico, la triqui?uela y la zancadilla, aunque los hombres que sobre todo al principio rigieron aquel pa¨ªs admirable fueran hombres superiores. Mas si teniendo a Poincar¨¦, a Briand, a Painlev¨¦, a Caillaux, a Herriot y a tantos otros se pudo llegar a un estado sensible de debilidad, frente a las gesticulaciones de Mussolini y luego ante los pu?etazos de Hitler, esto es se?al de que un exceso de maniobra democr¨¢tico-parlamentaria no es bueno para nadie: y si, adem¨¢s, no hay ni Poincar¨¦, ni Briand, ni Painlev¨¦, etc¨¦tera, y se dan las, maniobras alternadas con broncas y alborotos, el peligro es mayor.
Detr¨¢s del terror, del directorio, etc¨¦tera, pudo llegar Napole¨®n, lo cual no dej¨® de ser una calamidad, pensando en tolstoiano, como yo pienso. Pero detr¨¢s de los j¨®venes Pel¨¢ez, Di¨¦guez o M¨ªnguez haciendo maniobritas... puede venir, hasta el sargento Mochila, aquel que aparece en la versi¨®n zarzuelera de Los sobrinos del capit¨¢n Grant, que, por estas fechas del a?o, hac¨ªa las delicias de nuestra ni?ez. Es evidente que la abundancia de hombres p¨²blicos trae abundancia de maniobras y es m¨¢s perjudicial que la abundancia de ?mujeres p¨²blicas?. Aqu¨ª lo estamos viendo ya y ya se ve¨ªa venir lo que ocurre incluso antes de que empezara el r¨¦gimen actual, cuando todos nos situ¨¢bamos o nos situaban a tantos d¨ªas vista; viendo qui¨¦n estaba m¨¢s a la derecha o a la izquierda, para maniobrar en consecuencia. Esto de la derecha y de la izquierda el tambi¨¦n otro de los malos espejismos democr¨¢ticos. Las dictaduras lo resuelven del modo m¨¢s peregrino. Porque el dictador, que odia la pol¨ªtica y persigue a los pol¨ªticos, de repente se siente m¨¢s socialista que nadie, m¨¢s populista que nadie y recurre al refer¨¦ndum o a la pandorgada de turno, m¨¢s liberal que nadie (sobre todo si se trata de los dineros de los amigos, con los que hay derecho a emporcarlo todo), m¨¢s religioso que nadie o m¨¢s ateo que nadie. Seg¨²n las tomas, no deja una idea sana ni un programa limpio.
Pero los dem¨®cratas, con su visi¨®n de la izquierda y de la derecha, tambi¨¦n cometen sus excesos, y as¨ª abunda mucho tanto el tonto de izquierdas como el mel¨®n de derechas, con sus ritos y mitos.
La ?Crotalog¨ªa? o ?Arte de tocar las casta?uelas? lo compuso cierto fraile con aire de p¨ªcaro, al que retrat¨® Goya. Convendr¨ªa que un tratadista m¨¢s serio escribiera un tratado de ?Democratolog¨ªa?, diciendo al principio con claridad que lo primero que hay que hacer para gobernar democr¨¢ticamente es gobernar bien y dejarse de zancadillas, maniobras y ladridos m¨¢s o menos perrunos y callejeros.
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