Contrarr¨¦plica a Manuel Azc¨¢rate, sobre la "Autobiograf¨ªa de Federico Sanchez"
Creo que hay que felicitarse de que Manuel Azc¨¢rate haya tomado la iniciativa personal de comentar mi Autobiograf¨ªa de Federico S¨¢nchez, y de que haga ese comentario en un tono diferente al de su compa?ero del comit¨¦ ejecutivo del PCE y diputado por Sevilla, Fernando Soto. Este ¨²ltimo, en un Mundo Obrero del pasado mes de diciembre -y, tal vez, tambi¨¦n por iniciativa personal- se limitaba a conminar violentamente a V¨¢zquez Montalb¨¢n a hacerse una autocr¨ªtica radical de su primera lectura de mi libro, que s¨®lo ser¨ªa, seg¨²n Soto, ?un mont¨®n de basura vertido sobre las m¨¢s elevadas cimas de la dignidad humana?. La intervenci¨®n de Manuel Azc¨¢rate, en cambio, por endeble que sea desde un punto de vista hist¨®rico y pol¨ªtico, permite la iniciaci¨®n de un debate.Y de eso se trataba, de iniciar un debate pol¨ªtico -desde la izquierda, gen¨¦ricamente, y con vistas a reforzarla- sobre algunos temas candentes de la experiencia del PCE. De no haber sido ¨¦ste uno de mis objetivos, no se habr¨ªa publicado esta Autobiograf¨ªa de Federico S¨¢nchez, en el concreto momento en que lo ha sido. Y es que, si se lo piensan mejor los que me reprochan ?excesiva pasi¨®n? y ?rencor personal?, podr¨¢n percatarse de que tanta pasi¨®n, y tama?o rencor no me han impedido esperar pacientemente catorce a?os antes de publicar este ensayo de reflexi¨®n autobiogr¨¢fica (y autocr¨ªtica). Esperar a que el PCE sea un partido legal, con iguales derechos que todos los dem¨¢s, en un sistema de democracia parlamentaria. Esperar un momento que se sit¨²a, muy precisamente, a medio camino entre las primeras elecciones libres y el primer congreso legal del PCE le¨ªdo por los militantes del PCE y del PSUC. No s¨®lo por ellos, desde luego, pero tambi¨¦n por ellos.
Esto lo ha comprendido muy bien Mario Vargas Llosa, con su habitual lucidez, cuando dice que hay en la Autobiograf¨ªa de Federico S¨¢nchez ?como un esfuerzo, inconsciente, oscuro, pertinaz, por seguir discutiendo con sus viejos camaradas, pese a que ellos clausuraron ya el debate, por seguir persuadi¨¦ndolos de la urgencia de un cambio radical de mentalidad y de actitiud para la victoria de su causa, y apelando para ello, en ¨²ltima instancia, al argumento m¨¢s drarn¨¢tico: el ejemplo de una despiadada autocr¨ªtica?.
Entre los ?viejos camaradas? que mi discurso interpelaba nominalmente, invit¨¢ndole a decirnos la verdad de su memoria, se encuentra Manuel Azc¨¢rate. Por desgracia ¨¦ste considera que mi interpelaci¨®n es ?absurda?. Dice que no tiene tiempo p¨¢ra escribir sus memorias. Dice algo m¨¢s grave: que ya ha hablado de su experiencia de responsable del PCE en Francia, durante la ocupaci¨®n alemana, cuando trabaj¨® con Jes¨²s Monz¨®n y cuando vio a Noel Field en Suiza. Pero cu¨¢ndo habr¨¢ hablado Azc¨¢rate, ?y con qui¨¦n?; ?y d¨®nde habr¨¢ sido? No queda constancia documental de ellos que yo sepa. Habr¨¢ sido en el secreto de la confesi¨®n, digo yo. En el secreto de los dioses y los jefes que tienen derecho de pernada ol¨ªmpica sobre los turbios secretos del pasado. Ahora bien, como Azc¨¢rate a?ade -un tanto contradictoriamente- que est¨¢ dispuesto a contar sus recuerdos de esa ¨¦poca a cuantos les interesen, se me antoja que el pr¨®ximo congreso del PCE ser¨ªa una estupenda ocasi¨®n para esclarecer hist¨®ricamente esta cuesti¨®n. A los cientos de j¨®venes militantes delegados a dicho congreso les interesar¨¢, sin duda, conocer las interioridades de ese per¨ªodo de la historia del PCE, saber, entre otras cosas, por qu¨¦ fue calumniado Monz¨®n como agente del enemigo. En funci¨®n particularmente de sus relaciones con Field (y ¨¦ste s¨ª que fue un agente del enemigo n¨²mero uno del movimiento obrero, quiero decir un agente de Stalin).
Cabe esperar que Manuel Azc¨¢rate, sordo hoy ante mi ?absurda? interpelaci¨®n, responda un d¨ªa a la interpelaci¨®n de los simples militantes del PCE que necesitan vitalmente reconstruir una memoria colectiva, hist¨®rica y cr¨ªtica, de su organizaci¨®n. Entretanto, analicemos las cuestiones que suscita Azc¨¢rate, comenzando por una de las m¨¢s vidriosas. Y me refiero, como es l¨®gico, al caso de Juli¨¢n Grimau, al caso de su detenci¨®n y asesinato en Madrid.
El caso de Grimau
Dice Azc¨¢rate que estos son los p¨¢rrafos del libro que m¨¢s le ha costado leer. No me sorprende. Son tambi¨¦n los que m¨¢s me ha costado escribir. Los que hasta el ¨²ltimo momento no he sabido si incluirlos en el libro. Y los he incluido, finalmente, porque la autocensura de las verdades que conozco sobre dicho episodio hubiera hecho que mi trabajo perdiera, ante m¨ª mismo, toda credibilidad, toda autenticidad.
A?ade Azc¨¢rate que ?Sempr¨²n repite m¨¢s o menos las tesis difundidas por la propaganda franquista sobre el caso?. Y es extra?o, provoca disgusto y mal estar, que un dirigente del PCE recurra a un argumento tan manido, tan marcado por el sello de otros tiempos. Durante decenios se ha dicho, en efecto, -o sea, hemos dicho, he dicho yo mismo- que Trotski, Ciliga, Koestler, Rakovski, Souvarine, Serge, Castoriadis o Lefort (por hablar tan s¨®lo de algunos cr¨ªticos de izquierda del sistema estaliniano) estaban repitiendo los argumentos de la propaganda burguesa, imperialista, franquista, sobre la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Hasta que un d¨ªa sube Nikita Jruschev a la tribuna del XX Congreso del PCUS y confirma la verdad de todas aquellas cr¨ªticas. Y el propio Azc¨¢rate, en estos comentarios personales a mi libro, ?no repite tesis de la propaganda franquista, al hablar de ?las degeneraciones del socialismo en la Uni¨®n Sovi¨¦tica?? ?No ha hablado de ?degeneraciones?, muchos a?os antes que ¨¦l, los publicistas de la propaganda burguesa, imperialista, franquista? (el¨ªjase el adjetivo que m¨¢s convenga).
Seamos serios, por consiguiente. El problema no consiste en saber si la propaganda franquista ha dicho o ha dejado de decir esto o aquello sobre el caso de Grimau. El problema consiste en saber si pueden rebatirse, si se puede demostrar que son falsas las afirmaciones que hago. Y no pueden rebatirse. No puede demostrarse que son falsas. Hay documentos y testigos para certificar lo que afirmo, para probar p¨²blicamente que existen, en efecto, ?zonas de sombra, incluso de delincuencia, en la conducta de numerosos dirigentes del Partido Comunista?.
Los estalinistas
a) El primer tema que Azc¨¢rate aborda es el del estalinismo del PCE. Proclama, para empezar, que ¨¦l mismo se ha sorprendido ante algunos de los textos que en mi libro se reproducen y que ponen de relieve la cancerosa proliferaci¨®n de los m¨¦todos estalinistas en el PCE. Puede predecirse que la sorpresa de Azc¨¢rate, hija natural de su desmemoria, alcanzar¨¢ cotas todav¨ªa m¨¢s altas a medida que vayamos haciendo -y a ese esfuerzo consagrar¨¦ una parte de mi trabajo de los pr¨®ximos meses y a?os, para completar lo que en la autobiograf¨ªa ha quedado a menudo en forma de esbozo forzosamente subjetivo-, que hagamos, pues, la ver¨ªdica historia del PCE, sobre todo en la ¨¦poca de la guerra civil y en los a?os inmediatamente posteriores a ¨¦sta.
Ahora bien, despu¨¦s de proclamar su sorpresa, Azc¨¢rate liquida muy ligeramente esta cuesti¨®n. Lo primero que intenta hacer es desbancarme como testigo. como participante en la lucha contra el estalinismo. Dice textualmente que ?nuestra ruptura con el estalinismo? (o sea, la de ellos, la de los actuales dirigentes del PCE) ?ha sido mucho m¨¢s profunda, en mi opini¨®n, que la de Sempr¨²n. Porque el proceso no ha desembocado en un irse individualmente a casa?. Ser¨¢ necesario recordarle a Azc¨¢rate que yo no fui Individualmente ni a casa ni a ningun sitio. Que fui expulsado del PCE y que fue ese peque?o detalle el que me impidi¨® proseguir, desde que las filas del partido, y con los que estuvieran dispuestos a ello, la lucha contra el estalinismo. Bien pobre argumento, en verdad, el que utiliza Manuel Azc¨¢rate. Muy poco digno de un intelectual comunista.
A rengl¨®n seguido, hace Manuel Azc¨¢rate una serie de afirmaciones triunfalistas. Aunque sea muy someramente, responder¨¦ a las m¨¢s importantes.
Dice primero que la ruptura del PCE con el estalinismo ha consistido en que ?todo el partido, en su conjunto, sacase hasta el fondo la lecci¨®n de los errores de aquella ¨¦poca?, y esto es dudoso. Sin duda, se han dado pasos, en ese camino, desde 1956, pero queda mucho por hacer. Tal vez lo esencial. ?D¨®nde y cu¨¢ndo se ha sacado hasta el fondo la lecci¨®n de los errores estalinianos del PCE en cuanto a la pol¨ªtica de alianzas durante la guerra civil, en cuanto a la represi¨®n contra el POUM y las organizaciones cenetistas? ?D¨®nde y cu¨¢ndo se ha -hemos- sacado hasta el fondo la lecci¨®n de los errores estalinianos de la campa?a contra Monz¨®n, contra Comorera, contra el titismo? Tan s¨®lo doy estos ejemplos candentes, pero podr¨ªa ampliarse la lista de cuestiones no resueltas.
Dice tambi¨¦n Azc¨¢rate que la ruptura con el estalinismo le ha permitido al PCE crear ?una pol¨ªtica adecuada a la realidad espa?ola y capaz de abrir una v¨ªa, a la libertad y al socialismo, y realmente es mucho decir. Demasiado, sin duda. Lo de la v¨ªa a la libertad no puede apuntarse en el haber exclusivo del PCE, objetivamente. Y en cuanto al socialismo, est¨¢ por ver si la t¨¢ctica del Gobierno de concentraci¨®n, o sea de consolidaci¨®n de la democracia burguesa, mediante la alianza con las fuerzas centristas del capital monopolista espa?ol, es capaz de abrir la v¨ªa al socialismo. Mucho me temo que el asunto sea asaz m¨¢s complicado.
A?ade Azc¨¢rate que en ese proceso de ruptura con el pasado, el PCE ha conquistado ?una independencia total con relaci¨®n a la Uni¨®n Sovi¨¦tica?. Demos por buena esta afirmaci¨®n, como hip¨®tesis de trabajo, y para no alargar esta respuesta. Pero la independencia con relaci¨®n a la Uni¨®n Sovi¨¦tica no es de por s¨ª garant¨ªa y prueba de ruptura con el estalinismo. El Partido del Trabajo de Albania es totalmente independiente de la Uni¨®n Sovi¨¦tica y ello no le impide seguir practicando m¨¦todos de direcci¨®n estalinianos. Y en lo que se refiere al Partido Comunista chino, no puede decirse que su oposici¨®n abierta a la pol¨ªtica rusa haya hecho extinguirse el estilo estaliniano de resolver los conflictos pol¨ªtico s en la c¨²spide del poder, sin intervenci¨®n real de la masas y de los militantes.
En realidad, para un partido comunista que no est¨¢ en el poder, el mejor criterio de ruptura con el estalinismo ha de buscarse en el funcionamiento democr¨¢tico de la organizaci¨®n. Tambi¨¦n a este respecto es Azc¨¢rate categ¨®rico. Personalmente, y por rigor intelectual, para no formular juicios apresurados, me reservo mi opini¨®n sobre este punto hasta examinar los resultados y las decisiones del pr¨®ximo congreso del PCE.
Mi expulsi¨®n
b) El segundo tema que Azc¨¢rate aborda se refiere a la discusi¨®n habida en 1964 en el Comit¨¦ Ejecutivo del PCE, que termin¨® con la expulsi¨®n de Fernando Claud¨ªn y Federico S¨¢nchez. Llama la atenci¨®n el tono defensivo, prudente, con que Azc¨¢rate aborda esta cuesti¨®n. Se admite hoy que no todas las posiciones que defendi¨® entonces la mayor¨ªa de la direcci¨®n del PCE eran justas. Algo es algo, desde luego.
Hace Azc¨¢rate un resumen del n¨²cleo esencial de aquella discusi¨®n. (Y por cierto, lo hace de memoria, ?porque no tengo posibilidad ahora de ponerme a consultar textos?, seg¨²n dice. Lo mismo ha dicho ya al comenzar sus comentarios. Ya, a uno le preocupan las condiciones de trabajo de los dirigentes del PCE. ?Tan precarias son tan mal est¨¢n los archivos que no pueden encontrarse los documentos necesarios para refrescar la memoria? En mis tiempos, y eso que est¨¢bamos en la clandestinidad, no era tan dif¨ªcil tener a mano los documentos. Pero, en fin, sea como sea, Azc¨¢rate resume as¨ª las cosas: ?El debate se centraba principalmente sobre el significado de la liberalizaci¨®n que entonces era bandera de algunos de los grupos del gobierno franquista, si esa liberalizaci¨®n anunciaba una nueva etapa en que el capital monopolista se pondr¨ªa a gobernar con m¨¦todos nuevos, no fascistas, y por tanto nuestra t¨¢ctica deb¨ªa variar para aprovechar nuevos espacios,? Desde luego, es un resumen esquem¨¢tico y unilateral.
Como yo tengo a mano los documentos, le dir¨¦ a Azc¨¢rate que lo que estaba en discusi¨®n era la posibilidad misma, en una perspectiva m¨¢s o menos pr¨®xima, de que la burgues¨ªa monopolista mantuviese su dominio sobre la sociedad prescindiendo de los m¨¦todos fascistas de poder. Fernando Claudin argument¨® largamente esa posibilidad, en un informe al comit¨¦ ejecutivo que va a ser editado en estas pr¨®ximas semanas por el viejo topo, con otros documentos de aquella ¨¦poca.
El derechismo del PCE
Por su parte, la mayor¨ªa del comit¨¦ ejecutivo negaba rotundamente esa posibilidad. En el n¨²mero cuarenta de Nuestra Bandera, de enero de 1965, destinado a refutar la argumentaci¨®n de Claudin, se dice lo siguiente: ? Cualesquiera que sean los momentos, las situaciones que surjan, el sentido del proceso hist¨®rico en la fase de hoy es claro: la liquidaci¨®n de las formas fascistas y el establecimiento de libertades pol¨ªticas, aun venidos por v¨ªa pac¨ªfica, significan la apertura de un proceso revolucionario... El que en Espa?a se establezcan el sufragio universal, libertades pol¨ªticas, instituciones democr¨¢ticas, significar¨¢ crear una situaci¨®n revolucionaria.? Y por si no estuviera bastante claro, se remacha un poco m¨¢s lejos: ?Aqu¨ª el error de Claudin es subestimar las posibilidades revolucionarias de una situaci¨®n de libertades democr¨¢ticas: no comprender que esa situaci¨®n es un golpe tremendo no s¨®lo a las formas pol¨ªticas, sino a todo el sistema de dominaci¨®n del capital monopolista.?
El propio Azc¨¢rate, con un m¨ªnimo de buena fe, y con s¨®lo consultar un poco los documentos que no ten¨ªa a mano, podr¨¢ comprobar que en este punto concreto se equivocaba la mayor¨ªa del comit¨¦ ejecutivo del PCE. No s¨®lo la burgues¨ªa monopolista ha sido capaz de hegemonizar el proceso de transici¨®n, no s¨®lo la liquidaci¨®n de las formas fascistas no ha puesto en entredicho el sistema de dominaci¨®n social, no s¨®lo no se ha creado una situaci¨®n revolucionaria, sino que, haciendo un brusco viraje, es el PCE una de las fuerzas pol¨ªticas m¨¢s empe?adas; en congelar la situaci¨®n y en refrenar las virtualidades ofensivas de amplios sectores de las masas. Y si lo primero era previsible, lo ¨²ltimo ya no tiene justificaci¨®n.
c) El ¨²ltimo tema que aborda Azc¨¢rate en sus comentarios es el que se refiere a la forma en que se desarroll¨® la discusi¨®n en el comit¨¦ ejecutivo y luego en el Comit¨¦ Central del PCE.
Como prueba de que dicha discusi¨®n fue democr¨¢tica -lo m¨¢s democr¨¢tica posible dentro de las condiciones de la clandestinidad- Azc¨¢rate se refiere precisamente a ese n¨²mero de Nuestra Bandera a que he aludido, en el que se publicaban las opiniones de Claudin y su refutaci¨®n por la direcci¨®n del PCE. Y al valorar lo que este hecho significa comete Azc¨¢rate un lapsus muy significativo. Dice que aquello fue algo ?quiz¨¢ sin precedentes en el movimiento comunista?. Naturalmente Azc¨¢rate hubiera debido decir: en el movimiento estalinista. Porque en el movimiento comunista, antes de la glaciaci¨®n estaliniana, era corriente y moliente que se publicaran todos los textos en discusi¨®n, las plataformas de las diversas tendencias del partido, etc¨¦tera. Con ese m¨¦todo pudo el partido de Lenin fundirse realmente con las masas y preparar la toma del poder. Y mientras no se restablezca ese m¨¦todo de la libre discusi¨®n interna ser¨¢n incapaces los partidos comunistas de organizar la conquista de la hegemon¨ªa, no s¨®lo pol¨ªtica, sino tambi¨¦n social, por las clases y capas asalariadas y explotadas de una u otra forma. Si yo fuera pol¨ªtico burgu¨¦s, dormir¨ªa bien tranquilo mientras perduren en los partidos comunistas los rasgos de monolitismo, de unanimidad de opiniones, de sumisi¨®n acr¨ªtica ante los virajes improvisados por los dirigentes: no hay posibilidad de que un partido as¨ª transforme la sociedad actual.
O sea, para terminar con este tema: la discusi¨®n de 1964 fue, sin duda, mucho m¨¢s amplia y serena de lo que eran -o mejor dicho, no eran- las discusiones de la ¨¦poca de apogeo del estalinismo. Pero estuvo muy lejos de ser todo lo amplia y democr¨¢tica que las condiciones mismas, por restrictivas que fuesen, de aquel momento permit¨ªan. Ahora bien, y con esto quiero concluir esta respuesta a Manuel Azc¨¢rate, esta primera intervenci¨®n en el debate de hoy -que se sit¨²a a otro nivel, y con otras exigencias y perspectivas que el de 1964-, aquella discusi¨®n truncada hubiera fortalecido al PCE. Sin duda, hubiera estado en mejores condiciones para abordar todos los problemas estrat¨¦gicos que hoy se le plantean.
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