Los poderes militares y religiosos en una sociedad civil y laica
Ex comandante del Ej¨¦rcitoNuestro sistema pol¨ªtico a¨²n en embri¨®n, democr¨¢tico parlamentario, pretende basarse en la soberan¨ªa del pueblo, plasmada en los tres poderes cl¨¢sicos: ejecutivo, legislativo y judicial. Sin embargo, todav¨ªa hoy nos encontramos con que son muchos m¨¢s efectivos y reales otros tres poderes diferentes, los llamados actualmente f¨¢cticos: el pol¨ªtico-econ¨®mico, el militar y el eclesi¨¢stico. Aunque esta combinaci¨®n de dominios, que h¨¢bilmente sujetaba a los individuos por la ideolog¨ªa, el bolsillo, la fuerza y la conciencia, ha tenido una de sus m¨¢s perfectas expresiones en el R¨¦gimen desaparecido; sin embargo, hemos de reconocer que casi toda nuestra historia (y gran parte de la historia de la sociedad occidental) ha estado marcada por la bendici¨®n celestial que la Iglesia aseguraba a los ej¨¦rcitos, que, a su vez, defend¨ªan a los gobernantes de turno, casualmente pertenecientes a la clase poseedora de las riquezas materiales.
Esta situaci¨®n ha sido tan patente y tan prolongada, que nuestros h¨¢bitos sociales, incluso hasta niveles folkl¨®ricos, est¨¢n impregnados por ella. Y as¨ª el conjunto de alcalde, p¨¢rroco y jefe de la Guardia Civil en una poblaci¨®n peque?a o su equivalente de gobernador civil, obispo y capit¨¢n general en una capital, era, y en muchos casos todav¨ªa es, el obligado contraste solemne, lo mismo para inaugurar un pantano que para presidir una procesi¨®n o una jura de bandera. La c¨²spide de esa situaci¨®n, con la convergencia de todos los poderes en una sola persona, nos la ilustra suficientemente la imagen, familiar para los espa?oles, del jefe del Estado en uniforme militar caminando solemnemente bajo un palio catedralicio.
Naturalmente nada tengo que objetar a la afici¨®n que las jerarqu¨ªas militares sientan personalmente por las procesiones, o los obispos por las juras de bandera o por bendecir las aguas de nuestros pantanos. Sin embargo, s¨ª creo que se puede opinar sobre lo que esas costumbres sociales representan, que es la existencia real de unas jurisdicciones territoriales que, de hecho, detentan una parte importante del Gobierno sobre los ciudadanos, o sobre parte de ellos, o sobre parte de su actividad diaria. Y opino que el mantenimiento de esas jurisdicciones en su forma actual merma considerablemente el principio de la soberan¨ªa popular, que, como ya hemos dicho, s¨®lo debe ejercerse en una democracia parlamentaria a trav¨¦s de los cauces representativos cl¨¢sicos.
El poder eclesi¨¢stico, practicado de formas tan directas como la legislaci¨®n familiar, educativa e incluso penal, y de otras m¨¢s sutiles, pero no menos importantes, parec¨ªa estar destinado a desaparecer por imperativo de la propia Iglesia cat¨®lica, que, a partir del Concilio Vaticano II, volvi¨® a situar en sus m¨¢rgenes naturales a las cuestiones de conciencia y de fe, que hab¨ªan pasado a lo largo de los siglos al ¨¢mbito pol¨ªtico y social. Sin embargo, la reciente actitud de nuestra jerarqu¨ªa episcopal en relaci¨®n con la nueva Constituci¨®n hace temer la existencia de resistencias para esa necesaria transformaci¨®n; esperemos, a pesar de ello, que nuestros legisladores resistan esas presiones clericales y, sin ninguna agresividad antieclesi¨¢stica y con el mayor respeto a la libertad de conciencia y creencias de todos, hagan desaparecer de nuestro ordenamiento jur¨ªdico y constitucional los residuos del poder temporal de la Iglesia.
Dentro de este aspecto concreto creo que merece la pena referirse al ejercicio de ese dominio religioso en el ¨¢mbito de las fuerzas armadas. Su expresi¨®n se extiende, entre otros aspectos, a puntos bastante singulares: una ideolog¨ªa oficial cat¨®lico-militar, una especie de liturgia castrense para actos y escritos oficiales y un cuerpo de funcionarios sacerdotales cat¨®licos con jerarquizaci¨®n militar y funciones de culto, burocracia y asistencia espiritual.
La ideolog¨ªa religiosa se manifiesta de maneras diversas entre el estamento militar: alocuciones p¨²blicas de la jerarqu¨ªa, identificaci¨®n por los militares y sus familias con las costumbres sociales de nuestra tradici¨®n confesional y, consecuencia de lo anterior, rechazo maniqueo de conductas y formas de pensar diferentes. Dentro de este amplio espectro podr¨ªa situarse, a modo de ejemplo, la reciente declaraci¨®n atribuida por la prensa a un alto mando del Ej¨¦rcito en que se justificaba el empleo de la violencia para ciertas situaciones, en virtud del ejemplo de Cristo expulsando a los mercaderes del templo. Confieso que mi primer impulso es replicar con mi visi¨®n personal de un Cristo absolutamente: distinto, el Cristo del amor y las bienaventuranzas, pero creo que ni una ni otra interpretaci¨®n cristiana tienen por qu¨¦ interesar a tantos espa?oles de otras religiones o indiferentes, pero igualmente vinculados y participantes en el problema de la defensa nacional, ¨²nica raz¨®n de la existencia de las Fuerzas Armadas. A ellos, a todos, s¨®lo puede preocupar, y deben exigir, que esa instituci¨®n se mueva ¨²nicamente en funci¨®n de las misiones que le asigne la Constituci¨®n democr¨¢tica y nunca con arreglo a unas creencias muy respetables, pero que en absoluto pueden ser impuestas.
Otro tanto podr¨ªa decirse: del ceremonial religioso que acompa?a a los actos y escritos oficiales militares. La f¨®rmula del juramento a la bandera, con Su refrendo por el sacerdote cat¨®lico, las misas con la tropa formada y con toques de corneta subrayando los momentos lit¨²rgicos, los deseos de que Dios guarde nuestras vidas en los escritos oficiales, etc¨¦tera, entiendo que, sobre superfluos e incluso ofensivos para los no creyentes, son muy discutibles incluso para los que creen en un Reino de Dios que no es de este mundo.
Respecto al clero castrense me parecen problem¨¢ticas las razones para su existencia, sobre todo si consideramos las siguientes, expresiones contenidas en su reglamento y que no creo necesario comentar:
- ?Para el cumplimiento pascual, el mayor facilitar¨¢ al capell¨¢n lista de los individuos que deben verificarlo.
- Cuando el capell¨¢n se dirija a sus feligreses evitar¨¢ con exquisito cuidado tratar en sus sermones materia impropia del lugar y objeto, por laudable que sea su intenci¨®n. Sus discursos deben encaminarse principalmente a moralizar las costumbres y robustecer la disciplina.
- Ejercer¨¢n el cargo de censores espirituales de todos los impresos con destino a la tropa ... ?
Aunque, por otra parte, s¨¦ que en la pr¨¢ctica actual la mayor parte de esas actitudes integristas no tienen plena vigencia, dentro de un ambiente de tolerancia religiosa, a mi modo de ver, esta situaci¨®n est¨¢ lejos, sin embargo, de la m¨ªnima aconfesionalidad previsible en un Estado democr¨¢tico y pluralista. Si el Ej¨¦rcito, como instituci¨®n de tal Estado, debe ser apartidista en lo pol¨ªtico, con mucha mayor raz¨®n ha de ser neutral en lo religioso. As¨ª, pues, no se trata de introducir f¨®rmulas cat¨®lico progresistas en vez de las integristas, ni de arbitrar distintas formas de juramentos o ceremonial para diferentes confesiones, ni de ampliar la plantilla del clero castrense con pastores, popes, rabinos, imanes, bonzos, fil¨®sofos agn¨®sticos o comisarios pol¨ªticos, sino simplemente de despojar de ideolog¨ªas trascendentes la vida militar profesional y de disolver el cuerpo de funcionarios sacerdotales, procurando, por supuestos, todos los medios posibles para que cada miembro de las Fuerzas Armadas cubra sus necesidades espirituales y religiosas con absoluta libertad.
Si, como hemos visto, el poder religioso est¨¢ fuertemente implantado en nuestra sociedad civil y en las Fuerzas Armadas, no es menos cierto que ¨¦stas, con independencia de sus misiones de defensa de la seguridad e integridad del territorio espa?ol, ejercen, de hecho, un poder territorial, plasmado en la jurisdicci¨®n administrativa y judicial sobre las tierras, costas y espacio a¨¦reo a base de las capitan¨ªa generales de los tres Ej¨¦rcitos, gobiernos militares, cantones y puestos de la Guardia Civil.
Entiendo que este sistema supone, en primer lugar una merma del poder civil en diversos aspectos administrativos y, por otro lado, comporta el mantenimiento de una numerosa burocracia e instalaciones, con costes a detraer del presupuesto de la defensa nacional. De otra parte, la superposici¨®n de mando militar con autoridad judicial va en detrimento de la necesaria independencia de toda justicia, aunque se restrinja en el futuro el ¨¢mbito de la castrense evitando situaciones como la de encarcelar a personas civiles por presuntos delitos de opini¨®n. Otro inconvenientes a prever para un futuro muy pr¨®ximo es la no coincidencia de las actuales regiones militares con los territorios aut¨®nomos, coincidencia que en lo estrat¨¦gico, por otro lado, no es conveniente, ya que las Fuerzas Armadas deben distribuirse en funci¨®n de las necesidades de todo el Estado, y no de una regi¨®n aut¨®noma, pero que en lo administrativo puede producir interferencias.
No es menos importante considerar que el mantenimiento del actual sistema de jurisdicciones, cubriendo todo el territorio nacional, pero con separaci¨®n de competencias de los tres Ej¨¦rcitos, va en detrimento de la misi¨®n principal de las Fuerzas Armadas (la defensa de nuestra integridad territorial), que requiere un despliegue de todas las fuerzas, con mando conjunto de los tres Ej¨¦rcitos, orientados hacia las fronteras o espacios geoestrat¨¦gicos, sin sujeci¨®n a ning¨²n tipo de guarniciones urbanas ni encuadramientos regionales. Finalmente se ha de tener en cuenta que la actual divisi¨®n regional militar data de hace m¨¢s de 150 a?os y que ni siquiera ahora coincide a veces con el despliegue de las unidades operativas, originando situaciones de dobles y hasta triples dependencias. Entiendo, por todo lo expuesto y otras razones que podr¨ªan enumerarse en un estudio t¨¦cnico detallado, que deber¨ªa desaparecer la estructura jurisdiccional castrense actual.
Sinceramente creo que, liberadas nuestras Fuerzas Armadas del peso mesi¨¢nico de sentirse defensoras de unos valores religiosos siempre opinables y tambi¨¦n del lastre burocr¨¢tico de un poder y un control territorial que no les corresponde, podr¨¢n atender con mayor eficacia a su compleja misi¨®n de defendernos a todos de nuestros posibles enemigos exteriores.
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