Mathias Goeritz
En este a?o se cumplen casi treinta que Mathias Goeritz falta de Espa?a y para un pa¨ªs tan desmemoriado como el nuestro este tiempo es tanto como una eternidad. Descubrir de nuevo sus viejos dibujos, tan simples de apariencia, podr¨ªa ser haza?a tal como mirar por vez primera los secretos escondidos en las Cuevas de Altamira.Para nuestro recuerdo s¨®lo resulta familiar la imagen de un hombre de treinta a?os que lleg¨® a Espa?a en 1945 y que en s¨®lo cuatro a?os dej¨® en ella, si no la mejor de su producci¨®n personal, s¨ª profund¨ªsima huella como organizador cultural.
Con precisi¨®n, podemos decir que ese Mathias Goeritz de 1948 nos pertenece, ya que fue ¨¦l quien en estrecha colaboraci¨®n con Pablo Beltr¨¢n de Heredia y con Ricardo Gull¨®n, Alberto Sartoris, Angel Ferrant, Luis Felipe Vivanco, Eduardo Westerdhal, Pancho Cossio y Willi Beaumeister, fundar¨ªa, en Santillana del Mar, la Escuela de Altamira.
Mathias Goeritz
Galer¨ªa Multitud, Claudio Coello, 17 (Madrid).
Tal vez encontrar¨ªamos la causa que le impuls¨® a fundar y organizar la Escuela de Altamira en una vocaci¨®n pedag¨®gica que fue tanto su carta de presentaci¨®n en Espa?a como posteriormente ser¨ªa parte principal de sus ocupaciones. Influy¨® tambi¨¦n, qu¨¦ duda cabe, la id¨¦ntica vocaci¨®n de muchos de los miembros de la Escuela, tal el caso de Angel Ferrant o de Ricardo Gull¨®n e, igualmente, el convencimiento de la mayor¨ªa de ellos -casi todos mayores de treinta a?os- de que la funcionalidad m¨¢xima de su labor y sus ideas se alcanzar¨ªa ampliando al m¨¢ximo las posibilidades de difusi¨®n de los modos del arte sin reglamento ni norma de ning¨²n g¨¦nero. Y con ello su fascinaci¨®n por lo art¨ªsticamente nuevo, id¨¦ntica a la que hab¨ªa alegrado a las vanguardias hist¨®ricas transmitidas, tal vez, por la presencia de quienes, como Eduardo Westerdhal, fundador de Gazeta del Arte, en Tenerife, las vivieron.
A este momento, tan parcamente ilustrado, pertenecen la treintena de dibujos ahora expuestos, que en lo que son, justifican una de las grandes sorpresas que entra?a la actividad de Goeritz en nuestro pa¨ªs: c¨®mo su labor personal -que supondr¨ªamos interesada en otros aspectos- est¨¢ tan ligada al primitivismo que coincide estrech¨ªsimamente con los modos mediante los que un buen n¨²mero de artistas espa?oles quisieron marcar entonces su distancia con el r¨¦gimen.
En el primitivismo, en la sencillez de estos trabajos -que tanto recuerdan lo mejor de Joan Mir¨®, colaborador entonces de la Escuela-, encontramos el punto de conexi¨®n de Goeritz con la pintura espa?ola; su labor de organizador en aquello que se relaciona con la defensa de la libertad de creaci¨®n, en la entonces apurada defensa del arte abstracto, etc¨¦tera, causar¨ªa efectos rastreables muchos a?os m¨¢s tarde.
Aun cuando Mathias Goeritz se marchara de Espa?a en 1949, su labor permaneci¨® viva en los a?os m¨¢s dif¨ªciles del arte de postguerra.
Descubrir ahora estos dibujos no es pisar por primera vez las Cuevas de Altamira, es recuperarlas en toda su belleza.
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