Bipartidismo y democracia
Presidente del Partido Liberal
Una de las cuestiones m¨¢s importantes que se plantean en la democracia es el bipartidismo, es decir, la conveniencia de la estructura pol¨ªtica bipolar. As¨ª, tiene especial relieve lo que ha dicho al respecto Felipe Gonz¨¢lez, recientemente, en el Club Siglo XXI. Durante largo tiempo, el bipartidismo puro ha sido habitualmente practicado en Occidente. Sin embargo, al producirse un profundo cambio de la sociedad y de los condicionantes econ¨®micos, se ha hecho preciso revisar a fondo la situaci¨®n. En efecto, el bipartidismo irroga riesgos para el funcionamiento de una democracia estable, en los nuevos rumbos de la Historia. Por ello, es l¨®gico que se aspire a sustituirlo por una estructura m¨¢s ¨¢gil o, como m¨ªnimo, a corregirlo de forma que se pueda superar sus inconvenientes, con diversos correctivos. Obstinarse, sin m¨¢s reflexi¨®n, en un sistema bipartidista estricto resulta anacr¨®nico y puede producir m¨¢s da?os que ventajas.
En Gran Breta?a, por las trabas constitucionales vigentes, es casi imposible un tercer partido fuerte, d¨¢ndose la anomal¨ªa de que los liberales obtuvieran solamente trece esca?os con unos seis millones de votos; en porcentajes, el 2% de los asientos de la C¨¢mara de los Comunes, obteniendo el 18% de los sufragios. Con una votaci¨®n parecida, UCD consegu¨ªa la mayor representaci¨®n parlamentaria en Espa?a. En contraste con los brit¨¢nicos, el Partido Liberal ocupa el Gobierno en Canad¨¢, con el 45% de los votos y de los esca?os; en Suecia, un excelente ejemplo democr¨¢tico, participa en la coalici¨®n gubernamental con el 11% de votos y esca?os.
Otra experiencia bipartidista a¨²n subsistente es la de Estados Unidos, siendo notoria la irrelevancia de las diferencias entre el Partido Dem¨®crata y el Partido Republicano. El estancamiento pol¨ªtico que va unido a un bipartidismo petrificado se refleja en la carencia de grandes metas nacionales y de claridad. El sentimiento generalizado de frustraci¨®n aumenta al compararse los programas de las campa?as electorales de los dos partidos con el ejercicio efectivo del poder. Todo indica que el bipartidismo norteamericano, con la pesada mec¨¢nica burocr¨¢tica y los intereses que genera, contribuye -sin nuevos competidores para salir del sesteo- al empobrecimiento pol¨ªtico y al consiguiente apartamiento popular, cuyo mejor ejemplo es el porcentaje espectacular de abstencionismo en varias elecciones. La democracia bipartidista est¨¢ pasando all¨ª una aut¨¦ntica crisis, que tiene gran trascendencia al repercutir por doquier la capacidad de innovaci¨®n pol¨ªtica en Estados Unidos. Al margen de ello, el esquema hist¨®rico actual del mundo no admite otra bipolaridad pol¨ªtica sustantiva que la ant¨ªtesis entre democracia y dictadura. Esta es la alternativa crucial para la Humanidad. Dentro de la democracia, la bipolaridad estricta est¨¢ desfasada y sus inconvenientes no se compensan por ninguno de los aparentes beneficios coyunturales que en un per¨ªodo determinado pudiera ofrecer.
El m¨¢s inquietante de los aspectos negativos es que en los pa¨ªses donde la democracia no est¨¢ consolidada ni tiene solera, como ocurre en Espa?a, el bipartidismo puede conducir indirectamente al resurgimiento del sistema autoritario. En Estados Unidos y Gran Breta?a, el precio que se paga por el bipartidismo es, en s¨ªntesis, la disminuci¨®n de la vitalidad innovadora pol¨ªtica y el desinter¨¦s de grandes sectores sociales que no se sienten representados por los dos partidos hegem¨®nicos. Pero, en los pa¨ªses a que me refiero, el precio consiste en que se facilita la polarizaci¨®n del pueblo en dos bloques contrapuestos, cuya radicalizaci¨®n es inevitable, siendo la antesala de una dictadura; a¨²n m¨¢s, puede decirse que el bipartidismo puro implica en s¨ª una predictadura, en el sentido de que, indefectiblemente, hace predominar en la pol¨ªtica nacional, por amable que sea su comienzo, el dogmatismo y no la flexibilidad, la dureza y no la conveniencia, la radicalizaci¨®n y no la negociaci¨®n, el encastillamiento en las posiciones y no la din¨¢mica de cambio.
En Francia, espor¨¢dicamente, se cierne el peligro de la divisi¨®n en dos campos. A muchos inspira temor la separaci¨®n del pa¨ªs entre una derecha giscardiana-gaullista y una izquierda m¨¢s o menos unida formalmente. Este miedo explica la incertidumbre del empresariado, la contenci¨®n de las inversiones, la evasi¨®n de capitales y, en definitiva, todos los s¨ªntomas habituales en cuantos prefieren una multipolaridad donde coexistan equilibradamente el relativo conservadurismo gaullista, el progresismo moderado giscardiano, el remozado Partido Socialista y el Partido Comunista.
Lo que ocurra en las pr¨®ximas elecciones francesas es muy importante, por el efecto multiplicador que quiz¨¢ tengan en el continente. Francia pesa mucho en la pol¨ªtica europea. Entonces va a verse si se conserva la estructura multipolar de las cuatro grandes opciones pol¨ªticas, con el presidencialismo, o si se agudizara la tendencia a concentrarse en dos bloques.
El problema de la bipolaridad es muy complejo en Espa?a. A lo largo de nuestra historia hay una l¨ªnea permanente absolutista, que se inclina a las f¨®rmulas autoritarias; ante esta realidad hay que prestar una especial atenci¨®n a la estructura pol¨ªtica, para impedir que, a trav¨¦s de ella, desaparezca una democracia todav¨ªa embrionaria. La mejor disyuntiva radica, pues, en adoptar la bipolaridad matizada o una multipolaridad constituida por la convivencia de un n¨²mero muy reducido de partidos, representando las grandes opciones ideol¨®gicas de nuestro tiempo. Lo facilitar¨ªa la modificaci¨®n de la ley de Asociaciones, imponi¨¦ndose condiciones m¨ªnimas en cuanto a organizaci¨®n y n¨²mero de afiliados.
La tesis de Felipe Gonz¨¢lez da un enfoque mucho m¨¢s moderno que el del bipartidismo puro, al sostener que ser¨ªa garant¨ªa de estabilidad un bipartidismo imperfecto, formado por UCD y el PSOE con grupos pol¨ªticos de entidad menor.
El pueblo necesita una definici¨®n de metas nacionales, programas de gobierno claros y opciones pol¨ªticas di¨¢fanas. Entre ¨¦stas figura el liberalismo, y no solamente como un talante, una filosofia de la vida o un m¨¦todo de an¨¢lisis, sino como una fuerza pol¨ªtica concreta. De hecho, es en Espa?a una agrupaci¨®n pol¨ªtica de entidad menor, pero su potencial ideol¨®gico es grande. Veros¨ªmilmente, su expansi¨®n en el escenario nacional exige unos a?os m¨¢s, siguiendo su acci¨®n de proselitismo. No pertenece al pasado. Es la primera fuerza pol¨ªtica en Canad¨¢, y la tercera en Europa occidental, por n¨²mero de votos y esca?os. Adem¨¢s, con un proceso similar al del socialismo -despeg¨¢ndose de los condicionantes del siglo XIX- se configura como un factor progresista que contribuye a la modernizaci¨®n de la democracia.
Para lograr el dinamismo pol¨ªtico, con una pluralidad de opciones entre las ideolog¨ªas b¨¢sicas de nuestro tiempo, conviene evitar que el pa¨ªs se encierre en una dial¨¦ctica de bloques. Romper ahora el espinazo de la fuerza liberal, no por superioridad ideol¨®gica, sino a fuerzas de obst¨¢culos materiales, ser¨ªa un error sin utilidad para nadie. La bipolaridad que busca el PSOE, y en la que parece coincidir UCD, requiere la presencia de la derecha, que encabeza Alianza Popular, y el Partido Comunista, as¨ª como el liberalismo.
En cualquier caso, lo esencial es que no se produzca la escisi¨®n en dos campos. En poco tiempo, la democracia -tan inestable a¨²n- quedar¨ªa sumergida por el enfrentamiento entre posturas cada vez m¨¢s irreductibles.
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