El Manzanares
He bajado a ver el r¨ªo crecido, el Manzanares recrecido, y ven¨ªan conmigo Quevedo y Lope, y el agua ha inundado el nuevo puente, le ha arrastrado la primera ceremonia al se?or ?lvarez, y a la altura del Parque Sindical y el Club de Campo el r¨ªo era un r¨¢pido color de perro muerto, violento y abundante.?Y qu¨¦ ve el Manzanares a su paso, lleno ahora de ojos de agua, de miradas? Ve la demolici¨®n del palacio de Talara, en la calle de la Luna, que se ha llenado de piquetas por orden del derribista Agust¨ªn Prudencia, como un desaf¨ªo al nuevo alcalde. Ve un rascacielos de ochenta y tantos metros, inaugurado con energ¨ªa solar, y ve una democracia maltratada desde dentro y desde fuera. Orillas del Manzanares, meditaba Su¨¢rez la otra ma?ana, en su Palacio de Invierno, tambi¨¦n llamado Moncloa, qu¨¦ explicaciones darle al Congreso, aunque le han puesto tan distante la cita parlamentaria, que para entonces todos calvos, menos ¨¦l, que se peina a navaja.
Tambi¨¦n ve y mira el Manzanares, refleja en su espejo oscuro y caminante la Almudena incompleta, sinfon¨ªa municipal en la que han tocado con manos torpes varios alcaldes -Arias y Arespacochaga entre los ¨²ltimos concertistas-, dej¨¢ndola como estaba, que urge m¨¢s un estadio que una catedral, con la libertad de cultos. El estadio Vicente Calder¨®n tambi¨¦n asoma su cemento esbelto al agua que baja negra, y dentro del estadio, llorosos en la hierba, los once chicos gimen su fracaso. Madrid entero se ha pasado estos d¨ªas, turbio de barro y negocios, por el espejo andante de su r¨ªo.
El r¨ªo nos ha filmado, como dir¨ªa Nabokov, asistiendo a nuestra compraventa de monedas, que el personal de la especulaci¨®n invierte los escudos y onzas inflacionados en escudos y onzas de Carlos II, con oro y orfebrer¨ªa.
No es el r¨ªo que nos lleva de Jos¨¦ Luis Sampedro, sino el r¨ªo que nos deja, que ya vuelven las aguas a su cauce y el Manzanares huye, como un cl¨¢sico, de nuestra chamariler¨ªa y compraventa. Don Jos¨¦ Mar¨ªa de Areilza, en piedra sobre el puente de Segovia, preside la gran derecha, que no est¨¢ por parte alguna, y a Sotillos se le caen al r¨ªo las dos gotas perspicaces de sus lentillas.
De modo que el alcalde se fue a visitar enfermos, ante tal desbarajuste, y los punk de Vallecas, con porro y con guitarra, estaban entre las huertas del barrio, regadas de agua negra, viendo pasar a Her¨¢clito en las aguas. Madrid se transmobela y Taranc¨®n nos escribe otra Carta cristiana advirtiendo que esto de la libertad no es para tanto. La Iglesia se nos para a cada rato. A cualquier t¨¦cnico electr¨®nico le dan doscientas y pico mil pesetas por trabajar en una central nuclear no lejana de Madrid, y hay quien dice que se paga el riesgo, o sea el temor a la radiactividad. Los dem¨¢s corremos el mismo peligro, pero sin cobrar. ?Lleva estroncio-90 el Manzanares?
Lleva versos y barro nada m¨¢s. Y la imagen fugaz de Tierno y de Felipe, que no acaban de quererse, pero se abrazan, o a la inversa. En Hoyo de Manzanares, pueblo bautizado por el r¨ªo, hay una casa-misterio que dicen fue de Franco, y hasta que la gan¨® al mus -Jes¨²s, que cosas-, casa muy vigilada y donde nada pasa. ?Ve unos campos de tiro el Manzanares, cuando le crecen los ojos en la riada? ?Ve unos disparos paramilitares? Le he preguntado al agua y no contesta.
Nos enhebra este r¨ªo, se nos lleva, los perros y los gatos alborotan Barajas y he estado con una se?ora, all¨¢ por L¨®pez de Hoyos, dando de comer a una tribu de gatos callejeros. Ella va todos los d¨ªas y quiz¨¢ es la ¨²nica madrile?a que salvar¨ªa el Manzanares en su riada. Las dem¨¢s, los dem¨¢s, somos falsos egipcios decadentes de este peque?o Nilo desbordado. Su¨¢rez miraba las aguas, la otra ma?ana, y, pens¨® en arrojarse, como Ofelia. Franco se le aparece por las noches. Lo que ve el Manzanares, en el Elsinor manchego, no es un Shakespeare, sino un sainete.
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