Guillermina Motta
Voy a Barcelona a ver a Guillermina Motta. Guillermina vive en lo alto y en lo bajo, ubicaci¨®n muy suya en lo que Guillermina tiene de Alicia progre en el pa¨ªs de las maravillas catalanas.Quiero decir que vive en lo alto del Tibidabo, o casi, pero en lo bajo u hondo de una casa de apartamentos, con lo que hemos entrado en una como cueva de ni?a milagrosa, en la que se mueve entre los recios y acalzoncillados futbolistas del Barsa de 1928 (?Mira, este jugador era un t¨ªo m¨ªo?) y las aguas sublimes de Mozart, que corren musicalmente por toda la casa como si Guillermina, con la gripe que tiene, se hubiera dejado el grifo del ba?o abierto.
Quiero ver en Guillermina la musa fe¨²cha y graciosa de una cultureta que dio su fulgor en la Espa?a tardofranquista de los ¨²ltimos sesenta, en la Catalu?a renaciente de Rubert de Vent¨®s, Boffill, la er¨®tica del dise?o, Terenci Moix, Montalb¨¢n, la educaci¨®n sentimental, el d¨ªa que iba a morir Marilyn, los nueve nov¨ªsimos, Castellet con barba de capit¨¢n de Julio Verne y Barral con melena de Pinkerton perdido por todos los orientes del Occidente cultural.
Quiero ver en Guillermina la Juliette Greco de aquel existencialismo catal¨¢n que quer¨ªa existir en caves de terciopelo, como Bocaccio, y que estaba entre el cosmopolitismo de Oriol Reg¨¢s -siempre h¨ªbrido de Hefner y Marco Polo- y el misticismo del gran Salvador Paniker, que es al que m¨¢s quiero y admiro de todos. Y lo que encuentro hoy, cuando ella est¨¢ m¨¢sjoven que nunca, es ya un mito cansado que se renueva, una ca¨ªda de los dioses auton¨®micos con musica de piano mec¨¢nico catal¨¢n, porque en Catalu?a como en Portugal, y casi por los mismos a?os, lo que iba a ser una revoluci¨®n para cambiar la vida, transformar el mundo y glorificar la lengua, se ha ido quedando lentamente, quedamente, en un reformismo peque?o-burgu¨¦s y resignado, que el moridero de elefantes de las revoluciones no es la contrarrevoluci¨®n, sino la mediocridad, y Tarradellas es ya como el De Gaulle de una grandeur ampurdanesa que no ha acabado de arrancar, ay.
O sea, que esperaba, espero m¨¢s de Catalu?a, porque, ahora Guillermina y otros cantan o van a cantar en castellano, pues el catal¨¢n no se vende como se vend¨ªa, todo lo cual viene a decir que la astucia ¨²ltima y central de los centralismos astutos es dejar las cosas a medias, en una dorada mediocridad, en una sobredorada pacatez que contenta a los lectores de suplementos dominicales, pero no arregla nada. Aqu¨ª est¨¢ Guillermina, tan viva como siempre, aun con la gripe, y todo aquel renacimiento catal¨¢n y catalanista -D'Ors lo hubiera llamado noucentismo- se ha cumplido, pero se ha cumplido mal, lo que significaba que ahora tardar¨¢ en volver a cumplirse, una p¨¢gina catalana en los peri¨®dicos del puente a¨¦reo, Nuria Espert diciendo la voz de Espri¨² a un coro de cr¨ªticos que lo rechazan, y aquel final de los sesenta en que un escritor barcelon¨¦s llegado a la noche madrile?a de Jorge Fiestas era una conmoci¨®n cultural y una expectativa de amor para feministas hostigadas por el macho mesetario.
Portugal hizo su revoluci¨®n casi para nada, y Catalu?a, al otro lado del mapa, Catalu?a en el otro mar, ha hecho su reforma, o sea la han hecho, tambi¨¦n para casi nada, aunque habr¨¢ ya en Barcelona, a partir de hoy o de manana, una Gran V¨ªa para bicicletas, con lo que la Ciudad Condal as¨ª llamada va a tener algo de Ainsterdain mediterr¨¢neo y la ecolog¨ªa pedalearl alegre por las rieras, que otros llaman Ramblas, entre pornoperi¨®dicos y periquitos que cantan en sujaula la lengua de Verdaguer.
?Todo aquel renacimiento catal¨¢n confinado en una cueva exquisita del Tibidabo como Guillermina Motta, musa retro yjoven, musa gripal de lo que pudo haber sido y no fue? Hab¨ªa un cine catal¨¢n, hab¨ªa un Gonzalo Su¨¢rez haciendo un cine de hierro, y anoche estren¨® Gonzalo su Reina Zanahoria, que est¨¢ ya en otra cosa, y recuerdo cuando Joan de Sagarra me hablaba de mis art¨ªculos por la calle Muntaner, de madrugada, y me pregunto si el llamado pa¨ªs catal¨¢n se ha confinado, lo han confinado a esa foto virada en sepia del Barsa de 1928. No puede ser, Guillermina.
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