Los espacios pol¨ªticos
Diputado a Cortes de UCD por La Coru?a
Las elecciones legislativas de 1978 en Francia han volcado ya sus resultados. Es f¨¢cil vaticinar que su interpretaci¨®n ser¨¢ variada y amplia. Las opiniones son coincidentes en reconocer que han constituido un triunfo del presidente Giscard. Cuando en mayo de 1974 el competente ex ministro de Hacienda y Econom¨ªa con el general De Gaulle es elegido presidente de la Rep¨²blica, se encuentra ante una situaci¨®n ins¨®lita. Es el jefe de un partido minoritario dentro de una mayor¨ªa que controla ampliamente la UDR gaullista. El presidente Giscard no pod¨ªa, sin hipotecar su programa, apoyarse incondicionalmente en el partido gaullista. Tampoco el escaso margen de votos sobre el socialista Mitterrand le permit¨ªa una pol¨ªtica populista, llevada directamente desde el El¨ªseo, con una cierta marginaci¨®n del Parlamento. A?¨¢dase a estas circunstancias la crisis econ¨®mica manifestada en 1974 y se ponderar¨¢ con mayor exactitud el importante ¨¦xito de Giscard al cabo de cuatro a?os que no han sido f¨¢ciles.
Despu¨¦s de las elecciones, el cuadro de las fuerzas pol¨ªticas presenta unos cambios que pueden ser decisivos para la orientaci¨®n de la pol¨ªtica francesa a largo plazo. El presidente Giscard cuenta hoy con un partido, la UDF, que est¨¢ pr¨¢cticamente a la altura del partido neogaullista: el RPR de su antiguo primer ministro Chirac. La capacidad de maniobra del presidente ser¨¢ indudablemente mayor, tanto hacia su derecha como hacia su izquierda. La posesi¨®n del poder y la sugesti¨®n de un programa de reformas inteligentemente combinados pueden conseguir robustecer su respaldo electoral y, por tanto, una mayor¨ªa parlamentaria c¨®moda que libere de los desgastes de las componendas ocasionales.
Orientaci¨®n interclasista
Cabr¨ªa afirmar que Giscard gan¨® en 1974 y en 1978 porque, en ambas ocasiones, adem¨¢s de movimientos t¨¢cticos afortunados, conect¨® con lo que era la corriente profunda de la mayor¨ªa de la sociedad francesa. En lugar de apostar al enfrentamiento de dos clases -burguesa y proletaria-, propio del an¨¢lisis marxista, intuy¨® que la evoluci¨®n se orientaba a la formaci¨®n de ?un inmenso grupo central? interelasista, din¨¢mico y abierto que le parec¨ªa destinado a integrar progresiva y pac¨ªficamente dentro de ¨¦l al conjunto de la sociedad, seg¨²n describi¨® en su libro Democracia francesa. El rechazo de la uni¨®n de la izquierda y del programa com¨²n que las elecciones acaban de manifestar confirma aquella hip¨®tesis y la oportunidad de su proclama ?Gobierno de centro?.
La distribuci¨®n de las fuerzas pol¨ªticas no va a conducir inevitablemente a un bipartidismo; neogaullistas del RPR y giscardianos de la UDF, socialistas y comunistas no tienen necesariamente que agruparse de dos en dos. Por la banda izquierda, la amarga experiencia del Partido Socialista le llevar¨¢, sin duda, a no embarcarse de inmediato -al menos- en una nueva singladura com¨²n. Eso mismo contribuir¨¢ a que en la otra orilla las colaboraciones no tengan que alcanzar las cotas excepcionales de una uni¨®n para la guerra. Desde otra perspectiva, al componerse la ?mayor¨ªa? de dos fuerzas pr¨¢cticamente equilibradas, s¨®lo un triunfalismo poco inteligente podr¨ªa forzar a un matrimonio de conveniencia entre socialistas y comunistas.
Un bipartidismo neogaullista
Esta correlaci¨®n de fuerzas puede contribuir m¨¢s eficazmente a la estabilidad que la divisi¨®n a que hab¨ªa conducido el planteamiento electoral. Evidentemente no es un azar, ni un resultado definitivo. Pese al importante n¨²mero de sus votos y esca?os actuales, todav¨ªa es un interrogante si el Partido Socialista resistir¨¢ sin la alianza con los comunistas como ?una alternativa de poder?, por emplear la expresi¨®n al uso. Como tambi¨¦n est¨¢ todav¨ªa por ver c¨®mo cuaja la UDF, hilvanada apresuradamente desde el poder hace unos meses de cara a las elecciones con los independientes giscardianos -los del s¨ª, pero frente a De Gaulle-, los restos democristianos -hoy centristas- de Lecanuet y los radicales-liberales de Servan Schreiber. El ¨¦xito electoral ha sido indudable, a pesar de improvisaciones y de contradicciones flagrantes entre los dirigentes durante la campa?a. El presidente ha demostrado que exist¨ªa un espacio entre los gaullistas y los socialistas. En adelante la UDF habr¨¢ de probar quc no se define por su localizaci¨®n geogr¨¢fica, sino por el ideario y el programa de acci¨®n que de ¨¦l se derive.
La experiencia francesa
Lo que acaba de escribirse no constituye, en modo alguno una carta persa, aunque pueda carg¨¢rsele de ¨ªntencionalidad. Si, algo habr¨ªa que deducir, al utilizar la experiencia francesa como elemento de contraste, es que un optimismo te¨®rico -del que tan necesitado anda la sociedad espa?ola- deber¨ªa desprenderse de la observaci¨®n del caso espa?ol. El tablero pol¨ªtico que result¨® de las elecciones del 15 de junio, que obviamente no es definitivo, apunta a una distribuci¨®n de fuerzas que como modelo te¨®rico puede compararse ventajosamente con los pr¨®ximos de Francia o Italia. Basta la comparaci¨®n de datos bien conocidos -porcentaje del partido del pre sidente Giscard y del partido de Su¨¢rez; del PSOE espa?ol y del socialismo italiano; del Partido Comunista espa?ol y sus hom¨®nimos italiano o franc¨¦s para concluir que la correlaci¨®n de fuerzas pol¨ªticas en Espa?a proporciona te¨®ricamente -insisto- elementos razonables para la estabilidad. En este sentido se encuentra m¨¢s cerca de la v¨ªa francesa que de la italiana y, a mi modo de ver, afortunadamente porque no parece que hoy resulte satisfactorio el bipartidismo de hecho en el que Italia ha desembocado, con la Democracia Cristiana y el Partido Comunista frente a frente.
Hoy por hoy, impulsar en Espa?a una f¨®rmula bipolar me parece una orientaci¨®n equivocada y, al menos, precipitada cuando no se sabe qu¨¦ puede ocurrir en ambas orillas y cuando una buena parte del electorado del 15 de junio no est¨¢ pol¨ªticamente fijada. Adascribir definitivamente a la izquierda socialista todos los votos que consigui¨® entonces y renunciar presumiblemente a los que va a aportar la mayor¨ªa de edad a los dieciocho a?os es el error que contiene la idea de la gran derecha, dejando a un lado lo que pueda haber en ella de oportunidad coyuntural o de t¨¢ctica.
Todo eso no deja de ser, sin embargo, una aproximaci¨®n te¨®rica. Falta lo que es fundamental a la pol¨ªtica y la distingue de la especulaci¨®n intelectual: la acci¨®n. Y en ella juegan un papel primordial los actores; en nuestro caso, sobre todo, quienes est¨¢n al frente de los dos partidos con mayor representaci¨®n parlamentaria. ?Se consolidar¨¢ el PSOE como una pieza del juego alternativo del poder? La alternativa implica que las opciones operen dentro de un sistema. Cuando una soluci¨®n es pura y simplemente contradictoria con la que intenta suceder, no puede hablarse con propiedad de alternativa; es, sencillamente, el cambio del sistema. Empujar desde la gran derecha al programa com¨²n me parece, con el espejo franc¨¦s en la mano, una insensatez; desde el socialismo, un p¨¦simo negocio.
Responsabilidades del Gobierno
No menores responsabilidades recaen sobre el partido del Gobierno, que no puede identificarse sin m¨¢s, ni por su relaci¨®n con el poder, ni por el dato electoral de autosituarse en el centro. Si el PSOE deber¨ªa evitar escaramuzas accesorias para incitar en cambio a la soluci¨®n de tantos problemas colectivos lacerantes para la justicia y la igualdad, la UCD tendr¨ªa que despojarse de triqui?uelas t¨¦cnicas, de tanta argucia para retener sin m¨¢s el bal¨®n del poder, o para aproximarse a ¨¦l y ofrecer m¨¢s vigorosamente, en los hechos y tambi¨¦n en las personas, la defensa de los grandes valores y la iniciativa de las reformas que tienen que informar y animar la nueva convivencia que los espa?oles respaldaron enjunio de 1977.
No he pretendido comparar el Sena con el Manzanares. Cada r¨ªo discurre por su entorno natural, aunque queda flotando la duda de hasta qu¨¦ punto ese entomo hace el r¨ªo grande o chico. El curso de las fuerzas pol¨ªticas depende mucho de la inteligencia, de la decisi¨®n y de la capacidad y de la dimensi¨®n ¨¦tica de quienes las conducen. En Francia y en Espa?a, los ganadores han de probar que son algo m¨¢s que expertos en la conquista y conservaci¨®n del poder, un sindicato de intereses, y la oposici¨®n, que no son exiliados en su propia patria, ni defensores ut¨®picos de ideales no realizables.
En este contexto, la idea de la ?gran derecha? resulta perturbadora para consolidar los espacios pol¨ªticos que el pueblo sabiamente configur¨® hace menos de un a?o.
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