Mandel, leninismo y eurocomunismo
Las peri¨®dicas visitas de Ernest Mandel a Espa?a son siempre objeto de jugosas pol¨¦micas, provocadas no s¨®lo por la indudable categor¨ªa intelectual del m¨¢s importante te¨®rico trotskista, sino por la oportunidad con que suele abordar los temas de sus exposiciones. En esta ocasi¨®n, y a trav¨¦s de las p¨¢ginas de EL PA?S, su intervenci¨®n parece m¨¢s oportuna que nunca, sobre todo en lo referente al leninismo.Despu¨¦s de varias semanas de intenso debate, muchos miles de lectores que han seguido la discusi¨®n en el seno del PCE sobre la proscripcii¨®n del leninismo de sus estatutos (dif¨ªcil malabarismo que consiste a la vista de los escritos de Carrillo en abandonar a Lenin sin abandonarle) han obtenido una desconcertante conclusi¨®n: no se sabe qu¨¦ es lo que el PCE est¨¢ intentando abandonar.
Mandel ha demostrado en pocas l¨ªneas que el tema era muy f¨¢cil de resolver, aunque al hacerlo esquematizara un tanto: el leninismo ?es el desarrollo de la movilizaci¨®n extraparlamentaria de las masas hacia la conquista del poder por el proletariado?.
A nadie se le escapa que el leninismo es algo m¨¢s (a Mandel tampoco, basta leer sus escritos), que es, adem¨¢s, una concepci¨®n del partido revolucionario, que es una concepci¨®n del imperialismo, etc¨¦tera, pero este aspecto parcial destacado por Mandel es precisarnente el que interesa al debate actual. El leninismo, en suma, es la afirmaci¨®n de que la conquista del poder por el proletariado no pasa por el trabajo dentro de las normas de la democracia representativa, no puede pasar por el trabajo en los aparatos del Estado, sino que debe producirse mediante la creaci¨®n de un poder alternativo que derribe al Estado burgu¨¦s y lo sustituya por el nuevo Estado del proletariado.
De esto se obtiene una primera conclusi¨®n de importancia: el abandono formal del leninismo por el PCE no es m¨¢s que el reconocimiento en los textos de algo que se hab¨ªa abandonado hace ya muchos a?os. Otra cuesti¨®n ser¨ªa la de discutir el oportunismo mostrado por la direcci¨®n del PCE al eludir sistem¨¢ticamente la discusi¨®n seria y profunda de lo que se estaba haciendo, posiblemente debido al miedo a enfrentarse a una base acostumbrada a venerar el nombre del revolucionario ruso. Tambi¨¦n ser¨ªa interesante recordar que es dif¨ªcil encontrar precedentes hist¨®ricos en los partidos comunistas de control de poder por un solo hombre, como el obtenido por Santiago Carrillo en los estatutos que ser¨¢n aprobados por el pr¨®ximo congreso de su partido.
La constataci¨®n de estas cuestiones, sin embargo, no supone, ni mucho menos, que se pueda estar de acuerdo con la enorme simplificaci¨®n que hace Mandel al dividir al campo marxista en dos bloques radicalmente opuestos: la corriente leninista y la corriente socialdem¨®crata, revolucionaria y traidora, respectivamente, la una rechazando en su totalidad la democracia representativa y la otra subordinando todo al respeto a las normas de la misma. Los buenos y los malos. Y es en este punto donde Mandel, los leninistas en general, naufragan pese a sus esfuerzos a la hora de ofrecer una estrategia del cambio social.
El equilibrio relativo
Mandel califica la democracia parlamentaria como un r¨¦gimen de equilibrio relativo entre las clases, que se rompe cuando se acaba la capacidad de la burgues¨ªa para conceder mejoras materiales a las clases dominadas. Al desaparecer las condiciones objetivas de conciliaci¨®n entre las clases, la obstinaci¨®n socialdem¨®crata en mantenerse dentro de las ?reglas del juego?, como se ha demostrado hist¨®ricamente, lleva al proletariado a la derrota.
La alternativa que proponen los leninistas es la estrategia del doble poder que se organiza en f¨®rmulas de democracia directa y se enfrenta al poder del Estado burgu¨¦s para derribarlo y ocupar su puesto.
Las degeneraciones
Dejando de lado la consideraci¨®n de que tambi¨¦n la historia se ha encargado hasta el momento de demostrar que el consejismo por s¨ª solo no garantiza ni mucho menos la victoria, quedan dos preguntas que los leninistas deben responder. La primera es c¨®mo piensan, en las sociedades occidentales desarrolladas, conseguir una victoria en un choque frontal con los aparatos represivos del Estado, m¨¢s a¨²n cuando la situaci¨®n de doble poder, desde sus inicios, pone radicalmente en cuesti¨®n las normas de funcionamiento de ese Estado y, en consecuencia, provoca su intervenci¨®n inmediata. La segunda es si consideran que las revoluciones supuestamente socialistas victoriosas en los pa¨ªses del Este, la URSS, China, Cuba, etc¨¦tera, han dado frutos socialistas, o no. Para Mandel la forma de eludir la respuesta consiste en calificar a estos pa¨ªses de Estados obreros degenerados. Pero este escape soluciona s¨®lo de forma aparente el problema. Por que si, por un lado, se considera que estas revoluciones son triunfantes porque se han efectuado de acuerdo con los principios revolucionarios del leninismo es m¨¢s que una acrobacia intelectual negar que su degeneraci¨®n tenga algo que ver con los principios del leninismo.
Es interesante una afirmaci¨®n de Mandel en su art¨ªculo de EL PA?S referente al tem a de la democracia cuando habla de la democracia directa y los consejos: ?Si estos consejos son democr¨¢ticamente elegidos y respetan el pluralismo pol¨ªtico, significan una extensi¨®n y no una restricci¨®n de la democracia.? Es dif¨ªcil estar en desacuerdo con esta frase, pero es que Mandel (como los leninistas en general) no ha mostrado hasta el momento cu¨¢l es el m¨¦todo que garantiza que desaparezca el cond¨ªcional que precede a la frase. Por eso resulta escandaloso que, m¨¢s adelante, Mandel afirme: ?La cuesti¨®n de saber si hay que conservar o no instituciones de tipo parlamentario junto a las instituciones de tipo sovi¨¦tico es absolutamente secundaria.?
La tentaci¨®n socialdem¨®crata
Si las concepciones eurocomunistas llevan a los partidos comunistas hacia la socialdemocracia es algo que, a mi modo de ver, no est¨¢ todav¨ªa resuelto. Como tambi¨¦n me parece muy aventurado condenar a todos los partidos socialistas a las tinieblas del reformismo eterno. En todo caso, parece -cuando se habla de pa¨ªses desarrollados- que la v¨ªa leninista tiene poca utilidad para servir de unidad de medida univeral a la hora de comparar logros hist¨®ricos en favor del socialismo y de la democracia de los trabajadores, a no ser que alguien demuestre lo contrario con algo m¨¢s que nebulosas concepciones de democracia consejista.
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