Biograf¨ªa imaginada
Recrear la vida de un artista como Andrei Rublev, del que poco se conoce, salvo un pu?ado de obras y sus ¨²ltimos d¨ªas, ya convertido en monje, tiene sus riesgos; el mayor de todos, asumir la personalidad del personaje para acabar convirti¨¦ndole en mero portavoz de nuestros sue?os y preocupaciones.As¨ª, mucho debe de haber del realizador Tarkovski y de su guionista en esta imaginada historia de aquel pintor ruso que entre los siglos XIV y XV traba jaba en los monasterios vecinos a Moscou, busc¨¢ndose a s¨ª mismo en los viejos senderos tradicionales de un humanismo m¨ªstico.
A trav¨¦s de su historia, repleta de simbolismos y recuerdos, no tan clara como podr¨ªa suponerse, sobre todo a nivel de espectadores espa?oles, se puede adivina un alegato a favor de la libertad del hombre, contra cualquier tipo de poder impuesto por la violencia y la barbarie. Andrei Rublev, vencido por un mundo hostil, cuando no francamente enemigo, habr¨ªa decidido as¨ª cierto d¨ªa, como tantos otros artistas posteriores, callar, volverse mudo, para a?os despu¨¦s, ganado por un humilde ejemplo de fe, seguir decorando los muros de iglesias y monasterios con nuevas im¨¢genes que dejaran a la posteridad recuerdo de sus tribulaciones y memoria de su arte.
Andrei Rublev
Direcci¨®n: Andrei Tarkovski. Fotograf¨ªa: Vadim Yusof. Gui¨®n: Andrei Myalkov-Kontchalovski. M¨²sica: Viacheslav Ovchinnkov. Int¨¦rpretes: Anatoli Solonitsin, Nicolai Grinco, Yvan Lapikov, Irma Rauch. Sovi¨¦tica. Blancoy negro. Epico. 1966. Local de estreno: Duplex 1.
Tales vicisitudes, moraleja tan eterna como elemental, no fue muy del agrado de los censores sovi¨¦ticos que redujeron al silencio a Tarkovski, secuestrando su obra y subrayando as¨ª el paralelo entre los dos artistas con casi cinco siglos de diferencia y vini¨¦ndonos a recordar que el tiempo en Rusia, si bien se mira, cuenta poco.
Dividido el filme en episodios unidos entre s¨ª por la presencia trashumante de su personaje, la historia supone una serie de acercamientos a la Rusia del siglo XV, en la que se combinan momentos de cine excelente con otros marcadamente teatrales. La estructura de la narraci¨®n, su mismo arranque dentro de un realismo fant¨¢stico, deja en el p¨²blico, no demasiado acostumbrado, numerosas lagunas que un lenguaje torpemente traducido no aclara en profundidad, ni en los momentos triviales. Junto a episodios como La fiesta, re cuerdo de una Rusia pagana, La incursi¨®n es buena muestra de cine ¨¦pico con la toma de Vladimir por los jinetes t¨¢rtaros, o el final de La campana, resumen del filme, brillante apoteosis y evocaci¨®n de un tiempo, con su alarde de recursos y medios t¨¦cnicos.
Otros cap¨ªtulos, en cambio, no van m¨¢s all¨¢ de una mera confrontaci¨®n ideol¨®gica en la que una parte y otra, es decir, las razones de los autores del filme, van y vienen en un di¨¢logo est¨¢tico y esc¨¦nico en boca del protagonista y de su amigo Teofanes. Cuando el filme toma vuelos de gran teatro del mundo, los actores, a su vez, se contagian y pierden ese vigor elemental, ese rigor que en tantos momentos les lleva a identificarse con el paisaje y la vida en torno, con los bosques, los r¨ªos, las ciudades perdidas en la estepa, la nieve o el barro obsesivo, aut¨¦nticos protagonistas de esta biograf¨ªa apasionada y total.
El resto, la biograf¨ªa en s¨ª, relatada premiosamente, emociona menos, nos llega m¨¢s lejanamente, no se sabe si por culpa del realizador o por culpa de autores que nos acostumbraron a un ritmo muy diferente. De un modo u otro, el filme, a ratos, nos desborda en im¨¢genes magn¨ªficas y en su abundancia de palabras no claramente traducidas siempre, incluso en el documental en color que remata la pel¨ªcula como apoteosis final, mostr¨¢ndonos la obra del protagonista. Este final que intenta ser espectacular, realizado sin demasiada convicci¨®n, al comp¨¢s de m¨²sicas gloriosas, viene a ser -valga la paradoja-, y a pesar de sus ¨¢ngeles, la parte m¨¢s desangelada de la historia.
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