"Los medicamentos suelen ser bomberos que, aunque apagan la enfermedad, arruinan el organismo"
El recurso a la medicina homeop¨¢tica, al tratamiento con hierbas, como se suele decir, simplificando las cosas, es algo que se generaliza en multitud de grandes ciudades de Occidente. Herbolarios, aficionados y practicantes de la medicina homeop¨¢tica se multiplican en estas ciudades, constituyendo, seg¨²n algunos, una simple moda. El doctor Peir¨® Rando, especialista catal¨¢n en la materia, explica a EL PAIS esta medicina.? La medicina homeop¨¢tica -dice el doctor Peir¨® Rando-, consiste b¨¢sicamente en emplear sustancias que, procedentes de los tres reinos, hayan sido experimentadas en grupos de personas sanas a las que pueden producir transtornos patol¨®gicos.? Parad¨®jicamente, pues, la medicina homeop¨¢tica se basa en la constataci¨®n de que ciertos s¨ªntomas de enfermedades se pueden tratar con el empleo, a dosis bajas, de drogas que en el hombre producen los mismos efectos que se trata de evitan
Este es uno de los principios b¨¢sicos de la medicina homeop¨¢tica. y constituye lo que se denomina ley de similitud. Seg¨²n esta ley, cuando en el organismo aparece un s¨ªntonia es porque aqu¨¦l est¨¢ defendi¨¦ndose de alguna agresi¨®n. Las fiebres. y dem¨¢s alteraciones son, por consiguiente, el signo de que algo positivo est¨¢ sucediendo: que nuestro cuerpo est¨¢ luchando. Por tanto, a?adiendo las sustancias que estimulan esos s¨ªntomas. se estimula, a la vez, esa lucha.
?Hahnemann fue el primero que llev¨® a cabo esta experimentaci¨®n -contin¨²a el doctor Peir¨®- primero en su persona, de la quina, obtenida de dicho ¨¢rbol, y que le vali¨® a Jos¨¦ Mar¨ªa Pem¨¢n para escr¨ªbir La santa virreina. El m¨¦dico saj¨®n encontr¨® que produc¨ªa los mismos s¨ªntomas, el mismo s¨ªndrome, de las fiebres pal¨²dicas. Lo prob¨® dos veces y luego convenci¨® a sus deudos y amigos a experimentar otras sustancias. La segunda, utilizada fue la belladona. En seguida se comprob¨® que la intoxicaci¨®n por esta planta daba un cuadro sintom¨¢tico igual a una erisipela, a un escarlatina. La experimentaci¨®n ya hab¨ªa sido suger¨ªda por un eminente bot¨¢nico, diplom¨¢tico y poeta suizo, Haller, pero no la ller¨® a efectuar.?
?Al administrar esta belladona a ?os enfermos -prosigue el doctor Peir¨®-, a la dosis corriente de la ¨¦poca, los enfermos se le agravaron, por lo que l¨®gicamente disminuy¨® la cantidad de la misma, llegando a la dosificaci¨®n de una gota. cantidad que a¨²n quiso disminuir.?
No toda la clase m¨¦dica cient¨ªfica comparte estos criterios. ?A la homeopat¨ªa siempre se le ha criticado -a?ade el doctor Peir¨®-, lo que supone ignorancia voluntaria por parte de sus cr¨ªticos que se han cre¨ªdo suficientemente capacitados para hacerlo demostrando con su ignorancia que desconocen tambi¨¦n otros puntos o temas de las ciencias m¨¦dicas y no-m¨¦dicas, ya que el mismo Claudio Bernat, pr¨ªmero. y luego otros, han defendido que "las grandes dosis son inhibidoras mientras las peque?as son estimulantes, activadoras".?
La homeopat¨ªa, en realidad, ya hab¨ªa sido admitida y estudiada por Hip¨®crates. El otro principio en el que se basa, adem¨¢s de la ya citada ley de la similitud, es el empleo de dosis infini tesimales, graduadas y variadas. Este es el dinamismo de las dosis infinitesimales ?que la medicina oficial aplica algunas veces -a?ade el doctor Peir¨®-, sin darse cuenta de ello?. Se consigue as¨ª la mayor efectividad y rapidez de un medicamento, evitando su toxicidad, ya que, en la opini¨®n del doctor Peir¨®, ?los medicamentos de la medicina oficial, como ya los bautiz¨® con su agudeza verbal, el profesor Gregorio Mara?¨®n, son medicamentos bomberos, que, si bien apagan el fuego de la enfermedad, arruinan el organismo?.
El empleo de esta medicina se basa, pues, en ese empleo de peque?as cantidades de sustancias desencadenantes, o m¨¢s bien, colaboradoras con los procesos defensivos propios de cada constituci¨®n individual. ?La homeopat¨ªa -explica el doctor Peir¨®-, es una medicina personal, individual, que modifica el -terreno, o sea, la constituci¨®n defectuosa, ya por la herencia o la crianza que el ni?o ha tenido, ya por h¨¢bitos, vicios o vicisitudes del individuo... Mara?¨®n reconoci¨® al fundador de la homeopat¨ªa, doctor Hahnemann, el m¨¦rito de haber sabido, sintornizar con la energ¨ªa vital del hombre enfermo, despertando las defensas que la enfermedad no ha podido despertar; exactamente como act¨²an las vacunas, corno las alergias mismas. ?No aparece todo esto, la mayor¨ªa de las veces, como consecuencia de peque?¨ªsimas cantidades de est¨ªmulo? Si unas palabras mal comprendidas, o precisamente dichas con toda la mala intenci¨®n, son capaces de da?ar, de herir, a una persona en sus sentimientos y enfermarla, ?c¨®mo no van a actuar las peque?as cantidades dinamizadas o polencializadas, seg¨²n dec¨ªa el doctor Hahnemann?
?Hay muchas personalidades entusiastas del sistema horneop¨¢tico -dice el doctor Peir¨®-, los diplom¨¢ticos se?ores Madariaga y Arcilza; la reina Isabel de Inglaterra, que est¨¢ al cuidado de la doctora Blacke; nuestra Isabel II, que se cuidaba de soltera, de casada y a¨²n en el exilio, en el museo de la Real Farmacia de Madrid, de quien todav¨ªa se conserva un estuche conteniendo los innumerables frasquitos de medicamento homeop¨¢tico que el doctor Sim¨®n le regal¨® durante su estancia en Par¨ªs. La medicina homeop¨¢tica entr¨® en Espa?a, casi simult¨¢neamente por Badajoz y Barcelona, en esta ¨²ltima ciudad, con motivo de la venida de Francisco I, rey de N¨¢poles, llevando en su s¨¦quito al m¨¦dico Cosme de Moratins, que hab¨ªa conocido la homeopat¨ªa por conducto del otro m¨¦dico, Conde des Guidi. Algo m¨¢s tarde, el Gobierno espa?ol nombr¨® a dos m¨¦dicos de la facultad de Barcelona, para personarse en el extranjero y estudiar diversas epidemias de c¨®lera. Estos doctores, Floch e Hysern, conocieron en el centro de Europa la medicina homeop¨¢tica, hallando con sorpresa que¨¢l darla a conocer a su compa?ero y decano del Real Colegio de Barcelona, doctor F¨¦lix Janer, este ya hab¨ªa contactado con el ya citado Cosme de Horatius que la ensayaba con satisfacci¨®n.?
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