Luis Guti¨¦rrez Soto
Si hubiera que resumir en un nombre las vicisitudes de la arquitectura madrile?a a lo largo de los ¨²ltimos cincuenta a?os, obviamente el elegido ser¨ªa Luis Guti¨¦rrez Soto. Entre 1923 -a?o en que acaba la carrera- y 1977 -a?o de su fallecimiento- s¨®lo en Madrid, y entre otros muchos edificios, proyecta los cines Callao, Barcel¨® y Europa; la piscina La Isla; el primitivo aeropuerto; el bar de Chicote; el bloque de viviendas en Miguel Angel; el Ministerio del Aire; el Alto Estado Mayor; el edificio F¨¦nix; las torres del Retiro. La simple n¨®mina indica que si la arquitectura depende m¨¢s que ninguna otra disciplina de sus condiciones materiales de producci¨®n, en el caso de Guti¨¦rrez Soto esa dependencia determinar¨¢ fuertemente su obra, y el arquitecto ser¨¢ d¨²ctil (fiel) int¨¦rprete de las necesidades constructivas y simb¨®licas del poder.La c¨¦lebre pregunta de Guti¨¦rrez Soto, en 1939 (??Qu¨¦ se va a llevar ahora en Madrid??) es, en el fondo, la pregunta de toda su vida. Con los a?os, las respuestas van siendo distintas, contradictorias. A veces se har¨¢ necesario abandonar un estilo con toda celeridad. Dram¨¢ticamente ecl¨¦ctico, el arquitecto ser¨¢, no obstante, lo suficientemente h¨¢bil y lo suficientemente arquitecto para mantenerse a flote -incluso con dignidad-
Luis Gutierrez Soto
Colegio de Arquitectos. Barquillo, 12.
Ya se ha se?alado en alguna ocasi¨®n que Guti¨¦rrez Soto, a pesar de no llegar a la nueva arquitectura por grandes convicciones ideol¨®gicas (y menos por convicciones pol¨ªticas o socialmente avanzadas), a pesar de no ser un militante de la modernidad (no participa en las actividades del GATEPAC), posiblemente sea el mejor racionalista de Madrid. El cine Barcel¨® o la desaparecida piscina La Isla son aut¨¦nticos emblemas de una ¨¦poca, la del sport, el cinema y el cubilete de dados -que dir¨ªa Gim¨¦nez Caballero-, son, sobre todo, de los mejores edificios de esa ¨¦poca, desde el punto de vista de la concepci¨®n y desde el de la f¨¢brica. En ellos, como en algunos bares o en el edificio de la plaza Urquinaona, de Barcelona, comprobamos hasta qu¨¦ punto el arquitecto dominaba a la perfecci¨®n un lenguaje.
La censura que impone la guerra determina el rumbo posterior de la obra de Guti¨¦rrez Soto. El racionalismo es entonces -por breve, pero intenso tiempo- considerado rojo (Garc¨ªa Mercadal suele contar que dej¨® una casa racionalista y se march¨® a vivir a una casa imperial, por miedo a que las connotaciones del primer edificlo influyeran negativamente sobre su seguridad personal). Guti¨¦rrez Soto ser¨¢ de los que contestar¨¢n de una manera m¨¢s rotunda a su propia pregunta de 1939. El delirante Ministerio del Aire, inserto en el entorno imperial de la Moncloa, es de esos edificios que marcan su tiempo, y no en vano el autor hab¨ªa realizado un viaje a Italia y Alemania en busca de modelos. Resulta tremendo y helador que s¨®lo unos a?os antes Guti¨¦rrez Soto fuera el mejor racionalista madrile?o. Aunque la etapa imperial tan s¨®lo durara lo que ten¨ªa que durar, nunca se volver¨¢ a encontrar, en la trayectoria del arquitecto, ning¨²n edificio tan importante como los de pre-guerra. A partir de 1950 le tenemos otra vez realizando una arquitectura moderna. Pero los tiempos son otros, y otros los nombres renovadores.
La muestra es una llamada de atenci¨®n que incita a estudiar la obra de Guti¨¦rrez Soto, en la que conviven lo mejor y lo peor (parece que est¨¢ en curso de publicaci¨®n un voluminoso libro). Pero resulta sorprendente lo pobre del montaje. Ni una referencia documental o hist¨®rica; r¨®tulos sin excesiva utilidad; planos pegados directamente sobre los paneles; linealidad absoluta del montaje; todo ello supone, flaco servicio al material exhibido, y en el fondo, poco respeto.
Babelia
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