Los libros
Por lo que se ve, recorriendo la feria de libros nuevos del Retiro, en Espa?a se publica de modo abundante y con bastante lujo. Se observa tambi¨¦n que hay afici¨®n a leer, si se juzga por la cantidad de personas que concurren a la misma y por las que fueron a la de libros antiguos, llam¨¦moslos as¨ª, de la Castellana, que se celebr¨® antes. Lo deseable ser¨¢ que la abundancia de oferta y de demanda estuviese a la altura de la calidad. Porque la cantidad es un asunto de Comercio. La cantidad, harina de otro costal. Mas la cuesti¨®n es, tambi¨¦n, que resulta dif¨ªcil definir y decidir en punto a calidad. M¨¢s dificil si se es autor y hombre de lecturas estrechas, porque entonces le puede parecer a uno un mamarracho algo que, seg¨²n otros, es estimable. No voy a tratar, pues, ni de los t¨ªtulos ni de los actores presentes, en concreto, para bien o para mal. Lo que si advertir¨¦ antes de seguir es que una feria tan cuantiosa como ¨¦sta, a m¨ª me da gana de no volver acoger la pluma en la vida porque, como autor, me veo sumergido en un mar proceloso, como dir¨ªa alg¨²n tribuno grandilocuente de los que ahora no hay, desde luego. ?Cu¨¢nta gente sabia! ?Cu¨¢nta gente lista! ?Cu¨¢nta gente ingeniosa! S¨ª. Es como para cortarse la coleta, y m¨¢s si se piensa que esto es lo que produce un pa¨ªs en que, dentro de la producci¨®n editorial, hay notables fallos y calvas. Otras partes no s¨®lo son abundantes, sino superabundantes. Sexo y pol¨ªtica ejercen una especial atracci¨®n; pero tambi¨¦n hay muchos libros de ?santos?, como dec¨ªamos los ni?os de hace m¨¢s de medio siglo, con despliegue de recursos gr¨¢ficos, y la Historia Contempor¨¢nea atrae a autores y p¨²blico de una manera que personalmente me extra?a, porque creo que con haberla padecido tengo bastante.La molestia llega a la irritaci¨®n si pienso en los que murieron de mala manera para que, sin duda, se escribieran estos honorables mamotretos: j¨®venes y viejos, cercanos y lejanos a m¨ª. Hurgar en el tema de la guerra civil, tratar de la postguerra, etc¨¦tera, me parece como maltratar una herida a¨²n sangrienta.
En cuanto a la sexolog¨ªa, juzgo que en relaci¨®n con el amor es algo as¨ª como un libro de cocina con respecto a una buena comida. Por otra parte, todos sabemos que se puede comer mal y a nadie se le ocurre escribir libros acerca de c¨®mo se come mal. No hay curiosidad tan sutil. Pero ahora quiero reflexionar sobre otra cosa. Sobre el tono general de la feria en relac¨ª¨®n con otros tonos generales.
Hace m¨¢s de siglo y cuarto, Sainte-Beuve escribi¨® un art¨ªculo largo acerca de los libros populares en la Francia del momento. Resultaba que la historia de Juana de Arco, de Michelet. o la de la Grande Arm¨¦e, del conde de S¨¦gur, produc¨ªan en el p¨²blico corriente impresi¨®n m¨¢s fuerte que otras buenas obras. Llegaba, por esto, a la conclusi¨®n Je que nada hay superior al ejemplo como medio de acci¨®n literaria y que una clase de lecturas que hab¨ªa de fomentarse con m¨¢s provecho era la de la vida de los grandes hombres (y mujeres): sabios, artistas, h¨¦roes. Consecuencia plutarquiana. Carlyliana tambi¨¦n y no s¨¦ si sacada de observaci¨®n exacta: porque acaso en el relato calenturiento de Michelet y en las p¨¢ginas dram¨¢ticas de S¨¦gur hab¨ªa ingredientes que seduc¨ªan al p¨²blico y que no eran la ejemplaridad estricta.
?Qu¨¦ pasa hoy? Todo lo contrario de lo que Sainte-Betive propon¨ªa. Los libros con m¨¢s ¨¦xito no son libros ejemplares que pinten h¨¦roes irreprochables. Las figuras del momento no son equivalentes a Le¨®nidas o Tem¨ªstocles. Los h¨¦roes del d¨ªa son personajes fingidos o reales, morbosos, patol¨®gicos, obscenos. El editor sirve al gusto, Si se trata de un supuesto h¨¦roe de hace pocos anos es para demostrar que m¨¢s se parec¨ªa a Bertoldino o Cacaseno que a Annibal. Y hay una curiosa tendencia a demostrar que, en una proporci¨®n sensible, la raza humana es una raza de marranos; lo cual puede que sea cierto, pero todav¨ªa no se ha demostrado del todo.
Han firmado en la feria una porci¨®n de autores. Uno de los que m¨¢s p¨²blico ha tenido no era precisamente Cincinato o Ar¨ªstides, el justo, en su azarosa vida. Es que hay que desmitificar, me dicen. Pero desmitificar no es volver el calcet¨ªn del rev¨¦s, como se ha hecho muchas veces en pintura, escultura y m¨²sica. El sistema es burdo y mec¨¢nico. La intenci¨®n, chabacana y equ¨ªvoca hasta cierto punto. Est¨¢ bien que sepamos que tal o cual gobernante, general, pol¨ªtico u hombre p¨²blico adulado y ensalzado en un tiempo por gente interesada, no era como dec¨ªa aquella gente y hasta que, casi, casi, era un pelanas. Esto no es desmitificar: esto es acercarse a la verdad deshaciendo burdas patra?as. Pero en la operaci¨®n vamos mucho m¨¢s all¨¢. Si el presidente Dom¨ªnguez o el general Cicu¨¦ndez eran unos mediocres, hay raz¨®n para pensar que otros presidentes y generales tambi¨¦n lo eran. Bajemos tambi¨¦n del pedestal a Alejandro y a C¨¦sar, a todos los hombres paralelamente ilustres de Plutarco, y desmontemos la galer¨ªa de espa?oles c¨¦lebres al estilo de las de Quintana y otros, si sabemos que tales galer¨ªas existen y no las confundimos con alguna galer¨ªa de arte abstracto que quede a la esquina de nuestra calle. Vayarnos hasta lo m¨¢s alto, Lleguemos a Santa Teresa, a San Francisco de As¨ªs. Tambi¨¦n podemos reirnos un poco de Sigfrido, de Trist¨¢n, de Lohengrin, de Rolando, de Bernardo del Carpio o del Cid: de unos, porque no existieron; de otros, porque no fueron como dice la leyenda. ?A que se llega en esta labor? En el peor de los casos, a escribir un reportaje ef¨ªmero. En el mejor, a componer una tesis de doctorado en letras, que podr¨¢ recibir la m¨¢xima calificaci¨®n y dar acceso al profesorado a su autor, pulcro, cient¨ªfico, desmitificador y con su peque?o Credo para andar por casa.
En suma, hacemos lo contrario de lo que preconizaba Sainte-Beuve. Creemos lo contrario de lo que cre¨ªa Carlyle. Plutarco nos parece un latoso. El inter¨¦s est¨¢ en otros escritos. La verdad tambi¨¦n. Veamos las v¨ªsceras en movimiento, los apetitos en juego, las operaciones econ¨®micas m¨¢s o menos aburridas, m¨¢s o menos indecentes. Vea V. qu¨¦ marranos somos, qu¨¦ marranos hemos sido y qu¨¦ marranos seremos. Remedio? Acaso un peque?o artilugio pol¨ªtico en el que -eso s¨ª- hay que creer firmemente- aunque algunos creamos en su eficacia como en la venida de los higos chumbos. Porque, cuando se est¨¢ en v¨ªas de desmitificar, en lo que menos puede creerse es en la venida pr¨®xima de un Mes¨ªas para uso prop¨ªo y exclusivo.
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